III
El surgimiento de la dinastía Rothschild
Corría 1743, en Frankfurt, Alemania, y Amschel Moses Bauer se encontraba en su casa descansando, después de un arduo día de trabajo. Amschel era judío y orfebre de profesión, ocupación heredada de su padre. Su familia tenía grandes ingresos, al vender a los sectores más adinerados del continente los metales preciosos producidos. Su esposa, de nombre Schöenche, se encontraba embarazada de ocho meses de su primogénito.
Bauer, estaba charlando con su mujer, en su casa, cuando ella empezó a sentir fuertes dolores abdominales. Amschel la llevó al hospital más cercano y esperó a que el médico le diera instrucciones. Esperó.
En su espera, un sujeto desconocido se puso a su lado. Tenía un aspecto moreno, corpulento, que no encajaba con la apariencia rubia típica de los ciudadanos alemanes.
-¿Estás esperando a tu primer hijo, no? –dijo el sujeto.
-Si –contestó Amschel.
-Será un gran hombre.
Quedaron un tiempo en silencio.
-¿Tienen un nombre decidido?
-Aún, no. ¿Quién es usted?
-Soy Merenptah.
-Nunca he oído ese nombre. ¿De dónde es usted?
El sujeto no contestó.
-Schöenche morirá en el parto –dijo.
-¡¿Qué?!
-Que Schöenche morirá en el parto –repitió.
-¿Cómo puede usted saber eso?
-Porque yo veo el futuro.
Bauer no pudo evitar la risa, pensando que el sujeto le estaba jugando una broma.
-También se que usted es orfebre y que usted en su casa estuvo debatiendo el nombre de su hijo junto a su esposa.
Bauer se puso serio.
-¿Usted me estuvo vigilando? –dijo.
-No tengo la necesidad de hacerlo.
-¿Qué busca?
-Su aprobación.
-¿Aprobar qué?
-Su compromiso.
-No entiendo.
-Usted tiene sangre divina y usted es un hijo de mi linaje. Yo soy Merenptah, faraón de la dinastía XIX en Egipto y mi padre es el gran dios Horus.
-¿Usted piensa que yo me voy a creer todo eso?
-Busque usted un papiro de una familia judía de apellido Kolmer, si quiere que el gran Horus salve a su amada, Schöenche, de una muerte segura.
Y sin mediar más, la figura de Merenptah se desvaneció.
Amschel quedó pasmado frente a esta desaparición y se quedó preocupado sin saber si lo que vio fue una alucinación o si en verdad fue un espíritu.
Schöenche quedó internada y los médicos le aconsejaron que permanezca en el hospital hasta después de tener el bebé. Pero su salud empeoraba y Bauer tenía el temor de que lo dicho por el espíritu se haga realidad.
Amschel salió del hospital unos minutos para despejarse un rato y cuando volvió al recinto, en un pasillo angosto y poco transitado, se le apareció otra vez el mismo espíritu.
-¡Qué quiere usted de mi! –exclamó desconcertado el judío.
-Que haga lo que le dije.
Y cuando el orfebre se abalanzó para golpearlo, el ente desapareció nuevamente. Amschel se puso a llorar. Entonces, decidido, se propuso a encontrar a la familia Kolmer y obtener el papiro tal como le indicó el espíritu de Merenptah. El problema: no sabía cómo iniciar.
Reflexionó un par de días como proceder y el fantasma se apareció por tercera vez. Esta vez le dijo: “La familia Kolmer se encuentra en Copenhague, Dinamarca, próximo al Estrecho de Oresund”.
Entonces, Amschel, marchó rápidamente hacia Copenhague, lo antes posible a que su esposa tenga al bebé. Tardó una semana en llegar primero, en carro y posteriormente, vía embarque.
Una vez en suelo danés, buscó casa por casa en las cercanías del estrecho. Hasta que llegó a una que decía “Familia Kolmer”. Era una mansión enorme, de tres pisos. Amschel les plantearía que era un extranjero en busca de hospedaje y que quería quedarse a dormir ahí un par de días.
Golpeó la puerta y abrió un señor mayor como de setenta años, vestido de mayordomo. Bauer le planteó su situación, verdad, en parte, para instalarse en la finca. El sirviente le pidió que espere afuera unos minutos para preguntarle al dueño si le daba permiso.
Después de un cuarto de hora, volvió el mayordomo, afirmando que el señor Kolmer le permitía su hospedaje.
Amschel pasó al interior de la mansión, inmensa, y allí esperaban un señor en bata, el dueño de la casa, el señor Kolmer. Y a su lado había un niño, su hijo y heredero.
-Hola, permítame presentarme –dijo el hombre-. Soy Alan Kolmer y él es mi hijo Franz Kolmer. ¿A quién tengo el gusto de recibir?
-Hola, soy Amschel Moses Bauer. Vengo de Frankfurt, Alemania. Solo quiero quedarme aquí unos días.
-Pase, mi mayordomo le indicará el cuarto donde usted se hospedará.
Subieron, el orfebre y el sirviente, por las escaleras de la mansión hasta llegar al tercer piso y Amschel se instaló en un dormitorio enorme y confortable. Se tiró sobre la cama, agotado y durmió un par de horas. Después, reflexionó su situación de como debía proceder para robar el papiro y en una mansión tan inmensa sería una misión difícil el encontrarlo. Estaba obsesionado en conseguir aquel pergamino, haría lo posible por encontrarlo y no tenía otra alternativa. Debía obedecer a ese tal Merenptah para salvar a su esposa, Schöenche, si era cierto lo que le dijo dicho espíritu.
El orfebre nunca creyó en fantasmas, demonios y mucho menos en dioses, pero con lo vivido empezó a cambiar de opinión.
