Dejamos que Zet nos guiara por el bosque, Alonso y yo íbamos a pie mientras Alberto iba en uno de los caballos, Alonso había asimilado a su invocación por precaución; yo no podía hacerlo; por lo tanto, mis cicatrices empezaron a abrirse por el esfuerzo. Me pregunté cómo estaría Alberto, ya que su herida era más profunda. Avancé más lejos de lo que pensé, cuando Alonso me tomó del hombro deteniéndome.
—Debimos quedarnos un día más —señaló mis quemaduras y después a Alberto.
—Pero ya estamos aquí, no vamos a regresar —dijo Alberto estirándose en el caballo. Se podía ver una ligera mancha de sangre en su ropa. Bajé la mirada a mis cicatrices que también se habían abierto, de ellas brotaban unas líneas de sangre.
—No tenemos que apurarnos tanto. —Me senté al pie de un árbol, y limpié mis heridas. No me sentía cansado, pero el dolor empezaba a molestar.
—Siempre andamos apurados. —Alberto sonrió ocultando una mueca de dolor mientras bajaba del caballo y se tendía en la grama; a lo que Alonso se mofó.
—Claro, como tú no hiciste nada —recriminé mientras tomaba un sorbo de agua.
—¿Cómo qué no? —se sentó cerca de nosotros—, yo fui el factor sorpresa. —Reímos despreocupados.
La risa de Alberto provocó que se doblara de dolor, lo que causó que riéramos más. Conversamos cosas sin sentido haciendo bromas por mucho tiempo; ya se empezaban a asomar los primeros vestigios del amanecer, se sentía la aurora cayendo en el bosque y humedeciendo todo a nuestro alrededor. Una brisa fresca alivió el ardor de mis quemaduras y el canto de las aves empezó a escucharse en el bosque.
—Ya empezó la bulla, sigamos —les dije poniéndome de pie, ambos asintieron levantándose con lentitud.
Alonso iba adelante, al lado de Zet; yo trotaba al lado de Alberto, que iba en el caballo. Dejamos de hablar durante el camino. La luz del sol empezó a entrar más, los árboles ya no eran tan frondosos, incluso algunos estaban por la mitad. Alonso señaló las puntas de estos, algunos daban la impresión de que eran ramas quemadas. Cuanto más avanzamos menos árboles y vegetación había; aminoramos el paso esperando ver la cueva, pero no había nada cerca y Zet siguió el camino sin detenerse. Compartimos una mirada llena de dudas, pero mantuvimos el paso. Pasamos por una parte del bosque en la que solo había tierra y palos secos, que le daba un aspecto muy tenebroso.
—En buena hora que no pasamos por aquí de noche —comentó Alonso—, hubiera sido muy espeluznante ¿no lo creen?
Tenía razón, esa parte del bosque daba miedo, no había nada vivo y la tierra era negra como cenizas. El aire se sentía pesado y frio, como si se tratara de un cementerio abandonado. El área era muy grande, demoramos mucho para poder cruzar y volver a entrar al bosque y a la bulla, lo que me pareció más gratificante después de pasar por esa parte.
—El ambiente estuvo demasiado pesado en ese lugar. —No podía dejar de sentir un estremecimiento en mi cuerpo.
—Pareciera que en ese lugar murieron muchos a manos del dragón —respondió Alberto.
—Muy pesado para que sean unos cuantos pobladores, además el área es muy grande. —Alonso tenía razón en eso.
—Entonces debió ser una gran batalla —agregó Alberto.
—Por lo que me contó la señora, pudo ser incluso una de las primeras batallas contra el hechicero. —Volví a recordar lo que me había contado Nana; analicé todo lo que me dijo, no podía dejar nada suelto; a lo mejor había algún indicio, o a lo mejor no dijo todo lo que sabía en realidad.
Continuamos el avance a través del bosque sin detenernos. Por la posición de las sombras era aproximadamente medio día, y el cansancio empezaba a asomarse en Alberto y en mí, las heridas estaban volviendo a sangrar; aunque poco. Estábamos preocupados por si el dragón se había recuperado; yo guardaba la esperanza de que ya estuviera muerto, o al menos, muy herido para que Alonso pudiera matarlo solo. Zet notó que mis heridas volvieron a sangrar y se detuvo, pero le hice un ademán para que continuara; quería llegar y acabar con todo antes de que anocheciera. De todas maneras, disminuyó el paso, nos demoramos más, pero al menos fue más fácil, Alonso se estaba conteniendo, pero no dijo nada y trató de ocultar su molestia.
—¿Trajimos algo de comer? —Rompió el silencio.
—Yo no traje nada —respondí al tiempo que ambos volteábamos a ver a Alberto.
—Sí, hay comida en los caballos —señaló al que iba detrás de nosotros—, pero no es mucha.
—¿Creen que podamos comernos al dragón? —Volteé a ver a Alonso sorprendido por la seriedad con la que lo preguntó.
—Tendríamos que probar —consideró Alberto antes de que yo pudiera decir algo. Esperé por un momento pensando que se reirían, pero ambos se habían tomado en serio la idea.
—El hambre les está haciendo hablar tonteras. —Traté de ocultar mi asombro, pero los dos siguieron hablando de cómo podrían cocinarlo y que partes serían las que deberían de comer, mientras, Alonso nos pasó algo de comida.
—¿Por qué la cara? —quiso saber Alberto.
—Porque la broma se está pasando del límite. —Los dos soltaron una risotada.
—Es un animal, tiene carne y huesos —puntualizó Alonso entre risas— ¿Qué le ves de malo?
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Editado: 02.08.2022