WingzemonX & Denisse-chan
CRÓNICAS del FÉNIX del MAR
CAPÍTULO 19
LA VILLA LIBRE DE NOSTALKIA
Casi una semana después de aquel cruento enfrentamiento con la medusa tiburón monstruo, y de paso también su primer combate de frente con un barco de la Marina Real, el Fénix del Mar navegaba bastante más tranquilo, y estaba a nada de llegar a su destino; un puerto seguro en el que podrían descansar, reabastecerse, y reparar los daños causados por la tormenta, el monstruo, y el cañonazo que habían recibido.
La tripulación, bajo la guía del Sr. Lloyd, se las había arreglado para realizar las reparaciones menores necesarias para que el barco siguiera su curso, pero era evidente para cualquiera que ocuparían bastante más tiempo, esfuerzo y material para que se restableciera por completo. Y, por algún motivo, esto parecía poner de un particular buen humor a Lloyd, que gran parte de esos días se las había pasado en su taller, haciendo sólo él sabía qué con exactitud, y la mayoría prefería mejor no saberlo.
Aquella mañana, en preparación a su ya pronto arribo, una parte importante de la tripulación estaba de pie desde temprano. El oficial Henry se encontraba al timón, la cocinera Kristy servía el desayuno, el navegante Katori se encargaba de cuidar que mantuvieran el rumbo, y la contramaestre Shui gritaba órdenes en la borda a todos sus hombres, en especial a aquellos que veía aunque fuera dos segundos holgazaneando. Pero quién no había hasta ese momento asomado la cara por ningún lado aún, era precisamente el capitán Jude.
La noche anterior, en celebración a que al día siguiente tocarían tierra al fin, los hombres se la habían pasado bebiendo y jugando a las cartas. Y, por supuesto, el capitán no pudo evitar ser parte de la celebración. Pero mientras la mayoría de los hombres estaban ya de pie, aunque fuera con resaca, esa noche de juerga tenía a Jude tirado en su cama, roncando de lo lindo.
Estaba tan profundamente sumergido en su sueño, que ni siquiera los estridentes llamados a la puerta de su camarote lograban perturbarlo. Y conforme pasaba el tiempo, la persona en el pasillo se exasperaba cada vez más al no recibir alguna respuesta.
—No puedo creerlo —murmuró Day, mirando con el ceño fruncido a la puerta cerrada. Con un brazo abrazaba contra sí el cuaderno de ejercicios que Jude le había dado, mientras con su mano libre golpeaba desesperada la gruesa puerta de madera.
Por supuesto, en su estado de juerga, el capitán no había sido capaz de recordar que, como los días anteriores, había citado a Day temprano para seguir con sus lecciones de lectura y escritura. O, quizás, se había sentido lo suficientemente capaz para levantarse por sí solo de todas formas, lo cual evidente no pudo.
—Él fue quien acordó la hora de nuestras clases, y me hace esto —farfulló molesta, dejando salir al instante un largo bostezo.
Day también se había desvelado, pero a diferencia del capitán, ella lo había hecho para terminar los ejercicios que le había dejado, y no para beber y apostar. Su rutina de esos últimos días había consistido en ir cada mañana temprano al camarote del capitán para tomar su lección del día, de una o dos horas; luego se retiraba a realizar sus labores diarias de la cocina y limpieza; y por último, dedicaba algunas horas antes de dormir en la privacidad de su cuarto para repasar su lección, y hacer sus ejercicios con el cuaderno y la pluma que Jude le había proporcionado.
Además de Jude, la única en el barco que sabía que tomaba clases con el capitán era Kristy; era una ventaja, ya que sería difícil realizar sus ejercicios a escondidas de ella si compartían cuarto.
Todo aquello resultaba ciertamente agotador, pero también gratificante a su modo, pues aunque fuera a pasos pequeños de bebé, Day comenzaba a sentir que entendía de qué iba todo eso. Era sorprendente ver cómo las letras, que para ella habían sido siempre nada más que garabatos y dibujos sin sentido, comenzaban a tomar forma y significado ante sus ojos. Aún no estaba en nivel de leer siquiera una línea de corrido, mucho menos escribirla. Pero tenía muy claro que lo lograría, tarde o temprano.
Claro, si es que su instructor estuviera tan comprometido con su enseñanza como lo estaba ella.
—Se va a acabar mi hora —soltó al aire como una queja, al seguir sin recibir respuesta. Decidida, acercó una mano a la manija de la puerta.
«Apuesto a que estaba tan borracho anoche, que ni siquiera tuvo el cuidado de cerrar la puerta antes de acostarse» pensó con una mezcla de amargura y reproche. Sorprendentemente, tenía razón. La puerta se abrió por completo sin ninguna oposición con el primer intento.
—Grandioso —murmuró Day con ironía. Asomó entonces un poco su cara hacia adentro, recorriendo su mirada por todo aquel espacio. No le sorprendió ver libros esparcidos por todo el suelo, platos de comida, y la visión de su descuidado capitán, tirado como un muñeco de trapo en la cama; su cabeza en esos momentos incluso colgaba de un costado del colchón. Traía puestos sólo sus pantalones, dejando su torso expuesto. Su respiración profunda y sonora inundaba el cuarto, como los ronquidos de un oso ebrio y gordo.
Day dejó escapar un pesado suspiro de resignación, y se permitió entonces ingresar al cuarto sin más.
—Con permiso —avisó de forma sarcástica, cerrando la puerta detrás de sí. Avanzó hacia la cama, pero a medio camino sus pies terminaron tropezándose con las botas del capitán, tiradas ahí a mitad del suelo. Day tuvo que dar pequeños saltos para recobrar el equilibrio y no caer, lo que por suerte resultaba más sencillo sin aquella molesta bola atada a su tobillo.
Editado: 03.03.2024