Bien entrada la noche, cuando la familia Kolmer y sus sirvientes fueron a dormir, Amschel Bauer, salió de su habitación en busca del pergamino. Sigilosamente pasó de cuarto en cuarto, por todo el tercer piso, hurgando por estantes, muebles y espacios vacíos. En eso, se cruzó con la señora Kolmer y ésta le preguntó que hacía.
-Lo siento, soy sonámbulo –dijo Amschel, contestando lo primero que se le vino a la cabeza.
-Ah, bueno –dijo la señora –Vuelva a su cuarto, nos vemos mañana.
Bauer no tuvo otra alternativa que volver a su habitación y retornar con su búsqueda el día siguiente.
Amaneció. El orfebre judío se levantó agotado por no dormir prácticamente durante toda la noche y acompañó a la familia numerosa de los Kolmer para el desayuno. Eran como dieciocho parientes, entre ellos: padres, abuelos, tíos, hijos, hermanos, primos y sobrinos, de diversas edades.
-¿Usted de donde viene? – le preguntó el abuelo, James Kolmer, a Amschel Bauer.
-De Frankfurt, Alemania.
-¿Y que vino a hacer aquí?
-Vengo de paso por aquí a visitar a un pariente que hace mucho que no veo. Y decidí hacer un alto aquí.
-¿Usted ha tenido alguna experiencia… sobrenatural? –dijo el abuelo, cambiando rotundamente de tema.
-¿Qué?
-Que si usted ha tenido alguna vez una experiencia sobrenatural.
-No. Para nada.
-¿Ésta seguro?
-Si –dijo Amschel.
“¿Sabrá este anciano que vi un espíritu hace poco?”, se preguntó.
Apenas terminaron el desayuno y todos siguieron con sus actividades diarias. Bauer continuó con la búsqueda del papiro, esta vez en el primer piso y sin resultado.
-Hola –dijo repentinamente una pequeña voz. Era el niño Kolmer.
-Hola.
-¿Qué estas buscando?
-Nada.
-Ah, chau -dijo el niño y marchó saltando.
-¡Eh, Franz! –exclamó Amschel, mientras el niño se daba vuelta -¿Sabes por casualidad donde guardan tus padres sus objetos de valor?
-Eh… no –dijo el niño y siguió saltando por los corredores.
Amschel continuó con su búsqueda, ahora en el segundo piso y también sin resultado.
-¿Qué está haciendo? –dijo alguien. Esta vez interrumpió el mayordomo.
-Eh, nada.
-Anoche la señora Kolmer, se encontró con usted merodeando por la mansión. Y ahora Franz me acaba de decir que usted le preguntó donde guarda la familia sus objetos de valor. ¿Que tiene para decir, antes que lo delate al señor Kolmer por intento de robo?
-Yo no quiero robar nada.
-¿Y entonces que hace revolviendo todas las pertenencias en esta mansión?
Amschel se abalanzó contra el mayordomo y lo noqueó de un golpe en el rostro. Cargó su cuerpo y lo colocó en una habitación vacía, la más lejana de toda la mansión, lo amordazó y lo ató.
Sabía que la familia notaría la ausencia del mayordomo y que tarde o temprano se darían cuenta de que quería robar un objeto específico de esa casa por lo que se apresuró a encontrar el papiro para huir lo más rápido posible.
El único lugar que le faltaba era la planta baja de la mansión. Se movió sigilosamente entre corredores, habitaciones y salones buscando en todo rincón del edificio.
Amschel ya se había resignado, cuando tocó un ladrillo al apoyarse sobre la pared, en la habitación del abuelo James Kolmer. Este ladrillo se hundió y repentinamente se abrió un pasadizo secreto, cuya entrada se hallaba en una pared del dormitorio.
Bauer entró al pasadizo y en el fondo de él había un papiro sobre un altar de piedra. Lo tomó y lo guardó en su chaqueta. Se dio vuelta y en la entrada estaba el anciano Kolmer contemplando seriamente la escena protagonizada por el orfebre judío.
-Así que esta era la razón por la que viniste a este hogar –dijo el viejo.
-Lo siento –contestó Amschel –Pero lo necesito. Y si usted se opone a que me lo lleve tendré que matarlo.
-No, no me opondré –dijo el anciano en tono pacífico –Yo ya sospechaba de tus intenciones.
-¿Cómo?
-Yo ya leí todo el pergamino y en él está todo detallado como sucederán las cosas. En él figura todo lo que pasó, pasa y pasará. Y esta misma escena protagonizada por nosotros dos, aquí y ahora, ya está impresa en ese pergamino. Por lo tanto, yo sé de tu experiencia sobrenatural con el espíritu de Merenptah.
-¿Y sabe si se salvará mi esposa?
-Eso lo sabrás cuando abras el papiro. No hace falta que yo te diga lo que pasará ni que te explique el por qué de todo esto. Cuando abras el pergamino lo sabrás todo.
Amschel Bauer se despidió de la familia Kolmer y pidió perdón por el incidente del mayordomo. Salió de aquella mansión, renovado y en una semana ya estaba de instalado en su casa de Frankfurt, en Alemania.
Bauer abrió el pergamino. Sintió un poder total en su cuerpo, de adrenalina pura y de un conocimiento sin límites.
Después fue a visitar a su esposa, Schöenche, en el hospital y esta ya había parido a su hijo horas antes del arribo del orfebre a Alemania. Milagrosamente ella ya no presentaba signos patológicos, con los que fue diagnosticada cuando fue internada en el hospital, por lo que Amschel se dio cuenta que su sanación fue por intercesión del dios Horus, como parte del trato acordado con Merenptah, al acceder a la búsqueda del papiro.
-¿Cómo se llama nuestro hijo? –preguntó Amschel a su esposa.
-Mayer Amschel Bauer –contestó ella.