—¿Realmente se puede crear una sombra de una de las armas de Cadeum? —me pregunté en voz alta mientras daba vueltas dentro de la biblioteca.
—Quien sabe, aunque no debe tener el mismo nivel que la original sino la bruja hubiera creado miles de replicas en la guerra anterior —respondió Cristóbal—. Además al parecer esa arma sombra no tiene la restricción de las originales, las que solo se dejan manipular por las misma almas con que están atados, o por alguien a quien quieren proteger, como pasó con Aeternus con Víctor. Aunque según algunos libros señalan que un sangre directa en primera línea podría manipularlas como lo hizo el hijo de Amanda que asesinó a su padre usando la Aeternus.
—Sí eso se aplicara a esta arma sombra, tal como Francisca cree que Daniel es culpable, eso quiere decir que Daniel es hijo de tu vida anterior —arrugué el ceño dirigiéndome a Víctor—. Eso quiere decir que tu y Ellen...
—No, no tuve hijos, y menos con esa mujer —replicó de inmediato molesto.
—¿Moriste virgen? —le pregunté con ingenuidad fingida.
Cristóbal se rió mientras Víctor se sonrojaba tratando de mantenerse tranquilo sin lograrlo.
—No hagas preguntas absurdas, Catalina, obvio que no ¿O crees que acaso Emilia si? —suspiró desviando la mirada.
—Pues sí —crucé los brazos, aunque la verdad no lo se.
—Estamos desviándonos del problema —señaló Cristóbal llamando la atención de ambos.
—¿Entonces? Si Daniel no es hijo de Víctor ¿La sombra no tiene la restricción de Tenebris? —pregunté cruzando los brazos sin poder encontrar la respuesta a esto.
—Eso es, lo que resulta peligroso si dicha copia es capaz de igualar siquiera la mitad del potencial de Tenebris —señaló Cristóbal haciendo que su semblante adquiriera cierta inquietud.
No sabemos con certeza si realmente Daniel Aragonés sea el asesino, pero quedamos de acuerdo en ser más cautos antes su presencia, sin embargo él no volvió a aparecer en nuestro hogar. Cristóbal junto a Alex, su sirviente, se dirigió a ayudar a los cazadores y a las hadas, se me prohibió ir por mi estado y Víctor quiso quedarse a mi lado por seguridad.
—Deberías tomar algo caliente en vez de esa bebida fría —exclamó Rosa observándome con reproche.
—Hace calor —además con mi panza parece que el calor aumenta el doble.
Cruza los brazos molesta, le sonrió pero antes de decirle algo un intenso dolor bajo mis cadera me hace inclinarme sobre el asiento.
—¿Estás bien? —me pregunta Rosa.
—No se... Creo que son contracciones —murmuro—. Pero aun falta una semana — apretó los ojos al sentir otro dolor intenso.
—¡Te dije que no te bebieras esa bebida fría! —replica Rosa nerviosa.
—Eso no tiene nada que ver —suspiró nerviosa ante su semblante preocupado—. ¿Puedes llamar a Víctor?, por favor.
Sale con rapidez de la habitación.
Víctor aparece con su usual tranquilidad medica, ve el tiempo entre cada contracción y cree que es hora de partir. Sube mi bolso al auto y me ayuda a subir, Rosa sube detrás y partimos rumbo al hospital.
—¿Estás bien? —preguntó Víctor sin alejar su atención del camino.
—Sí, solo duele un poco —murmuró y aunque el dolor es fuerte no es algo inaguantable. Coloco mi mano en mi vientre como si con eso pudiera tranquilizar a mi bebé, aunque no sé porque siento una especie de zozobra, el presagio nos persigue, y los recuerdos de las imágenes de mi futura muerte rondan por mi cabeza mas cerca.
—Ya llegamos —señala Víctor haciendo que me sobresalte.
Al detenerme en sus ojos notó que padece de mi mismo tormento, en una mezcla de ansiedad por ver a nuestra hija y congoja porque es como si empezará a escribir mi propia lapida. Le sonrió levemente tratando de animarlo pero sus oscuras pupilas se quedan fijas en mi rostro como si me reclamará que no hay consuelo para su sufrimiento. Intentó decirle algo pero no encuentro las palabras y el dolor nubla mis pensamientos.
Luego de siete horas de trabajo de parto al fin me llevan al pabellón, sigo dividida entre las ansias de ver a mi hija y la desazón de tal vez mis poco tiempo de vida que me quedará. Cierro los ojos controlando el dolor de las contracciones y siguiendo las órdenes del médico, y la cálida mano de Víctor que se aferra a la mía.
Un llanto fuerte y agudo nos hacia llevar nuestra atención a la pequeña criatura que el doctor sostiene entre sus manos. El bebé nos observa con sus ojos oscuros dejando de llorar, sus ojos giran curiosos a su alrededor. Es como si en ese instante toda la angustia desapareciera, haciéndonos olvidar de mi cercano nefasto final, Víctor sonríe y besa mi frente murmurando lo orgulloso que esta de mí. Luego se retira ya que lo llaman porque deben limpiar y revisar a nuestra hija. Sonrió inevitablemente contemplando la luz que hay sobre mi y solo vuelvo a concentrarme en el lugar cuando me traen a mi bebé envuelta en una manta dejándola en mis brazos, Víctor se coloca a nuestro lado.
—Hola bebé —murmuró. Y los ojos de aquella pequeña fijo en los míos hace que viejos recuerdos lleguen a mi mente, una brusca despedida y una cura de aquella muerte que aun hoy sigo arrastrando con dolor—. Millaray...
Murmuró llamando la atención de Víctor que me contempla sin entenderme. Millaray sigue observandome fijamente, sus enormes ojos oscuros y parece sonreír a pesar que su rostro se mantiene sin cambio alguno.
—Mi pequeña Millaray —agregó sonriendo.
Siento la mano de Víctor en mi cabeza y me acaricia con suavidad.
—Saldremos adelante —susurra tomando cariñosamente una de las pequeñas manos de nuestra hija—. Yo me encargaré de que nadie destruya a nuestra familia.