Crónicas de la Conspiración

V - Los Iluminados de Baviera

V

 Los Iluminados de Baviera

Era 1776, año decisivo, año en el que la humanidad sufriría el inicio de un gran cambio, que edificaría el futuro del mundo hacia su destrucción. 
Weishaupt ya había reclutados dos mil seguidores pagos, con inteligencia, influencia y poder, por lo cual, ya había completado su organización y había puesto fecha a su fundación: el primero de mayo de aquel año. Como integrantes de esta secta estaban personas de gran prestigio de aquel tiempo como: Aleksandr Suvórov, militar ruso; Benjamin Franklin, político estadounidense y George Washington, militante británico, entre otros.
Estaban reunidos todos los miembros de la secta, en la mansión Weishaupt, en Baviera, un poco tiempo antes de la fundación de la organización. Adam y Mayer al frente, indicaron cómo sería la iniciación de la nueva comunidad. Solo habría cuatro personas presentes en un ritual pagano. Estos eran: el señor Weishaupt, el señor Rothschild y dos estudiantes de la Facultad de Leyes de Ingolstadt, integrantes de esta asociación, que servirían como testigos y padrinos del hecho. En este rito, invocarían al dios Horus y se harían presentes el resto de los dioses egipcios. Esta ceremonia serviría como una especie de bautismo diabólico, que iniciaría a los dos líderes sectarios, dándoles permiso para iniciar la conspiración y liberarse del alcance y de la autoridad de que tienen el Dios Yahveh sobre ellos, para renacer como nuevos hijos de la deidad o ángel caído que ellos adoran.
 Cuando los sectarios se retiraron del recinto de Weishaupt, su dueño, empezó a rememorar todo lo que vivió a lo largo de su vida: la muerte de sus padres y hermanos, la aparición del dios Horus en la biblioteca, la  enfermedad terminal de su amada, su contacto con Franz Kolmer, la invocación de la deidad egipcia, como  conoció a Mayer Rothschild, la reclusión de personas prestigiosas para la formación de la secta y lo que vendría de forma reciente: la creación de los Iluminados de Baviera.
“¿Esta es la razón de mi vida?” se preguntó. 
Luego se acordó de la visión diabólica que tuvo muchos años antes: la destrucción del mundo, con sus guerras, aniquilación y sufrimiento, la humanidad manipulada por las élites y el dolor desgarrador de millones de almas en el infierno.
“¿Por qué tuve esa visión? ¿Era una visión premonitoria o un mal sueño? ¿Y si ese sufrimiento de verdad pasará en el futuro y yo soy el culpable de toda esa probable desgracia?”.
Por un momento se arrepintió de todo lo hecho en su vida, como si su existencia fuese en vano o aún peor, el pionero de la aniquilación humana.
Y posteriormente pensó en su familia, su mujer y sus futuros hijos. Y después reflexionó sobre el proceder del ritual. Era un procedimiento de lo más vil, cruel, morboso que se podría hacer: secuestrar a una mujer a punto de dar a luz y sacarle su bebé extirpándolo de sus entrañas.
Esa mujer no debe estar bautizada, así Jehová no tiene autoridad sobre ella y de esta forma el dios Horus puede dominar su cuerpo. Así el hijo de ella, también puede ser manipulado. El paso siguiente sería sacrificar el bebé enfrente de todos los dioses egipcios, como ofrenda para ellos y de esta manera Mayer y Adam iniciarse como servidores de esas entidades diabólicas.
“No, no puedo hacerlo” pensó. “Soy una buena persona”. Así, pensando en esto, la madrugada pasó.

Tal como indicaba el papiro, perteneciente a la dinastía Rothschild, cada integrante de “Los Perfectibilistas”, debería inventar un seudónimo para sí mismo y ser utilizado dentro de la organización. Adam adoptó el sobrenombre de Spartacus, y Mayer, mantuvo su nuevo apellido, ya que es un seudónimo con el que se autoproclamó con anterioridad.
Otra indicación del pergamino, decía que deberían elegir una nueva insignia que represente al ritual de fundación de la secta, y Weishaupt, eligió como figura un mochuelo perteneciente a la diosa griega Atenea, exponente de la sabiduría.

Los preparativos del ritual habían comenzado. Tal suceso se llevaría a cabo en un bosque oculto en la ciudad de Ingolstadt. El proceso sería muy distinto al que implementó Adam con ayuda de Franz Kolmer, al invocar al dios Horus, unos años atrás.
Por otra parte, Adam tuvo dos hijos con su esposa: Nanette y  Charlotte. Nanette sería la reencarnación de George Weishaupt y Charlotte la de Amanda Ickstatt, ambos padres del líder sectario (según lo predicho por Mayer Rothschild). 
Y por su parte, Mayer y Gutle, estaban planeando tercer un tercer hijo, al que llamarían Nathan Mayer Rothschild. 

Weishaupt y Rothschild, ayudados por sus aliados, construyeron una estatua de cinco metros de alto, de color dorado, construido con metales preciosos como el oro y la plata y, adornado con gemas como el zafiro, el rubí y el jaspe. La figura representada era la del demonio Baphomet, que es la misma entidad que la del dios Horus. Al lado derecho estaba la figura había una estatuilla del mochuelo de Atenea, de un color plateado grisáceo. Y del lado izquierdo, había una imagen de tres metros de alto y dos de ancho, de color negro y amarillo, representando a la pirámide egipcia de Kefrén, que décadas después sería emblema de la secta: era una pirámide de trece pisos, en cuya cima estaba el Ojo de la Providencia. El lema que esta figura tenía decía Annuit Cœptis, que en latín significa “Dios favorece nuestras empresas” y había un segundo lema ubicado en la parte inferior del dibujo que decía Novus Ordo Seclorum que significa “Nuevo Orden Mundial”. Además, tenía impreso el año de la fundación de esta nueva secta, en números romanos: MDCCLXXVI. Esta imagen fue diseñada, en conjunto, por los miembros de “Los Perfectibilistas” y aparecería en un futuro, en la moneda de un país que se independizaría ese mismo año: el billete de un dólar perteneciente a los Estados Unidos de América.
También, colocaron un altar gigante y, en el suelo de esta, estaba dibujada la Estrella de David con un color rojo sangre. Toda esta adornación, fue plantada en una pequeña playa próxima a las orillas de un arroyo, y enfrente de ella había una cantidad inmensa de árboles como de diez metros de alto, pertenecientes a un bosque inexplorado en la ciudad de Ingolstadt, ubicada en un extremo del estado de Baviera.




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