La nena está en cama con fiebre y el padre vino a visitarla. Me llevo civilizadamente con el tipo... quiero decir, no somos amigos, pero nos saludamos, cambiamos un par de palabras sobre el tiempo o lo que cuesta estacionar en esta zona donde hace poco nos mudamos con su ex... entiendo eso de las familias integradas, claro... sin embargo, al ratito que llega me voy, pretextando una diligencia.
El problema con este complejo edilicio es tomarle la mano a los ascensores. El otro día, con mi mujer, descubrimos que hay uno que no solo funciona en sentido vertical, ascendente y descendente, como todo ascensor, sino que también lo hace en sentido horizontal.
O sea, va atravesando distintas alas del edificio, por lo cual la forma de llegar a tu piso se asemeja a la de un colectivo que tiene muchísimas paradas a lo largo de un intrincado recorrido que nunca terminás de entender, ya que pasás hasta tres veces por un mismo lugar, desde diferentes ángulos.
Pero encima, el complejo no es sólo habitacional, también alberga un hospital.
Entonces tenés que tener en claro cuáles son los ascensores exclusivos de los camilleros, inclusive de los médicos, que constituyen como una casta, diferenciada de los que habitan allí.
La cuestión es que ahora salgo al pasillo justo cuando están por partir dos elevadores en los que cabría perfectamente, pero suben médicos y ni ahí de considerarme, como si fuese invisible.
Me queda un tercero, el del medio, que nunca había tomado. Apreto planta baja, pero al llegar no se detiene. Cambia la marcha a horizontal y sale del edificio.
No entiendo el sentido, pero como no tengo nada para hacer -salvo hacer tiempo- y las paredes son vidriadas, me digo que no viene mal conocer algo del barrio así, protegido en esa especie de tranvía encapsulado, ya que me dijeron que hay zonas poco recomendables.
Parece ser cierto. Carritos de basura, perros, casas precarias.
Un muchacho y una chica baten tapas de cacerolas en la puerta de un localsucho de comercio, de forma agresiva. Creo entender que le reclaman algo al dueño, que está como atrincherado.
Por fin el ascensor-tranvía llega a un puestito sanitario compuesto de varios consultorios en hilera, con techo de chapa, pero sin paredes al frente. Están prácticamente a la intemperie médicos, pacientes y camillas. Hoy el día es apacible, pero me imagino que no será nada grato atenderse ahí en pleno invierno, pobre gente.
Termino de entender el sentido de la travesía cuando el ascensor-tranvía para frente a uno de los consultorios y sube un practicante.
Lo habrían pedido desde allí, seguramente para traslado al edificio principal del hospital, del cual estos consultorios deben constituir un anexo.
Todo esto lo deduzco sin que el practicante me lo diga.
Lo que sí me comenta es que lo llamaron por una urgencia. Un nenito se asustó de una cucaracha y el afán de huir del insecto perdió una mano.