PRÓLOGO
Mientras que en la superficie de Àrcos reinaba la paz y la tranquilidad, en las entrañas de una oscura montaña llamada Kïvor, el mal estaba tramando una estrategia para acabar con la paz del Mundo Escondido.
—Lo desgarraremos desde adentro —dijo un hombre, cuya identidad se mantenía oculta tras una larga túnica negra.
— ¿Y cómo se supone que vamos hacer algo así? —inquirió otro, con la voz resonando en las piedras de la montaña.
—Uno de sus hombres posee el corazón tan oscuro como el de nosotros, estoy seguro que estará dispuesto a ayudarnos a quebrantar las leyes que nos obligan a mantenernos al margen.
— ¿Quién es ese colaborador? —interrogó un tercero.
—Su nombre es Cristïannô.
— ¿El mano derecha de Sörk? Imposible.
—Es un claro ejemplo de que no todo es lo que parece.
El silencio los albergó por un momento en cuanto trataban de analizar lo que acababan de oír, no todos los días se escuchaba sobre traición, mucho menos sobre un hombre prominente al que todos, incluso el Gobernante de Amenon , confiaban ciegamente, estaba dispuesto a doblegarse.
—Muy bien, trae a ese tal Cristïannô aquí y que haga lo tenga que hacer. Que recuerde únicamente que si nos traiciona, lo destruiremos desde la raíz —sentenció el cuarto hombre que había estado escuchando en silencio todo ese tiempo y que, al parecer era el jefe de los tres.
Al ponerse el sol, en ese mismo día, se reunieron un grupo de hombres en las entrañas de la montaña de Kïvor a esperar a Cristïannô, quien llegó puntal. La reunión empezó poco tiempo después, cuando todos estuvieran sentados alrededor de una gran mesa rectangular.
—Y dime Cristïannô —dijo el líder de los habitantes bajo la montaña—. ¿Cómo vamos a hacer que Sörk salga del trono?
—Matándolo —respondió el aludido con expresión cansina.
—Pero eso es imposible, todos los habitantes de Àrcos son inmortales —se quejó el hombre al que cuya capucha se le corrió a un lado dejando ver apenas un rostro tan pálido que parecía un espectro, y dándose cuenta un poco tarde, se la volvió a subir para cubrirse nuevamente.
—Ustedes no salen casi al sol ¿verdad? —Cristïannô estaba perplejo, nunca antes había visto el aspecto de los encapuchados que permanecían en las sombras de la montaña.
—Preferimos la oscuridad que la luz del día.
—Nos has dicho con anterioridad que la única forma de sacar a Sörk del poder sería matándolo, pero no veo cómo —dijo el líder.
—Con la Espada Mal Hiriente.
Después de varios suspiros de asombro, el silencio inundó el lugar haciendo que el ambiente se viera más terrorífico aun. Pasó un largo tiempo para que volvieran a reanudar la conversación.
—Si mal no lo recuerdo, la Espada Mal Hiriente es el arma de uno de los Antiguos que creyeron en el mal, de un Perpetus.
—He estado tratando con el dueño de la espada y está dispuesto a prestármela a cambio de un pequeño favor —aseguró Cristopher.
—Esa espada no es un juego, debes entender que si te metes con uno de los Antiguos pones tu vida en riesgo.
—Ya lo sé, pero no veo de qué otra forma podemos hacer para que Sörk deje de respirar.
— ¿Tienes la más mínima idea de los problemas que te pueden acarrear si es utilizada esa espada?
—Es un riesgo al que tenemos que estar dispuestos a correr.
—Todo sea por el poder —afirmó el líder.
A las diez horas de esa misma noche, a diez mil kilómetros de distancia, en el gran Castillo de Amenon, la esposa del primer Gobernante Àrcos estaba dando a luz a su primogénito.
—Es un niño —anunció la partera.
—Lo llamaré Certor, como “el retumbar del amanecer” —sentenció Sörk, alzando en alto a su hijo, quien lo miraba fijamente—. Tiene tus ojos —dijo a su esposa.
—Creo que es lo único que sacó de mí —sonrío cansada.
—Es el niño más hermoso que he visto en toda mi vida, y es mío.
—Querrás decir, nuestro.
A solo dos días después del nacimiento de Certor, los hombres que habitaban al Oeste de Àrcos, en las tierras de Meredor, bajo las montañas de Kïvor; aliados con los que habitaban al Norte, en las alturas de Rummer, sobre las cordilleras de Okeron. Marcharon hacia el Sur, donde habitaban los pueblos de Askun sobre las aguas de Sirimon. Y los atacaron haciendo retumbar el suelo por donde pasaban.
Los que vivían en los pueblos bajos de Askun tocaron el cuerno de Izidor para que los cazadores de Amenon escucharan y acudieran en su defensa. Y así lo hicieron por largo tiempo.
La guerra fue tan ardua y larga, porque todos los habitantes de Àrcos podían llegar a vivir siglos en los tiempos de armonía, y así tendría que seguir siendo sino fuera por un inconveniente que ocurrió cuatro años después de haberse iniciado la Gran Guerra. El pequeño detalle que provocó una gran conmoción, fue una espada que a simple vista se parecía a las demás, pero no lo era, era la espada Mal Hiriente. La espada que quitó la vida por primera vez en esa Tercera Generación y la víctima había sido una mujer, una cazadora de Amenon.
Editado: 01.02.2021