Sentado en la orilla del gran lago azul pude ver el cielo reflejado en él y a los pájaros volando a lo lejos. Me acosté en el pasto, mire al cielo y recordé las historias que me contaba mi padre de sus viajes en barco, aquellas donde contaba cómo se podía ver el agua increíblemente azul hasta el horizonte y donde parecía que se fusionaba con el cielo. Crecí soñando en conocer el mar ya que de pequeño siempre escuchaba historias de sus viajes en barco y me enamoré de esos relatos; con el tiempo me volví pescador para pasar más tiempo en el agua y quizás, algún día, poder conocer el mar.
Mi madre murió cuando yo nací y mi padre murió cuando tenía 11 años de una enfermedad pero nunca abandone mi sueño. Crecí bajo el cuidado de mi abuela y cuando cumplí 18 años decidí unirme a la marina mercante del Paraguay con la esperanza de cumplir mi sueño. Era difícil, mi país no tenía salida al mar y por lo general solo hacíamos traslados hasta Brasil o Argentina, pero a pesar de todo me gustaba y sentía que en algún momento podría seguir los caminos de mi padre.
Un día estaba en el muelle de Asunción moviendo los aparejos de nuestro barco cuando vi cómo se alejaba un buque con bandera brasileña a toda velocidad por el río Paraguay perseguido por unos buques, hasta que finalmente el buque fue capturado y su tripulación capturada. Luego de un tiempo me había enterado de que fui testigo del inicio de la guerra ya que el buque brasileño capturado era el Marques de Olinda*.
Luego de aquel incidente todos los que teníamos experiencia en navegación y en barcos fuimos alistados en la marina paraguaya. Antes de marcharme fui a mi ciudad natal San Bernardino a despedirme de mi abuela, me dio su bendición y un rosario de protección para volver sano y salvo; miré por una última vez el hermoso lago azul y me despedí de mi ciudad.
Tiempo después mientras navegábamos por el río rumbo a la fortaleza de Humaitá, donde se encontraba el grueso de nuestro ejército, podía escuchar las conversaciones de los marinos en las cuales mencionaban que Uruguay se había aliado con Brasil y que las relaciones con Argentina se estaban deteriorando por lo que la guerra se podía extender contra estos tres países. Tome el rosario de mi abuela y miré al cielo con temor por todo lo que estaba escuchando.
Ya en el campamento fui asignado al buque Paraguarí al mando del Tte. José Alonso. Inmediatamente nos dispusimos a trabajar en nuestras labores y los rumores de nuestras grandes victorias iniciales en la campaña de Mato Grosso** nos emocionaban y levantaban la moral. Mis compañeros marineros estaban listos para entrar en acción y acabar con los macacos.
Ya habíamos capturado la ciudad argentina de corrientes y sabíamos que el mariscal López estaba planeando un ataque contra la armada brasileña*** para poder conseguir la ansiada salida al mar, vital para poder seguir teniendo comunicación con el exterior. En ese momento pensé que mi sueño ahora lo compartían todos mis camaradas y me había llenado de valor y patriotismo con esos pensamientos.
En la noche del ataque a la armada brasileña sentí mucho miedo ya que sería mi primera vez en combate y estaba emocionado y nervioso. Pensé en mi padre, en mi abuela, en mi sueño y traté de no acobardarme y cuando llego el momento simplemente me puse en mi lugar y sentí como el motor del buque Paraguari nos movía en silencio para el ataque sorpresa, nuestra misión era solo de llevar a las tropas para el abordaje de los acorazados brasileños. Todo iba como se había preparado a excepción de que no fue un ataque sorpresa y cuando llegamos ya nos estaban esperando. El plan era que los buques llevarán tropas de abordaje en chatas no atacarlas directamente pero uno de nuestros buques sufrió un desperfecto y se perdieron horas vitales al repararlo.
Cuando llegamos el infierno se desató ya que la armada brasileña descargo su artillería contra nosotros y en ese momento vi como un proyectil dio en medio de una chata llena de soldados y la explosión mezcló la sangre con el agua. Esa visión de la sangre en el agua, de los gritos de dolor, de los fogonazos de los cañones y de las maldiciones en guaraní y portugués me acobardó y de repente sentí un miedo atroz. Pude ver como unos brasileños en la cubierta de los buques eran alcanzados por las esquirlas de un cañón y caían desmembrados al agua, el agua estaba teñida de rojo mientras el ambiente era espeso por el humo en algunos barcos.
Un oficial me ordenó tomar un fusil y disparar. Tomé tembloroso el fusil y dispare a brasileños que se dirigían a nosotros en una canoa a uno le di en el medio del estómago y a otro en la rodilla mientras los demás me dispararon ráfagas. Corrí al otro lado de la cubierta y ahí vi con horror todos los combates que se libraban, no solo en el agua, si no en la cubierta de los buques, luchas cuerpo a cuerpo, hombres atravesados por bayonetas o quemados por los fuegos de los buques en llamas.
Nuestros cañones y fusileros en la costa barrían con los brasileños que estaban desprotegidos en la cubierta de los acorazados y justo en ese momento cuando creí que podríamos vencer; una bala de cañón explotó a mi lado y las esquirlas me alcanzaron derribándome en la cubierta. Sentí un terrible dolor en el vientre y ya no sentí mi brazo derecho ni mi pierna izquierda.
El paisaje seguía lleno de humo con olor a pólvora y sangre mientras perdía el conocimiento vi a una enorme figura negra acercándose hacía donde me encontraba, venía a toda velocidad. Nos habían enseñado fotografías de los buques brasileños más importantes y sin dudas el que se acercaba era el Amazonas, el buque insignia, me tomó un momento darme cuenta de lo que estaba por suceder. Los buques brasileños eran acorazados y los paraguayos solo tenían casco de madera; nos iban a chocar para hundir. Odie aún más a los macacos y comencé a llorar mientras sostenía el rosario de mi abuela y veía como el Amazonas se acercaba a nosotros y luego arremetía. La fuerza del choque partió nuestro buque por la mitad y caí al agua, pude ver como mis compañeros caían también gritando.