Varios años después
Desde que era pequeño, había escuchado historias acerca de la existencia de seres extraños, monstruos, que vivían más allá del límite del bosque. Esa era la razón por la que nadie podía entrar al “Bosque Maldito”, como lo comenzaron a llamar desde que había desaparecido un hombre.
Las advertencias no eran suficientes para que dejara de soñar con la oscuridad y con las criaturas que allí habitaban ansiosas de sangre. Todas las noches los mismos gritos, las mismas imágenes y los mismos llantos lo invadían, haciendo que sintiera espasmos por todo el cuerpo.
No tenía amigos y la gente del pueblo se corría de su camino cada vez que lo veían, como si presintieran que él no pertenecía a ese lugar, sino a uno que estaba mucho allá de su alcance.
Su madre, una bella mujer con el pelo rubio, largo y un rostro delicado como un ángel que poseía una voz como campanilla, siempre le contaba la historia de un niño que fue encontrado a orillas de un bosque sombrío, le decía que el destino de ese niño era especial. Pero él nunca escuchó, porque nunca pensó que algo así fuera real.
—Hola Samuel ¿qué haces? —preguntó Eliza, su hermana, cuyo parecido a su madre era impresionante.
Era una hermosa tarde primaveral, en donde ella se había pasado el día entero, correteando por la casa como una niña entusiasmada con la propuesta de casamiento, que había recibido de un hombre a quien él no conocía.
—Pensando, solo pensando —respondió con gesto displicente.
—Últimamente, te has pasado los días pensando ¿es ese bosque verdad?
—No lo entenderías ni en un millón de años —su voz se notaba afligida a causa de una extraña necesidad.
—Por qué no solo lo dejas y vas a ver a Jenny… creo que te está esperando.
—Solo puedo verla como una amiga.
—Si le das oportunidad, tal vez puedan ser algo más.
—No lo creo —respondió Samuel en tono agrio, antes de levantarse e irse a dar un paseo.
No entendía por qué, pero cada vez que caminaba por las calles de ese pueblo, se sentía perdido, como si ese no fuera su lugar, sino más allá, donde se alzaban las copas de los árboles del Bosque Maldito. Muchas veces, incluso llegó a desear ser ese niño que había sido encontrado en los límites del bosque sombrío, para poder volver allí, a dónde realmente pertenecía.
Una tarde, no muy lejana de aquel día, Samuel estaba volviendo a su casa. Entró por la puerta de atrás para no tener que encontrarse con su padre, que últimamente se mostraba más hostil que nunca con él. Fue entonces cuando se detuvo en seco y se dio la vuelta. Jenny estaba allí, hablando con sus padres y sollozando, así que se escondió detrás de la pared para oír lo que decían.
—Sé que él me ama, pero es extraña la forma en la que a veces me mira y… —sollozó Jenny que se encontraba sentada en uno de los sofás marrones largos de la sala, y sus padres en el otro que se encontraba frente a ella.
—Estás segura de que te ama jovencita —la voz dura de su padre tenía sentido. Él jamás le había dicho a Jenny que la amaba.
—Sí, pero es diferente a todos los chicos que he visto y…m —empezó otra vez a llorar sin poder contenerse.
— ¿Y?, no es nuestro problema… —comenzó a decir su padre muy enojado, como si pensar siquiera lo que iba a decir le diera asco.
—Sí, pero es su hijo. Ustedes deben saber lo que le pasa… es que a veces parece como si no perteneciese a este mundo sino a otro, cuya existencia se encuentra apartado de su punto de alcance —dijo Jenny secándose las lágrimas que tenía esparcidas por el rostro.
—Mira jovencita, lo que le esté pasando a ese muchacho no es asunto mío… —respondió Billy, antes de que Jenny lo detuviera.
—Pero es su hijo. Debe importarle lo que le pase. Para eso son los padres, para amar y cuidar a sus hijos, sino no serían padres.
El silencio invadió la sala de estar por un tiempo que pareció infinito, y cuando estuvo a punto de subir las escaleras hacia su habitación, escuchó un largo y profundo suspiro, y al voltear la cabeza para ver de quién provenía, se dio cuenta que se trataba de Billy.
—Él no es mi hijo —lo dijo como si estuviera soltando una gran carga, una que probablemente la hubiera soportado por mucho tiempo.
— ¡Billy! —chilló su madre mientras se aferraba a su brazo izquierdo.
—Clara, ya estoy cansado de verle la cara a ese muchacho, no después de… —respondió el alulido apretando los dientes y los puños con fuerza y sin despegar los ojos de la pared.
—Cálmate por favor, este no es el momento adecuado para hablar de eso —declaró su madre conteniendo las lágrimas.
—Si no es este ¿entonces cuándo?
—Después, más adelante, no lo sé. Este no es el momento oportuno para revelar nada.
— ¿Por qué no? ¿Por qué no quieres que diga que ese chico es un monstruo? ¿Es que no te das cuenta que siempre ha sido diferente? Ni siquiera es nuestro hijo, lo encontramos en el bosque junto a… ¿acaso crees que si fuera normal tratarían de…? ¡Si supiera lo que puede hacer!
Editado: 01.02.2021