Los colores del atardecer se colaban por el gran ventanal. Las paredes blancas reflejaban la luz por toda la habitación. Ese espectáculo la relajaba, pues estar dentro de un gran salón lleno de criaturas desconocidas le incomodaba. Parecía prescenciar una escena del consejo Jedi, excepto por los extraterrestres, los sables de luz y el maestro Yoda.
—¿Cómo jodidos llegué aquí? —, pensó.
Sentada en el sillón más pequeño y cómodo intentó pasar desapercibida. La luz del sol le pegaba en la cara aunque estuviera de perfil. Con sigilo buscó un rostro conocido entre la multitud. No había nadie.
Escuchaba murmullos que decían:
—"¡Ya es muy tarde!, ¿Por qué estamos aquí?..."
Iba a levantarse para ir a buscar la salida; sin embargo, se detuvo de golpe porqué casi chocaba con un individuo muy guapo que apareció con una sonrisa de victoria. La joven camino de espaldas hasta caer al silloncito rojo. Todos pusieron los ojos sobre él.
Lo que llamó la atención de la fémina era que aquel sujeto llevaba una daga en su funda en la mano derecha. La cual empujaba del mango sacándola un poco y dejando ver el filo de la navaja, luego la volvía a enfundar.
—Siento llegar tarde—, contestó sin perder la sonrisa. —Tuve un contra tiempo.
No tuvo que examinarlo mucho tiempo para saber que se trataba de un licántropo. Sus colmillos lo delataban. Por otro lado, sus ojos verdes eran como esmeraldas recién pulidas que hipnotizaban con solo verlos, su cabello castaño claro brillaba con la luz del sol, sus facciones del rostro eran muy finas y en la barbilla se le dibujaba una sombra del vello facial, su cuerpo fornido le recordó a Gabriel en otros tiempos por su su ropa, que sin duda le trajo memorias de sus conocidos, amantes de los viajes en motocicleta, pero su belleza y feromonas no podían pasar desapercibidas, algo que le fue sumamente molesto.
No lo conocía y no podía quitarle los ojos de encima, por poco y se ponía a babear, mas esos ojos verdes se clavaron en ella estremeciéndola de pies a cabeza indicándole el peligro.
—¡Estás aquí! —, le dijo. —Estoy de suerte.
Todos vieron a la joven, que confundida trató de recordar quien era él y por qué se encontraba ahí.
—El día de hoy vine a demostrarles porque ciertas criaturas no pueden permanecer en el mundo cómo humanos. No todos pueden controlarse...
El licántropo seguía sacando y metiendo la daga en la funda, cosa que comenzó a molestar a la fémina porqué sentía que en cualquier momento perdería el control de su ser. Hace tanto tiempo, que sabía qué podía mantenerse como una persona común y corriente.
—Esa cosa...tiene...algo.
Tapó su nariz con el brazo, esperando que el aroma de su propia ropa la distrajera un rato del olor a sangre.
—Aquí está la muestra....mírenla —, apunto a la pelinegra. —¿ Por qué su padre la ha dejado libre? ¿Dónde está él? ¿Qué está haciendo ella aquí? ¿La conocen? No está apta para convivir con humanos...ha cometido asesinatos imprudentes, ha dejado testigos...tiene amistad con los enemigos y...llevo años intentando matarla.
Ante esas palabras y amenaza, la joven criatura dio un brinco. Estaba sorprendida por qué no sabía que estaba pasando a su alrededor, quienes eran los enemigos, quien era él...cómo sabía qué su padre podía controlar su otra parte...y más que nada ¿por qué quería cazarla?
—¡N-no te co-conozco! ¡No sé q-quien eres! —Gritó.
Se levantó con dificultad del sillón y después caminó hacia atrás lentamente. Tenía tantas ganas de matarlo en ese momento, de beber su sangre con ferocidad; sin embargo, estaba consciente que si hacía semejante atrocidad, todas esas criaturas ahí reunidas la matarían. Además no podía dejar de mirar aquella daga 'sospechosa'. Él era el causante de su estado y lo disfrutaba, veía el brillo macabro en sus hermosas esmeraldas.
Su única salida era aventarse por el ventanal y caer en otro techo para seguir escapando por los techos de los edificios que había afuera, después encontrar la manera de ver a Gabriel antes que la situación empeorará.
—Vamos...Lyla...me conoces...—, afirmó el rubio con la misma sonrisa encantadora.
—¡N-no!
La fémina se armó de valor, se giró y corrió hasta el ventanal, pero en ese momento una mano le atrapó del brazo. Se trataba de una joven de su edad que al parecer la conocía, vio la preocupación en sus ojos marrones.
—No lo hagas...puedes hacerlo...
—¡Busca a Gabriel! ¡Dile que no podré controlarme por mucho tiempo! ¡No voy a poder! Esta vez no... ¡Por favor búscalo!
Se aventó en picada rompiendo el cristal. El ruido que provocó el cristal al romperse hizo que muchas personas miraran hacia el edificio. La luz del atardecer iluminaba a una chica cayendo en picada al techo del edificio vecino. Al caer, se levantó con raspones en los brazos, piernas y en el rostro. Se limpió la sangre de su mejilla y la probó. No sabía a nada...vio a los humanos abajo en las calles.
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Editado: 24.01.2020