Era una noche de Luna llena, el astro nocturno estaba muy cerca de la tierra, recordó sus momentos de juventud cuándo viajaba a la costa sólo para revolcarse en las olas del mar, en tiempos de Luna llena; ahora sólo eran recuerdos que quedarían en su memoria.
Había salido de casa en medio de la noche acompañada de Aisu, era la ocasión perfecta para buscar al “Señor de las rosas.”
Cuando Gabriel desapareció, la batuta pasó a manos de Gelb; sin embargo, llevaba mucho tiempo contemplando lo que iba hacer esta noche. Confiaba en él, pero quería una vida normal.
Recorrieron la ciudad.
***
Siegfried estaba herido, así que ella lo contempló. (Aisu ya no le acompañaba) sus manos estaban llenas de sangre, mientras que su interlocutor le miraba con una sonrisa vencida.
—Debes irte, se te acaba el tiempo… —dijo vencido, —no te preocupes por mí. —Se dejó caer en el tronco del árbol, quedó sentado y bajo la cabeza. —Renuncia al vínculo.
Enfadada caminó hasta el cementerio. Vagó por tumbas grandes y pequeñas, lindas y feas, recordadas y olvidadas. El ambiente sepulcral le causaba ansiedad; cuando llegó ahí, tuvo la sensación que era perseguida; Gelb sabía de su llegada.
Escuchó que una rama crujió y detuvo el paso. Miró a su alrededor esperando el ataque de las criaturas que se escondían tras los árboles.
—¿Qué haces aquí? —, preguntó una voz masculina entre la oscuridad.
—Vine a renunciar al vínculo.
—¿Quieres morir? —dijo otra voz, —sabes que eso es imposible.
—Lo he contemplado —, alegó.
—Su muerte te ha afectado. Él no hubiese querido que decidieras esto.
—¿Dónde está él? —, preguntó.
Silencio.
Dedujo que entre la oscuridad se encontraban los cuatro aliados de Gelb; para llegar hasta él sabía que tendría que pelar con ellos cómo lo hizo con Siegfried, aunque aún dudaba de la pelea anterior, fue cómo si él se dejará vencer ¿Por qué?
Aquellas cuatro criaturas salieron a su encuentro, la estudiaron con cautela y le hicieron un ademán de cabeza.
—¿Cuál es tu razón? —, cuestionó uno —¿Sabes que pasará después?
No contesto, lo sabía muy bien.
Los cinco caminaron por el cementerio en silencio. Miraba la preocupación de los otros, era por las reglas. No le interesaba que pasaría después con ellos. Se detuvieron, el señor de las rosas yacía sentado en una tumba, leyendo; al verlos, cerró el libro que tenía una gruesa pasta café; a su lado se encontraba un ataúd abierto de color negro, en cuyo interior, Gabriel dormía profundamente.
—Vine a renunciar al vínculo—Gelb, estalló a carcajadas. Ella apretó los dientes.
—No seré tan humilde cómo Siegfried —los ojos de Gelb brillaron, vio cómo crecían sus colmillos.
—Quiero estar con él—, apuntó el ataúd. Gelb volvió a reír.
El vampiro hizo un movimiento con sus manos, provocó que una ráfaga de viento se llevará a su contrincante impactándola en una tumba.
Gimió de dolor, cayó de rodillas en el mármol. Respiró profundo y pensó unos segundos lo que debía hacer. Gelb conocía su estilo de pelea porqué él contribuyó a su entrenamiento cómo todos los hermanos de Gabriel. Por otro lado, no sentía que fracasaría, había aprendido trucos nuevos; Gelb no lo sabía; lo usaría en su contra.
Levantóse de la tumba, buscó al señor de las rosas que la esperaba para otro ataque. Sonrió, era el momento ideal para comenzar la pelea. Corrió a gran velocidad y se lanzó al ojiazul con el puño cerrado. El mayor esquivó el golpe que iba directo a su cara, después, tomó con su mano el otro puño. Cerró sus ojos y sonrió.
—Renunciar al vínculo… —, dijo. Ella se zafó, sus manos empezaron arder, el fuego se formó en sus palmas e iluminaron el cementerio.
Gelb, no se mostró sorprendido, sin embargo acomodó su túnica blanca y se preparó para lo que fuera a venir.
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Editado: 05.04.2018