El viaje por la zona montañosa del norte de Agregord, se volvió el más difícil que habíamos tenido. Las innumerables tormentas de nieve evitaban que pudiéramos continuar con normalidad; ni siquiera durante el día; ya que las tormentas dejaban metros de nieve.
En las noches permanecíamos en refugios, mientras agradecíamos los ropajes que nos dio el señor Clavel y su esposa, quienes habían previsto la falta que nos harían. El tema de lo que pasó en la isla y de la conversación que tuvo Alonso con ellos aún se mantenía en cautela. Evitábamos mencionarlo, a pesar de casi un mes había pasado desde que iniciamos la travesía por los picos montañosos.
Nuestras raciones de comida empezaron a faltar. Al no tener nada que cazar, tomamos la decisión de no comer todos los días; tratamos de racionar el alimento hasta llegar a la aldea de los súcubos.
La forma más rápida era por mar, pero al haber tenido complicaciones con el Archiduque, preferimos no arriesgarnos; y dimos por sentado que cruzar la cadena montañosa sería tan fácil como las demás; que equivocados estábamos.
—Por fin se puede ver el pueblo —alentó Alberto señalando hacia adelante.
—Aún está muy lejos —se desanimó Miguel al detenerse a su lado— son como cuatro días más de viaje.
—¿Solo cuatro días? —le dije—. Tenemos un mes viajando por tres montañas, esto es un camino cuesta abajo, nos tomará menos tiempo.
—Si nos hacemos bolita y nos dejamos caer, llegamos en un día —bromeó Christian.
Reímos y cargamos nuestras cosas para emprender el descenso hacia el pueblo. Cada uno llevaba su equipaje, nuestras invocaciones nos ayudaron también, ya que los caballos habían muerto en la primera semana por un descuido. Había sido durante la noche más helada de todo el viaje. nosotros nos abrigamos; pero olvidamos a los caballos y ahora pagábamos las consecuencias.
El descenso no fue tan complicado como se veía, solo nos tomó un día llegar a la ladera de la montaña. Los árboles eran más escasos, lo que nos facilitó encontrar un claro para acampar y pasar la noche. Por fortuna no nevó y el frío no fue tan intenso.
En la mañana, nos pusimos en marcha muy temprano, logrando salir del bosque apenas a una hora de camino. La muralla de madera del pueblo se distinguía a la distancia, era un campo abierto de un kilómetro (a buen cálculo), y al paso que íbamos, llegaríamos pronto al pueblo.
—¡Deténganse! —Oímos un grito a la distancia, una persona en la puerta empezó a hacernos señas— ¡Ese no es el camino!
La persona salió del pueblo haciendo señas para que retrocediéramos. Alberto se agachó y limpió el suelo donde estábamos parados; notamos que era una capa de hielo.
—El agua está congelada —advirtió—. Retrocedan con cuidado.
Cogimos las cosas y nos separamos para no hacer mucha presión en un solo punto. Regresamos al bosque, la persona que nos advirtió del peligro se encontraba a la mitad del campo abierto. Caminó en línea recta alejándose cada vez más de nuestra posición, levantó las manos e hizo señas para que fuésemos hacia él.
—¿Qué los trae por aquí? —preguntó manteniendo su distancia.
—Venimos en busca de provisiones y un lugar de descanso —contestó Christian.
—Tenemos todo lo que necesitan, por un cómodo precio —dijo acercándose a nosotros. Era una mujer de piel pálida y cabello rubio opaco—. También podemos brindarles algunas cosas más que podrían desear después de tan largo viaje. —Sonrió con picardía e hizo un amago para que la siguiéramos—. Caminen en línea recta por donde yo piso.
Christian no dudó en seguirla, había olvidado la debilidad que tenía por las mujeres con ese tono de cabello. Era la primera vez que veía a una mujer rubia en este mundo, pero no le di mucha importancia.
Al entrar al pueblo el clima cambio de manera drástica. El ambiente era cálido, de pronto las ropas que teníamos encima nos sofocaban. La mujer con amabilidad nos ofreció dejar nuestros abrigos en una cabaña vacía. Se acercó a Christian, y pasó las manos por su cuerpo ayudándolo a quitarse las prendas de una manera muy sensual; se acercó a su oído y le susurró algo que provocó que Christian sonriera. Este la tomó por la cintura, pero ella se alejó con una sonrisa victoriosa.
Naythiry no estaba conforme con eso, le susurró sus dudas a Miguel, pero el negó con la cabeza.
—Pierda cuidado mi señora —le dijo la mujer—, no somos un pueblo de ladrones y mucho menos nos atreveríamos a hacer algo en contra de una ancestral. —Le sonrió mientras tomaba del brazo a Christian y refregaba sus senos contra él.
—¿Cómo es que…? —Naythiry intentó formular la pregunta cuando un ser se acercó a nosotros.
—Reconocemos esas marcas en cualquier lugar —interrumpió.
Era un ser de estatura regular, tenía la piel color ceniza, y no tenía cabello, ni nariz; solo un par de líneas por donde parecía respirar. Debajo de esos; unos labios lineales, que marcaban sus expresiones y dejaban ver unos ligeros colmillos cuando hablaba; sus ojos eran parecidos a los de una serpiente, de un verde claro, con rastros rojos alrededor de su pupila. Su cuerpo era fornido, con brazos largos y fibrosos que terminaban en dedos largos con afiladas uñas; en su espalda se podía ver un par de alas membranosas que estaban plegadas.
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Editado: 02.08.2022