—¡Catalina! —me llamó con severidad Alex.
Doy un salto ante su presencia notando como arruga el ceño molesto. Dejó la ropa seca que acababa de descolgar ayudando a Sofia en las manos de la joven empleada ante la señal del hombre a que lo acompañe. Avanzamos casi corriendo por los pasillos.
—No es la tarea de una sirvienta de los amos andar recogiendo la ropa seca —me reprendió—. Tu labor es quedarte en tu habitación y esperar que tu amo requiera tus servicios.
—Solo estaba ayudando a Sofia —murmuré creyendo no ser oída.
—¡No lo vuelvas a hacer! —me dio un grito volteando— Deberías estar siquiera agradecida de estar en esta posición, durante mis años de servicio conocí a muchas chicas humanas que solo llegaron a este lugar a sufrir como alimento o juguetes.
Abrí los ojos sorprendida ante su brusco cambio y lo que acababa de decir sobre mujeres humanas que solo han sido traídas a este lugar a padecer dolor, me es difícil imaginarme a Cristóbal e incluso a Víctor como torturadores. Suspiró dándose cuenta de la expresión de mi rostro y bajando el tono agregó.
—No busques que los amos se terminen aburriendo de tu ineptitud y termines de una forma que no te gustaría.
—Lo siento —señalé notando la preocupación que ahora se dibuja en su mirada.
—El amo está buscándote hace media hora, esperemos que no esté tan molesto —dio dos golpes a la puerta de la habitación de Víctor.
Hubo un prolongado silencio, hasta que una voz en un tono frio y molesto irrumpió su propio mutismo.
—Pasa.
Alex abrió la puerta y entró primero. Inclinó la cabeza en saludo y lo imité, dándome cuenta de la adusta mirada de Víctor, quien con la camisa desabrochaba estaba sentado frente a su escritorio con uno de sus brazos apoyado en el mesón.
—Vaya así que la señorita importante hizo su aparición —señaló con ironía—. Gracias Alex, déjanos solos.
El hombre salió de la sala y yo me quede aquí con ansias de huir, más al notar como los negros ojos de Víctor no dejaban de contemplarme mostrándome lo fastidiado que se encontraba. Carraspeó y se levantó bruscamente de su asiento.
—Espero que no se vuelva a repetir —me amenazó señalándome al pasar cerca de mi lado.
Arrugué el ceño musitando un leve "sí".
—¡Sí, amo! —me corrigió levantando su voz.
—Sí, amo —repetí apretando los dientes.
—Eres una cabeza dura —murmuró abrochándose la camisa—. Toma ese candelabro y sígueme.
Extrañada lo tomé, si hay luz eléctrica ¿Para qué lo necesita? Víctor tomó un cuaderno de notas y un lápiz. Abrió la puerta y salimos caminando al pasillo en silencio, parece estar demasiado metido en sus pensamientos que camina a una rapidez que se me hace difícil seguirlo con el pomposo vestido de la servidumbre. Mientras caminamos noto que bajamos unas escaleras que ya antes me habían dicho que estaba prohibido.
Nos detuvimos frente a una puerta de acero. Víctor saco un manojo de llaves y abrió los tres cerrojos de dicha puerta. Luego la empujó con fuerzas, parece ser muy pesada. El olor a encierro nos inundó, es claro que esa puerta al parecer no ha sido abierta durante mucho tiempo.
—El candelabro —extendió su mano pidiendo el objeto.
Apenas lo tuvo en sus manos encendió las cuatro velas del candelabro y volvió a dejarlo en mis manos.
—Esto es más para ti. Los vampiros podemos ver en la oscuridad, pero en tu caso la visión nocturna no parece haberse desarrollado del todo —fijó sus ojos en los míos, pestañeé incomoda por su mirada—. Bien, vamos sígueme.
Me dio la espalda y empezó a descender por unas ruidosas escaleras de concreto. Nuestros pasos resonaban con fuerzas en aquel lugar que tal vez por mucho tiempo había permanecido en silencio. Hasta que al fin bajamos, levanté el candelabro para observar el lugar. Celdas vacías y sucias evidencian que se trata de un calabozo. Retrocedí ante el inesperado descubrimiento.
—No te detengas —me reprendió sin detener sus pasos.
Lo seguí apresurándome, el tenso y frio ambiente develaba la cantidad de sentimientos negativos de dolor, odio y tristeza que aun rondaban en aquel lugar. Al ver que una de las puertas de una de las celdas se abrió con brusquedad inconscientemente tomé la muñeca de Víctor. Pero de inmediato quite mi mano al darme cuenta de lo que acababa de hacer.
—No dejes que ellos te asusten —y entendí que hablaba de las almas en pena—. Vamos. Si no fuera porque necesito tu ayuda no te hubiera traído acá.
Me tomó de la muñeca y apresuró el paso. Intento mantener mi vista al frente y que mi curiosidad no me lleve a mirar las celdas, tengo la sensación de que nos observan. Abre otra puerta y bajamos más escaleras. Al fin nos detenemos frente a lo que parece una pared de piedra.
—Toma esta llave, ¿ves esa cerradura? —me señaló el lugar—. Cuando te indique la gira con la llave y abre la puerta, debes hacerlo al mismo tiempo que yo.
Se ubicó a unos metros e introdujo otra llave.
—Ya, a las tres giramos.
Así lo hicimos y el ruido de un click significó que las cerraduras se han abierto. Víctor empujó la falsa pared y dos puertas se abrieron en par.
Un viejo despacho se encuentra en el lugar, estantes llenos de libros se distribuyen por la espaciosa sala, que más parece una mediana biblioteca. Y muchos extraños objetos de metal y tuercas, hay unas aves artificiales de color dorado sobre un estante.
—Deja el candelabro sobre el escritorio y espérame aquí. Víctor desaparece detrás de los estantes buscando al parecer unos libros en específico. Me quede quieta contemplando el lugar. Un reflejo llama mi atención, levanto el candelabro y al ver unos enormes ojos de color verde doy un salto y un pequeño chillido.
—¿Que te paso? —preguntó Víctor asomándose con el ceño arrugado.
—Nada —murmuré dándome cuenta de que quien me "observaba" es el retrato de una mujer.