Aunado en la pena, Kou soltaba su rabia y dolor en los golpes del entrenamiento. Similar a lo que hacía Frey con el sentimiento que sus padres no la quisieran. Sí, eran más similares de lo que creían, pero ninguno lo aceptaba.
El colmo llegó cuando la niña le propinó una patada en el entrenamiento que lo tiró de espaldas. Aunque no fue con intención, había tenido un día pésimo, su humor estaba incontrolable y ahora le dolía la muñeca del golpe. De manera impulsiva tiro a su compañera, lastimándole el tobillo.
La discusión se hizo presente. El profesor los separo y al final del entrenamiento, regresó aún más furioso a casa.
Estúpida clase, estúpida niña, estúpida vida. Extrañaba a sus padres y eso no podía decirlo con libertad porque nadie lo entendía. Odiaba haber quedado huérfano y odiaba no poder contárselo a nadie.
—¿Qué tal la clase? —le preguntaba su tío al verlo llegar, pero Kou se limitó a ignorarlo y subir a su cuarto.
Arrojó su mochila, se echó a su cama y se soltó a llorar abrazando un par de guantes de cuero que le había regalado su hermano antes de que desapareciera. Una vez más como varias noches, se quedaría dormido añorando a su extinta familia.
Dos días después, tenía que volver al entrenamiento. Iba de camino, aún tensó por la discusión de la clase anterior cuando se detuvo en uno de los puentes peatonales. La vista llamó su atención.
Debía admitir que la ciudad era muy distinta a donde había vivido antes, pero gustaba del paisaje de las colinas rodeando la urbe.
Las nubes cubriendo dichas colinas y la luz del sol asomándose con ligereza por encima, era un espectáculo maravilloso.
Si bien eran nubes de frío, la luz solar iluminaba de naranja su esponjosidad. Jamás había visto algo así en Japón.
Apreciar el paisaje, le distrajo de su usual mal humor. Se relajó y vio cosas con mayor claridad, quizá sí había actuado de manera impulsiva el día anterior. Menos molesto, volvió su mirada a un costado suyo, a unos metros se encontraba Frey, quien también iba de camino al entrenamiento.
Ambos se quedaron viendo sin decir palabra alguna. La niña acabó con la escena, suspiró y se acercó con determinación, Kou no se movió.
—¿Vienes burlarte? —gruñó él.
—Vine a disculparme —dijo ella—. Lo siento, a veces soy muy impulsiva.
Kou se quedó callado, preso de la sorpresa. Frey desvió la mirada y encontró el mismo paisaje que hasta hace un momento el chico apreciaba. El sentimiento de tensión desapareció en él y con más calma cedió:
—Yo también disculpo —le dijo él—. También soy muy impulsivo.
Con sorpresa, Frey giró a verlo, lo encontró inclinado con la cabeza hacia abajo, así se disculpaban en Japón. Recordó a su tío hacerlo cuando se conocieron.
—Disculpa aceptada —susurró Frey.
Hubo un silencio, el chico se irguió y volvió a contemplar el paisaje.
Por primera vez el ambiente era distinto entre ellos. En Frey aún sonaban las palabras de su maestro, dudaba de mencionarlo, pero tampoco estaba tranquila dejando las cosas así:
—Lamento lo de tus papás —soltó—, no tenía idea.
A Kou le invadió un sentimiento de pena. Nadie le había dicho algo así antes, porque creían que lo pondrían de mal humor.
Pensó en contestar de manera impulsiva otra vez, pero se detuvo. Algo le decía que no estaba bien abrir una discusión de nuevo, así que dejo que la niña hablara.
—Yo también perdí a alguien que consideraba una madre —se sinceró ella.
—Pero tienes a tus padres —le dijo él más calmado.
Frey hizo una mueca y dejó salir una sonrisa con sarcasmo.
—De que sirve si no te quieren.
Nunca antes se había atrevido a decir eso en público, lo sabía, lo sentía, pero no había tenido la confianza para aceptarlo en voz alta. Kou se quedó pasmado.
—Pero, —Kou quiso consolarla— parece que tienes a primos y te llevas bien con ellos. No pareces sola.
—¿Ellos? —Frey titubeo, era cierto quizá ahora podía tomarlos en cuenta— Pues... hasta hace poco no teníamos buena relación —Frey lucía perdida al hablar de ella, pero de algún modo le hacía bien poder contarlo por primera vez—. Cuando mi abuela murió me quede sola, creo que hacemos el intento porque parezcamos una familia, pero ¿a quién engañan? Mis padres no me quieren y a ellos no les prestan mucha atención.
Kou no respondió, él también se sentía así; solo. Una vez más le dedicó una mirada al paisaje. Hubo otro silencio, no incómodo, de esos que hacían falta para arreglar sus mentes estremecidas. Era cierto, después de todo no eran tan diferentes como creían.
—Yo pensar que empezamos con el pie izquierdo —dijo él rompiendo el silencio.
—Estoy de acuerdo.
—Me llamo Kousei, pero me dicen Kou. —Se presentó el niño ofreciéndole la mano, después de todo solo era un año mayor que ella.
—Me llamo Freya, pero me dicen Frey. —Le aceptó la mano.
Ambos sonrieron, estaban más relajados y de manera extraña se acoplaban bien.
—Seamos amigos —dijeron al mismo tiempo.
Inseparable era la palabra con que mejor se describía la amistad entre Frey y Kou. Era cierto, tenían más en común de lo que creían, pero lo más importante, era que por fin habían encontrado una compañera con la que compartieran su pesar.
Frey no callaba casi nada, le confiaba como se sentía con respecto a sus padres, los detalles con sus primos y las cosas que disfrutaba. Kou le confesaba cuanto extrañaba a los suyos, lo difícil que había sido para él adaptarse a un país nuevo y cuan solo se sentía en ocasiones. “Somos un par de perdedores” se decían, pero a ojos de quien sea, más bien eran un par de ganadores, encontrando entre ellos una amistad más grande que cualquier cosa.
Desde que se habían vuelto amigos, el niño pasaba mucho tiempo en casa de Frey, ya hasta empezaba a convivir con el resto de los primos Viera. Se aprendió sus nombres y conocía sus manías.
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Editado: 16.10.2021