Desde la estación la vista a la ciudad era prodigiosa. O hacía mucho tiempo que yo no llegaba en tren, o estaba soñando, siendo esto lo más probable.
Era de noche, y descendían muy pocos pasajeros.
Lo curioso es que siguiendo el sector iluminado de la estación se llegaba a un barrio sórdido. Y por el contrario, la zona sombría daba acceso a los monumentales edificios.
Una muchacha, que había bajado del tren a la par de mí, dudaba hacia donde dirigirse. Enfiló para el lado de la luz. Yo temía que de advertirle que no convenía ir por allí, sino por la parte oscura, desconfiase. Pero algo la hizo volver y preguntarme. Aceptó mi indicación de forma natural y transitamos juntos el sector lóbrego. Yo le señalaba a lo lejos las columnas iluminadas que se avizoraban y le informaba a qué edificio pertenecían, con la intención de afirmar su confianza. Ella, al parecer, no lo necesitaba, porque de inmediato, en forma desenvuelta, se puso a comentar el estilo arquitectónico. Era una muchacha instruida, agradable, y su conversación resultaba interesante. Mientras la escuchaba y nos acercábamos a la zona edificada, tuve un déjà vu: esas columnas no se correspondían con ningún edificio de la ciudad... me habían aparecido en un sueño muy lejano.
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