—Lara—
—Por favor, no contestes. —Le suplicó Edward con la voz entrecortada y con los ojos llenos de un sentimiento que muy rara la vez le había visto.
Era una mirada ansiosa, llena de desesperación y deseo. Igual a la de un pequeño cachorro que mueve la cola y se emociona. Sus cuerpo estaba temblando, ardiendo. Edward, temía perder la única oportunidad que tenía de poder abrazarla.
Al verlo, Lara suspiro profundamente, ahora que las cosas se habían enfriado bajo sus bragas no tenía caso seguir con lo que estaban haciendo así que, sin decir nada, dio la media y se estiró para alcanzar el teléfono que estaba dentro de su bolso, luego miró la pantalla, deteniéndose en ella por unos segundos.
Su mirada se clavó en un número que hasta ahora seguía siendo desconocido.
—¿Qué ocurre? —preguntó Edward a su lado.
Lara, quien aún mantenía el teléfono entre sus manos, tembló. Cada vez que llamaban no podía evitar sentirse nerviosa.
Mordió ligeramente su labio inferior y con el alma y la mente hecha un desastre se puso de pie.
—Lo siento, contestaré afuera. —Le dijo sin siquiera mirarlo.
Luego, tomó la camisa de Edward y cruzó por la sala a grandes zancadas hasta llegar al balcón donde cerró la ventana para que él no pudiera escucharla, pero Edward, quien se había quedo sentado en el sillón, la miró con atención. La ansiedad en sus labios mientras hablaba a través del teléfono era evidente.
Las ávidas expresiones de Lara lo confundieron, aunque no dijo nada cuando ella volvió a la habitación.
En silencio, le miró tomar sus cosas.
Una pequeña bolsa de mano negra se deslizó por su brazo cuando Edward apenas y la sostuvo.
—¿No te quedarás? Acabas de llegar.
Lara dirigió su vista al enlace, luego lo miró a él y le sonrió de una forma extraña. El corazón de Edward se estrujo con una clase de presentimiento.
—Lo siento, pero no puedo. Tengo que irme. Tu hermano me necesita —Le dijo al soltarse.
Fue entonces que Edward miró una vez más su reloj; era cerca de la media noche, hacía frío y estaba lloviendo. No era un buen momento para que ella saliera, además, recién había llegado ella del extranjero. Leonard no era tan importante como para que Lara se arriesgara a salir a tan altas horas de la noche.
—¿A esta hora? —inquirió con el ceño fruncido.
—Sí. A esta hora. —Se apresuró a decirle—. Ya sabes cómo es él. Olvide que mañana temprano tenemos una reunión importante y es indispensable que terminemos el trabajo esta misma noche.
A pesar de que Lara había utilizado una voz dulce y amable, Edward se irritó.
—Pero acabas de verlo. Acabas de regresar con él. ¡¿Por qué quiere verte ahora?!
—Ya te lo dije… Tenemos una reunión.
Edward suspiró con fuerza. Estaba más que molesto. Leonard no solo había arruinado su momento, estaba arruinando su vida y por eso lo odiaba.
—Lara, por favor. No vayas, es tarde. —Le suplicó—. Deja que él lo haga.
La chica torció una pequeña mueca en sus labios, quería quedarse, pero finalmente se negó.
—Lo siento —dijo—. No puedo. Es importante. —Su voz era suave mientras hablaba, aunque no por ello dejaba de tener ese tono frío y hostil, igual al tono que algunas veces Edward usaba con ella, y menos lo tuvo cuando se dio cuenta de que había estado a punto de “acostarse” con él. No le temía a dormir con el hombre que alguna vez había sido su esposo, le temía a la experiencia y a los malos recuerdos que había obtenido en el pasado y a lo que resultará después de eso. Quiso desviar el rostro, pero la mirada de Edward sobre sus ojos se lo impidió, así que solo suspiró y continuó—: Te veo mañana y por favor, no hables con él —murmuró a prisa y sin despedirse, dejando a Edward con un sentimiento parecido al vacío que se arraigó en lo profundo de su mente.
Entre tanto y una vez que Lara estuvo fuera de aquel departamento, respiró con más libertad. El dolor en su pecho comenzó a ausentarse. Lara odiaba haberle mentido, pero… ¿Qué otra cosa podía hacer? Si le decía la verdad estaba segura de que Edward no lo tomaría nada bien. Era posible que se pusiera como loco, además, ella ya era una mujer adulta, conocía sus responsabilidades y su lugar.
Ella ya no era la hija de “papi”.
Cuando llegó a su automóvil, cerró los ojos y echó la cabeza hacia adelante, recargándose sobre la puerta por más de medio segundo, quería evitar a toda costa que las lágrimas escaparan de sus ojos.
Estando ahí, se quejó una y mil veces mientras golpeaba su frente con el dorso de su mano.
«¿Por qué? ¿Por qué ahora?». Pensó antes de subir y marcharse.
✤✤✤✤✤✤
Al día siguiente llegó muy temprano a su oficina y a pesar de que intentó ocultar su cansancio a través de sus oscuras gafas, fue inevitable esconderlo de aquellos que se dieron cuenta. Paso por su lado y los ignoró, sintiendo sobre sus hombros todas aquellas miradas que susurraban cosas que no llegaban a sus oídos, pero que bien ella ya podía imaginar, aún así, no le tomó importancia y se encerró.
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Editado: 08.08.2020