“Kirito. Nuestros caminos a partir de ahora tendrán que dividirse, me agradó pasar y compartir tiempo contigo, pero me temo que ya no puede ser así. Tengo una misión que cumplir y te pido encarecidamente que si llegas a toparte con algún rastro que pueda llevarte a mi lo ignores. Nunca fui del todo sincera contigo, la razón por la cual temía que te hicieras daño fue porque tuve un hijo muy parecido a ti y por desgracia lo perdí en vida. Debes saber que haría lo que fuera para tenerlo de vuelta, incluso si me mentía a mi misma conque eras tú. Fue un largo mes donde compartimos como madre e hijo y estoy segura de que tú también lo sentías así, asi que, si sientes algún remordimiento por no externar ese bello sentimiento familiar por favor abandónalo. Yo tampoco tuve el suficiente valor para afrontarlo. Dejaré la espada y algo más contigo. Desde el primer día que te conocí dije que no iba a dejar que perdieras el control y cedieras tu voluntad de oro de salvar al mundo por la de destruirlo. El collar te ayudará a mantener tu oscuro poder bajo control, así que úsalo en todo momento. Está hecho con todo el amor de madre que puedo darte. Quédate con la casa, yo tengo muchas. Por favor, cuídate mucho. Yo te estaré cuidando de lejos pero no cometas imprudencias. Procura cuidar tu alimentación. Tal vez en algún momento nuestros caminos puedan unirse una vez más, pero hasta entonces adiós, hijo mío. Con amor, tu madre.”
Esa es la carta con la que desperté esta mañana. A pesar de haber decidido marcharme de alguna manera existía dentro de mi una sensación dolorosa por su despedida. Fue tan drástica que nunca me esperé que ella pudiese ser quien se marchara al final. Ella pidió con tanto descaro y egoísmo que no me atreva nunca a buscarla o a seguir los rastros que pueda encontrar por casualidad, pero es una idea que no pensaba obedecer. Uno de los hechizos que practiqué durante mi instancia me ayudaba precisamente a rastrear a la gente y eso mismo iba a hacer. Con mi oscura gabardina, armado con la misma y fragmentada espada vieja. Sé el regalo que ella me hizo al entregarme “La Sinfonía de Plata” Pero no quería que se dañara tan pronto, así que fue guardada dentro del anillo mágico. En mi cuello, llevaba el collar que me entregó. Era tiempo de partir. Mis ojos oscuros cambiaron de un color de forma repentina en un color verde brillante. En automático mi campo de visión reflejó en el suelo pisadas brillantes que fui siguiendo a través del bosque. Este lugar era nuevo. No reconocía el bosque en el que estaba, sobre todo por la presencia cercana de un enorme lago a la lejanía, asi que, Eir transportó la cabaña a otro lugar, tal vez a la ubicación de otro de sus hogares para así poder irse. Aun así, había huellas que seguir. Por muy hermoso que fuese el lugar no tenía tiempo de admirarlo o quedarme viendo. Tal vez algún día… Pero por ahora no.
Pasaron por lo menos unas dos horas cuando el rastro de Eir me guiaba hacia un pueblo cercano, pero había algo extraño; había gritos y escuchaba claramente el sonido de esas abismales bestias rugir y combatir, el olor a sangre estaba presente en el ambiente y cuando comencé a correr entre la maleza y los árboles mis ojos verdosos volvieron a opacarse al tomar su color natural. Finalmente sentí la brisa del aire en mi rostro y pude contemplar a pocos metros de distancia una lucha feroz entre un grupo de demonios considerablemente alto y cuatro guerreros que demostraban una habilidad impresionante en combate, empezando por un gran guerrero corpulento luciendo sus músculos poderosos en combate. Su ancha complexión resaltaba del resto y lucía más grande que los demonios superándolos quizá por algunos pares de centímetros. Una figura imponente de dos metros y medio tal vez. Ese hombre corpulento poseía una melena alborotada por el combate de considerable extensión que caía alrededor de sus hombros como un león, Su combate agresivo contra los seres bastaba con usar su cuerpo para derribarlos y rematarlos con una imponente maza que portaba en una de sus manos, en la otra un hacha robusta de doble filo con la que decapitaba cabezas. Cortar y aplastar. Quién lo acompañaba en el frente era una figura femenina mucho más diminuta que él en comparación, quizás tenga mi atura de un metro y setenta o tal vez un poco menos. Usaba dos alargados cuchillos como arma siendo muy letal en combate. Todos sus movimientos acrobáticos eran impresionantes, no desperdiciaba ni un solo segundo. Ella es excepcionalmente letal. Un cabello negro abundante, largo y recogido con una coleta dejando un par de mechones que caían alrededor de su frente, su bronceada piel relucía ante el sol del atardecer y parte de su figura expuesta por su peculiar atuendo que le permitía ser tan flexible. En primera instancia era corto descubriendo sus muslos, portando unas botas oscuras de cuero. La vestimenta predominante de la mujer era el color negro portando además una túnica oscura de cuello alto que se balanceaba con la gracia de su danza mientras la sangre salpicaba en el aire a través de sus ejecuciones. Podía luchar con tanta libertad porque alguien cubría sus puntos ciegos. Cuando parecía que iban a atravesarla pude alcanzar a apreciar como el impacto de una flecha impidió ese suceso. No fue tan difícil seguir la trayectoria inversa de la flecha, pero, espera, algo extraño sucedía. La flecha fue clavada justo como si yo la hubiese disparado desde mi posición, unos ángulos más arriba y fue entonces cuando alcé la vista que observé a un arquero montado en un árbol.
— ¿Oh? Finalmente te diste cuenta. Ten cuidado o te lastimarás niño. —pronunció con un tono soberbio aquel mientras disparaba tres flechas al mismo tiempo.
Pude observar como las tres acertaron, estaba impresionado ya que la distancia a la que estábamos quizás era un poco menos de 50 metros.
Editado: 21.04.2024