Necesitaba un baño. Aquella rutina de entrenamiento la estaba matando, su maestro la estaba aniquilando pues probaba bocado muy tarde y tenía mucha hambre, la desventaja era que no había comida preparada; pero su urgencia era ducharse. La habitación de baño era la más alejada de todas, tenía que subir por unas escaleras horribles. No las hicieron con las medidas exactas, casi eran en un ángulo de 45 grados y los escalones eran muy altos, el colmo era que aquella enorme casa, no tenía techo en esa zona, sólo en los cuartos.
Se adentró al baño y se quitó la ropa, no se molestó en ir por el cambió, además hacía frío y cuando estuviera en su habitación podría ponerse su ropa para dormir y luego buscar algo de comer.
Abrió la llave del agua caliente y el líquido comenzó a salir con mucha presión de la enorme regadera. Cuando el vapor comenzó a flotar en todo el cuarto se metió al chorro de agua. Jadeó, sintió alivio en todo su organismo al sentir el agua caliente descender por su cuerpo, movió la cabeza intentando aflojar los músculos tensos de su cuello, respiró varias veces profundamente y cerró los ojos, tranquilizándose más al escuchar cómo caía el chorro de agua al suelo.
Cantó una canción y empezó a enjabonar su cuerpo. Y así estuvo disfrutando de su baño hasta que el agua caliente se terminó. Al salir de la regadera, se percató que no había toalla para secarse y lo peor, que en el lugar dónde había dejado su ropa ya no estaba.
—¡Pero si yo la dejé ahí! —, gritó alterada.
Buscó desesperada una toalla en el gabinete y encontró una para manos. Torció la boca y secó su cuerpo, aunque, aquella toalla absorbió muy rápido el agua que quedo en su cuerpo.
Lo medito mucho, si no salía de ahí, nunca podría saber quién se llevó su ropa porque no escuchó a nadie entrar. Estaba segura que había cerrado la puerta. Se levantó del inodoro dónde había tomado asiento y salió disparada del baño.
Había otro cuarto antes de salir al frío y pudo ver a la distancia a Arlem. Corrió a él; se estaba ruborizando porqué sabía que estaba desnuda pero él llevaba una chamarra. Arlem al verla sólo levantó la ceja.
—¡Préstame tu chamarra! —Ordenó—¡Alguien se robó mi ropa!
—¿De verdad? —Arlem seguía incrédulo.
—Sí.
Ella desviaba su mirada e intentaba cubrirse el cuerpo con sus manos. Arlem, la miró una vez más y se quitó su chamarra color negro y se la extendió.
Agradecida tomó la prenda y se la puso, sintió el calor que había guardado en la prenda; se reconfortó un poco. Iba a subir el cierre de la chamarra cuando sintió una mano golpear su pecho. La contempló incrédula unos segundos porque estaba fría y tenía una crema color blanco.
—¿Qué es eso? —, miró a Arlem.
—Es para tu alergia—, respondió indiferente.
Ella se confundió y volvió a mirar su pecho «¿Alergia?» ¿Desde cuándo Arlem era tan atento, que se percató de una alergia? Pensó que era mentira y antes de ser un alboroto porqué aquella mano se movía suavemente en esa parte de su cuerpo, volvió a mirar.
Era cierto. Tenía salpullido en la parte del pecho. Arlem, sonrió cuando terminó de esparcir la crema.
—Listo—, dijo.—Vámonos antes que te enfermes.
—¿Sabes quién robó mi ropa?
—No.
Estaba incrédula. Arlem le había subido el cierre de la chamarra hasta el cuello.
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Editado: 14.04.2018