En un par de horas o incluso menos amanecería, Frey estaba segura de eso. Kou le seguía el paso con cautela.
—¿Crees que aún nos falte por llegar? —preguntó el chico.
La niña no respondió, lo conocía, intentaba disuadirla de su molestia con la plática. Kou comprendió, aunque su arrepentimiento era sincero su actitud no era natural. No sabía relacionarse, era serio y en ocasiones temperamental igual que Frey... por eso se llevaban bien, desconocía que hacer o que decir para arreglar las cosas.
—¿Cómo crees que se encuentren tus primos? —insistió.
—Estarán bien —respondió Frey con seriedad.
Kou volteó a verla de reojo, le había contestado, ya era algo.
—Les deseo lo mejor —dijo con honestidad.
—Lo estarán, lo sé, porque lo siento —volvió a decir como si no hubiese escuchado al joven asiático.
—¿Aún tienen esa conexión? —preguntó.
—Por supuesto. Somos familia.
Kou sintió una punzada de celos; él también extrañaba a su familia. El chico se quedó callado y Frey comprendió que había dado en su fibra sensible, no obstante, no pronunció nada más. Se mantuvieron así durante un buen rato. Hacía frío, estaban casi a oscuras, alumbrándose solo con la lámpara que Frey traía consigo.
En ocasiones se escuchaban pisadas, dependiendo del lugar donde caminaran; si era tierra, pasto o maleza, el sonido aumentaba o disminuía.
En más de una ocasión, en los pies sufrieron pequeños raspones al no poder ver con claridad plantas con espinas o ramas secas escondidas entre la maleza. Pese a que se encontraban en primavera, el clima helado aún calaba durante las madrugadas.
Frey agradecía haberse puesto su chamarra de cuello alto antes de salir, el frío le afectaba menos en la garganta. Kou también iba equipado con un jersey y su mochila con armamento ligero que tanto él como ella sabían utilizar.
A esta misma hora, Yuliana acababa de recibir a la tía Rosita en casa y hacía el intento por dormir, pese a que el dolor mental se lo impedía.
Aún no pasaban ni doce horas desde el accidente y Frey y no se había detenido a descansar, pensaba que ya tendría tiempo en cuanto estuviera más próxima a su hermana. Se sentía culpable por haberla perdido de vista tan solo un segundo. Si es que así sucedió. Suspiró al recordar lo rápido que pasó todo. Kou le escuchó y sugirió algo:
—¿Por qué no descansamos un momento? El camino está trazado, no creo que puedan hacernos daño —dijo de manera apacible.
Frey se detuvo y aun sin dar media vuelta, consideró su opinión.
—Uno de nosotros debe cuidar al otro y solo será un corto tiempo, quizá pronto amanezca —respondió Frey.
—Yo vigilaré primero —se ofreció Kou.
—No, lo haré yo —impidió ella—, aún no confío en ti.
La niña deseaba seguir, sentía que estaría más segura en el pueblo que con Kou a solas, quizá hasta planeando algo.
Además, esperaba que la familia que tuviera el "mapa" por lo menos fuese amable. Aunque no tenía idea de que manera iba a dirigirse a ellos ¿Cómo llegar y pedir algo que nunca había visto? Aún peor, ¿Cómo saber de qué familia se trataba?
—Está bien —Kou respondió resignado—. Pero repito, puedes confiar en mí.
Frey alzó los ojos, sabía que en medio de la oscuridad no la vería haciendo ese gesto, mucho menos dándole la espalda. Se giró y se dirigieron al árbol más cercano para estacionarse. En México, a orilla de las carreteras se pueden encontrar hermosos paisajes que van desde largos pastizales, bellos caminos boscosos, miles de hectáreas de milpas, sembradíos de maíz, frijol, calabaza, etc. Frey había observado estos y más paisajes variados en muchas ocasiones cuando salía junto a su familia. Ahora que los recorría a pie, podía apreciarlos durante más tiempo a diferencia de la vista desde el coche.
En ese mismo momento se encontraban dentro de lo que era el bosque, hacía media hora que había terminado el campo abierto para adentrarse entre los árboles.
Debía aceptar que estaba casada, así que se quitó la mochila de un lado y se acomodó para sentarse debajo de un árbol, a un metro de distancia de Kou.
De pronto ambos niños oyeron un ruido. Frey se detuvo a mitad de la flexión y Kou también levantó el rostro.
—¿Qué fue eso? —preguntó ella.
—Puede ser algún animal —respondió Kou más calmado, pero igual de alerta.
Se escucharon pisadas, ambos niños se levantaron y se acercaron con la guardia alta. De entre los árboles, dos siluetas más o menos visibles se aparecieron, estas hablaban pues los niños podían escuchar sus murmullos.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Kou fingiendo seguridad.
De uno de los troncos se asomó la figura de un hombre con una escopeta en manos, apuntó hacia los niños y estos se agacharon del susto. Detrás una segunda persona se acercó, este traía puesto un chaleco, su escopeta colgada del hombro y una linterna.
—¡Son solo niños! —dijo el segundo adulto.
—¡Ya sé! —respondió el primero— ¿Qué hacen aquí a estas horas? —cuestionó a ambos.
Frey y Kou se enderezaron, observaron a los señores, el sol no tardaba en salir, pero aun así les sorprendía que los hubiesen encontrado a esas horas.
—Nosotros... —titubeó Frey.
—Nos perdimos —interrumpió Kou.
La niña volteó a ver al chico, este le respondió la mirada con otra de seguridad.
—Nos perdimos —secundó ella.
—¿De dónde son? —preguntaba el señor de chaleco.
—De un pueblo cercano —mintió la niña.
Los señores ladeaban la cabeza pensando si creerles y no quitaban sus vistas de ellos. El que había llegado primero volteó a ver a su compañero.
—¿Cómo ves? —le preguntaba— ¿Nos sirven?
Frey y Kou comenzaron a sudar frío. «¿Nos sirven?» Pensaron los dos, ¡¿Cómo que "nos sirven"?!
—La niña, deshazte del niño.
Ambos chicos abrieron los ojos sorprendidos. El señor de chaleco levantó su escopeta y apuntó a Kou. Frey no quería, pero sí de eso dependía su supervivencia, tendría que utilizar sus poderes y sabrá Dios que podría hacerles.
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Editado: 16.10.2021