Caminé con lentitud de regreso donde los demás, mientras me debatía si debía contarles todo lo que había visto o solo algunas cosas.
—Yo confío en ellos —sentencié. En eso, pude divisar un delgado hilo de humo, debía tratarse de la fogata de Alonso—. El poder de las runas es abrumador, pero creo que es lo que necesitamos para salir de aquí, además ninguno de los tres piensa quedarse. —Me conformé con la decisión que tomé. Cuando llegué, Alberto ya estaba de vuelta y Alonso sacaba unas carnes del fuego.
Mientras comíamos les conté lo que había visto. Relaté las imágenes sobre Arturo, el dragón dorado, y lo que pude ver sobre el poder de las runas.
—Mi capitán cada vez que se pasaba de copas me hablaba de un dragón dorado que derrotó al hechicero —comentó asombrado—, siempre pensé que eran delirios del alcohol.
—Ahora muchas cosas tienen más sentido —agregó Alonso—, pero ¿qué clase de poderes otorgan las runas?, o sea, nos ha dado fuerza y resistencia, pero según los recuerdos que has visto, son mucho más poderosas de lo que estamos imaginando.
—Supongo que además de lo que conocemos, dan dominio sobre los elementos que están inscritos en ellas —le contesté.
—¿A qué te refieres?
—Por ejemplo, la runa grabada en los guerreros del sol es igual a la marca que tienes —señalé el pecho de Alberto.
—¿Le viste la marca? —preguntaron al unísono.
—En los recuerdos del guerrero no, pero se la vi a Izmar. Ella me dijo que era la misma que la de su padre, Arturo.
—O sea, ¿la viste sin ropa? Perro. —Rieron juntos.
—No pienses tonteras, su marca está en la espalda, al comienzo del cuello; y me la mostró la noche que nos fuimos.
—Pero ¿Qué te hace pensar que esa marca les da el control sobre el fuego? según nos cuentas, ellos entrenan para eso —preguntó Alonso mientras Alberto se revisaba la marca.
—No. La noche que pasamos en su casa tuvo una pesadilla y empezó a despedir fuego por las manos. Según su abuela, desde pequeña tiene ese problema, ya que es la herencia de los guerreros del sol.
—Eso quiere decir… que yo puedo controlar el fuego —afirmó Alberto.
—En teoría sí. Todos deberíamos ser capaces de controlar el elemento que dice nuestra marca.
—Entonces ¿Qué significan? —me preguntó Alonso.
—No tengo ni idea.
—Tendremos que averiguar más. Ahora, ¿Qué otros poderes nos dan estas marcas? —continuó Alberto.
—Fuerza, resistencia, recuperación acelerada, control de elementos, ¿Qué más quieres que nos dé? —le refutó Alonso.
—No es que quiera que nos de algo más, solo que tengo una duda —respondió Alberto—. En los recuerdos dice que nadie sobrevive al viaje interdimensional, pero el hechicero sobrevivió, y nosotros también.
—¿Y qué tenemos en común con el hechicero? —pregunté.
—Las runas —contestó Alonso sorprendido.
—Exacto, las runas nos protegieron.
—No creo que nos protegieran, sino que nos dio el poder necesario para sobrevivir —concluyó Alberto.
—¿Quiere decir que usar las runas nos salvó la vida? —Alonso soltó la pregunta.
—Yo creo que sí, nos salvó, pero utilizó casi toda nuestra energía vital, por eso aparecimos como niños y eso indica que sí podremos volver a nuestro mundo. —Sonreí ilusionado con la idea—. Ahora que hemos logrado controlar el poder de las runas, al menos de forma básica.
El pensar en volver me ponía de buen humor, y pensar que podría volver con este cuerpo, Emma se sorprendería demasiado.
—Volver con este poder gracias a la protección de las runas.
—Eso sería perfecto, nos ayudaría a enfrentar al hechicero. —La declaración de Alonso nos quitó la sonrisa.
—Tienes razón, él está en nuestro mundo, y solo Dios sabe lo que estará haciendo. —La preocupación se implantó en nuestros rostros, no quería imaginar lo que podría pasar, solo me embargó la ansiedad de querer volver.
—Tenemos que apresurarnos a volver; nuestras familias, todo el mundo puede estar en peligro. —Alberto se paró comenzando a caminar de un lado a otro.
Me acerqué a él tomándolo por el hombro.
—No desesperemos ahora, tenemos que mantener la cabeza fría para no cometer errores que nos demoren más.
No dijimos nada más; solo nos dedicamos a recoger las cosas para reanudar la travesía. Comimos mientras descendíamos de la montaña. Nadie decía nada, pero todos sentíamos algo de temor por volver a nuestro mundo. Lo peor de todo es que nosotros habíamos abierto la puerta a ese demonio, era nuestra culpa; lo habíamos dejado entrar a nuestro hogar. Era verdad que las cosas eran muy diferentes allá, pero once años era tiempo suficiente para lograr mucho, en especial con su poder.
Troté al lado de los caballos, Alonso iba a mi derecha, y Alberto estaba delante de nosotros aumentando el paso cada vez más. La preocupación de volver y de lo que ese hechicero estuviera haciendo en nuestra tierra era mayor para él. Recién teníamos dos runas e íbamos por la tercera; estábamos apenas a la mitad del camino. Lo peor era que después del dragón que íbamos a matar; no sabía dónde buscar; no tenía idea de cuántos años más demoraríamos en volver. Sabía que tenía que controlarme y concentrarme en el camino, ya que bajar por en medio de la montaña no era una tarea tan sencilla, y podríamos lastimar a los caballos si seguíamos presionándolos.
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Editado: 02.08.2022