Por instinto, Frey se acercó un par de pasos a la figura de su abuela. Ahí estaba, frente a ella después de tres años.
—Mama Cami —sollozó con un hilo de voz.
De pronto se detuvo, se dio cuenta de que sus ojos se habían vuelto cristalinos y que sus ansias por un abrazo la carcomían apenas la vio.
—No te detengas mi niña —pidió la imagen—. Estoy contigo, de nuevo.
La abuela le sonrió con dulzura, tal como cuando vivía. Frey sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Algo no estaba bien, su abuela lucía de maravilla, como si nada le hubiese pasado. Era una representación más amigable a la última vez que la vio, cuando la encontró en aquella habitación y después al verla en su ataúd.
La imagen extendió sus brazos. Frey no se movió, pero moría por lanzarse encima y recibir un abrazo de esos que le calmaban en los peores momentos.
—Sé lo que quieres. —Resonó una voz; la de la Diosa Negra— Yo puedo traerla de vuelta, es lo que deseas, ¿no?
Frey se quedó a mitad de pasillo. Temblaba porque, aunque la imagen de su abuela estaba ahí frente a ella, sonriendo como solía hacerlo, en el fondo su instinto le decía que no era la misma.
—Vamos mi niña —insistió la imagen—. Volveremos a estar juntas, sabes que te quiero.
—Hazlo. —Otra voz detrás le incitó a cruzar la puerta, era la figura de Yuliana— Y lárgate de una vez.
Frey se quedó quieta, miró de reojo por encima de su hombro, las imágenes de sus primos le decían adiós con una mano y sonrisas socarronas, incluyendo a su hermana, quién reía con más inocencia, pero aun denostando burla en su rostro.
—Todo lo que quieras, las personas a las que extrañas y el respeto que anhelas, será tuyo —susurró suave la voz de la Diosa Negra.
La niña cambió su rostro a uno de confusión. ¡No!, esto no estaba bien.
—Frey —llamó de nuevo su abuela—, ven aquí mi niña. Nunca más van a volver a separarnos.
Dudó de su decisión, pero al final se acercó, rozó con una mano la puerta y antes de cruzar el umbral la cerró con brusquedad. Se dio la vuelta y dijo con convicción:
—Lo siento, tu propuesta llegó dos años tarde.
Y sin temor alguno, uso su don de agua para crear una tormenta eléctrica dentro del pasillo; truenos y rayos aparecieron. Sus ojos y manos brillaron una vez más azul y tanto las puertas como los cuadros se reventaron con la fuerza de un relámpago.
Parecía que Frey perdería el control, pero se encontró con un poder que hasta ahora no había manifestado. Alzó las manos agarrando fuerza y al bajarlas una onda expansiva se esparció por el pasillo eliminando todo rastro de la ilusión.
Se encontró con que siempre estuvo en el salón principal. Algunas Tzitzimimes que estaban ahí, se acercaron dispuestas a atacar, pero Frey se defendió con sus rayos.
Detrás se aproximaron otras dos a las que alejó con el golpe de un campo de fuerza.
Dio una pirueta y tomó de su cinturón dos navajas, una la lanzó a una de las estrellas, sabía que no sería suficiente, pero por lo menos haría lo posible por no caer en sus garras.
Se barrió por debajo de una mesa y volvió a atacar haciendo ademanes con sus manos. Les lanzaba rayos o las arrojaba por los aires; esa última habilidad era nueva.
Buscó la salida y pensó en un plan para rescatar a sus primos. Se fue acercando al muro, huiría atravesándola, creía saber a dónde ir. Era una contra diez estrellas de la noche, las cuales gritaban, pero aún no tan fuerte como la de hace unos días.
Alcanzó su objetivo y tras atravesar la pared, sabía que tenía pocos segundos antes que la siguieran. Se encontró en otro pasillo, corrió. Debía llegar a las habitaciones, una en específico.
Una Tzitzimime salió del salón, la siguió y a esa se sumaron dos más. Entonces reconoció a la estrella gritona de la otra noche e identificó su intención.
La Tzitzimime estaba preparándose para emitir su chillido cuando Kou apareció de entre las escaleras y de un solo tajo le cortó la garganta.
El chico cayó de rodillas y la criatura enmudeció. Un líquido naranja borboteaba de su cuello. Acababa de cortarla con una navaja de ámbar; la piedra de fuego.
Las otras dos se manifestaron furiosas. Chillaron y de manera peligrosa se acercaron a mayor velocidad.
—Agáchate —ordenó Kou mirándola sobre su hombro.
—¡Cuidado! —gritó Cristian detrás.
Frey obedeció y se echó al suelo, lo mismo Kousei; por encima de sus cabezas un par de flechas volaron, una seguida de la otra alcanzando a las Tzitzimimes justo en el pecho.
Las puntas eran de ámbar. Las estrellas de la noche chillaron, se retorcieron y grietas naranjas invadieron sus cuerpos. De pronto comenzaron a quemarse. Kou se levantó y se acercó a Frey, la ayudo a ponerse de pie. Enseguida llegó Cris, tomó a su amiga del otro brazo y le indicó con un movimiento de cabeza que era hora de correr.
—Tenemos que irnos.
—Pero mis primos...
—No te preocupes, sabemos dónde están —respondió Kou.
La niña agradeció con la mirada y los tres huyeron por el pasillo. Giraron en dirección a una de las habitaciones y se adentraron en ella. Frey la reconoció: en el pasado ahí había manifestado sus poderes por primera vez al entrar a esa casa tras la absurda apuesta de Froilán.
—Este cuarto... —murmuró Frey.
—Está hechizado —informó Cris.
—¿Qué?
—Lo está —reiteró Kou, tomó su mochila y sacó el diario que Yuliana había cargado consigo—. Leyó Cris, hasta ahora es único lugar seguro de casa. No pueden entrar nuestros enemigos.
Frey recorrió la habitación con la vista, seguía intacto, tal cual la última vez que estuvo ahí.
—Y no es todo —dijo Cristian, quien se acercó a una pared, golpeó un par de veces y se abrió un camino secreto— por aquí podemos escabullirnos y rescatar a tus primos.
—Pero ellos, no sé dónde están.
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Editado: 16.10.2021