Librería Libertador. Mesa de saldos de cómics. Gordito treintañero de short y remera selecciona tomos de superhéroes. Lo hace de forma rápida y estrepitosa. Con absoluta seguridad aparta ejemplares de las intrincadas sagas, tarea que sólo puede llevar a cabo un nerd altamente especializado. Se ha adueñado de la mesa. Despliega pilas a diestra y siniestra, arriba, abajo y en el centro también. Una freak despistada se acerca, se agacha y toma cuatro de esas revistas que habían quedado un tanto alejadas del radio de acción del gordito, quien sin embargo advierte de inmediato la sacrílega intromisión. Su rostro se transfigura. Hace el mismo pucherito de impotencia que debía hacer a los tres años cuando otro pibito le agarraba un juguete y no estaba la mamá cerca para poner las cosas en orden.
El gordito nerd se encuentra ante una situación límite, quizá una de las más difíciles que le ha tocado atravesar en toda su existencia. No sólo se ve compelido a defender su tesoro, sino que además debe hacerlo frente a un espécimen de género extraño, al cual no acostumbra frecuentar, salvo en el reducido ámbito familiar. Se arma entonces de todo su valor para articular una frase. Una frase, báh... lo que le sale es una especie de sollozo estrangulado, a medio camino entre la ira y la indignación. Algo que suena parecido a: "eh, que ésas las separé yo!". A la poca audibilidad de ese estertor, de ese gemido lastimero, se suma el despiste de la freak, que sigue impasible toqueteando las revistas, ajena por completo a la tragedia que ha desencadenado. Este fracaso, después de tal sobrehumano esfuerzo, violenta aún más al gordo, que termina acercándose y tocando repetidas veces con un dedo el hombro de la chica agachada, quien ahora sí, alza la vista hacia él...
Una transformación parece operarse internamente en el nerd. Una mujer, un ser exótico, deseable e inferior, lo está mirando a los ojos. El debe dudar de la capacidad de entendimiento de dicho ser, y apela entonces a un recurso increíble: gesticula.
Empieza por dibujar una grotesca mueca que intenta ser una sonrisa, y como si dijese "Yo Tarzán, tú Jane" -pero no por limitación de su propio lenguaje, sino por la capacidad de comprensión de la receptora, que hasta puede que sea sorda, quién sabe-, con una energía proveniente de su violencia interior, señala las revistas, para luego volver el gesto hacia sí mismo, marcando de ese modo territorio, denotando la pertenencia.
Jane... digo, la freak..., después de un instante de asombro, capta el mensaje y deja los tomitos en su lugar.
No bien ella se aleja, el nerd concentra todo su botín en un punto cercano a él, para que ninguna otra confusión desagradable vuelva a perturbar su tarde ni su vida.
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