Durante la mañana se cambiaron y prepararon para salir. Habían desayunado huevos y un licuado, al menos no tendrían hambre hasta llegar a la capital del estado. Verían a las ocho de la mañana al amigo de su abuelo dos cuadras debajo de la casa de Cristian. Esta vez Frey partía con más confianza, ya no iba sola y había recibido mucha información, así como algunas armas que le servirían para defenderse. Kou hizo a un lado su negatividad contra Cris y ahora aceptaba el hecho de que el niño era necesario.
Cristian con toda emoción guardó algunas cosas útiles en su mochila; un par de artefactos, un libro que le servía de traductor, lámparas y hasta un kit de emergencia con vendas y agua oxigenada.
—Cuando crezca si no estudió medicina estudiaré enfermería, como mi mamá —le había contado el niño a Frey.
—Eso es grandioso —respondió ella con honestidad.
Así pues, cuando llegó el momento de salir de casa, don José pidió hablar un par de minutos con la emisaria antes de partir.
—Frey, acércate.
Los otros dos niños caminaron se adelantaron, no había que preocuparse, solo serían unos pocos minutos los que Frey se atrasaría.
—Cuida de mi nieto —pidió Don José—. Es lo último que me queda. Lo dejo ir porque sé que será de utilidad, les apoyará, pero por favor no lo abandonen. Te lo pido a ti como portadora.
Frey sintió un poco de presión, aunque el tono tierno y preocupado del señor le conmovió, por un momento vio reflejado el amor de su abuela en él. Le recordó cuando ella pedía a sus nietos que se llevarán bien. Frey asintió con la cabeza y los ojos ligeramente húmedos.
—Lo haré, los protegeré a todos.
***
El señor José se había despedido de su nieto con una mano alzada moviéndola de un lado a otro. Los vio partir sentados en atrás de la camioneta, entre cajas y guacales. Después volvió a casa, tomó sus cosas –frutas, verduras y un diablito donde colocar las cajas– y salió a vender. Tras de dos días de apoyo a los niños era momento de regresar a trabajar.
Hacía demasiado calor, el clima se sentía bochornoso y hasta húmedo, así que pronto llovería. Llegada las cuatro de la tarde y con pocas, pero suficientes ventas, Don José decidió que era hora de regresar a casa, un extraño presentimiento se lo pedía.
En su paso camino arriba –pues su hogar se encontraba en las faldas del cerro–, las nubes terminaron de cubrir el cielo y comenzó a llover, con rapidez el agua corría camino abajo por las calles empedradas del pueblo.
Don José llegó a su casa y estacionando su diablito trato de cubrir sus cajas con un poco de plástico y un trozo de cartón. Quiso bajar su mercancía, pero pronto escuchó un fuerte estruendo y el agua que caía desde el cerro empezó a bajar más rápido.
Al asomarse por las afueras de su casa se percató que cantidades grandes de tierra y lodo también empezaban a caer desprendiéndose del cerro; estaba por ocurrir un deslave.
Don José soltó su caja de frutas y trato de huir bajando por la calle, quizá no llegaría muy lejos, pero no tenía contemplado morir ahí. Recordó su casita y sus cosas, los códices e información y aún más importante, las fotos que le quedaban de su hija y de su nieto. Con miedo pensó en volver por ellos.
Al darse la vuelta se encontró una sorpresa: la silueta de una joven volando a gran velocidad para posicionarse, en altura, frente al cerro. Extendió sus manos como si quisiera detener algo muy pesado y empezó a elevarse.
El señor se quedó pasmado. Detrás los habitantes de casas cercanas también salían y veían lo mismo con temor y expectación. La tierra en deslave se detenía y aunque aún se resistían algunos trozos de lodo, la joven voladora no soltó su agarre. Don José veía como con más fuerza la chica comenzó a volar arrastrando con ella toda la tierra colina arriba.
Entonces una fuerte ventisca levantó el lodo que se había resistido a las órdenes de la chica. Otro joven volaba arriba de ellos arrastrando a su paso con el aire dicha tierra.
—¡Regresen a sus casas! Todo estará bien. —Una voz joven pedía por detrás.
El señor José volteó, se trataba de un muchacho, de unos quince años según calculó, quien daba las órdenes. Mientras hablaba usaba una mano en la cabeza y la otra alzada frente a él.
Cuando el joven se dio la vuelta y miró directo al señor José, esté le hizo señas con sus manos en señal de negación.
—¡No por favor! —suplicó el hombre, sabía que el joven usaba poder mental— ¡Ustedes deben ser la familia de Frey!
Dioney se detuvo al escuchar el nombre de su prima, por detrás del señor otra voz interfirió.
—¿Conoce a mi prima? —Era Froilán quién había bajado de arriba ayudando a Yuliana a detener el deslave.
Don José se giró a verlo, era de complexión delgada, lentes y tez morena. Detrás de él bajaba la chica que detuvo a la mismísima tierra.
—Sí, sí. Ustedes... ¡Ustedes son los otros emisarios!
—Emi... ¿Qué? —preguntaba Dioney.
—¡Dioney, Froilán, tenemos que hablar! —pronunció Yuliana.
Mientras ambos jóvenes mostraban rostros escépticos, la joven se abrió paso hasta llegar frente a Don José.
—¿Usted alojó a mi prima? —preguntó con incertidumbre.
—Ella está bien —pronunció el señor con calidez—, no va sola. La acompañan en su misión.
Yuliana sonrió agradecida. Don José entendió que ella ya sabía lo que era. La chica se volvió hacía su primo y su hermano, quienes aún no comprendían que sucedía.
—Yul ¿Qué pasa?
—Tenemos que hablar antes de alcanzar a Frey.
***
Horas atrás y después de la breve visita al hospital, Yuliana regresó a casa, tomó la primera mochila que tenía y en ella metió una linterna, algunas de sus herramientas usadas en sus expediciones universitarias y una cuerda.
¡Vaya fascinación la de los Viera por salir preparados!
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Editado: 16.10.2021