—Edward—
El sonido del monitor que estaba a su lado no paraba de sonar cerca de sus oídos de una forma estridente, y aunque Edward no le estaba prestando atención directamente, sus sentidos no podían dejar de escucharlo.
El hombre se encontraba con la cabeza baja mientras observaba sus sudorosas manos entre sus piernas, su ansiedad por lo ocurrido lo había llevado a un verdadero estado de shock, Edward había tenido que decidir en esos momentos entre salvar la vida de su hermano o ir detrás de la mujer que estaba siendo secuestrada frente a sus incrédulos ojos.
Un sentimiento parecido al dolor surgió en la base de su pecho al recordarlo.
Edward no podía creerlo. Se tocó la parte afectada, sacudió su cabeza y se maldijo. Todo había sucedido tan rápido que, para cuando se dio cuenta, estaba parado fuera del estacionamiento y bajo la intensa lluvia mientras observaba con ojos temblorosos como la Minivan se llevaba consigo la barra de seguridad y se alejaba a toda prisa, hasta perderse en la oscuridad de la noche.
Edward quiso regresar de inmediato y subirse a su moto y correr detrás de ella, pero enseguida el auto que había arrollado a su hermano para que dejara de disparar lo rebasó, fue entonces que… Edward se quedó quieto, en el suelo, con el cuerpo golpeado y alma y el aliento hecho pedazos.
Inmediatamente el hombre, responsable del estacionamiento corrió hacia él y lo miró preocupado.
—Joven Palmer… —Lo llamó cuando se puso de cuclillas frente a él—. ¿Está bien? ¿Le duele algo? —Le preguntó al revisarlo con la mirada y sus manos, pero Edward no se movió, estaba completamente conmocionado. Pasó una mano frente a sus ojos y se dio cuenta de que era imposible hacer que reaccionara.
El joven miró hacia el interior del estacionamiento y sin pensarlo de nuevo corrió a su cubículo para llamar una ambulancia.
Leonard estaba en el fondo, tirado boca abajo junto al cuerpo inerte de uno de los secuestradores.
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—¡Mierda! —Se quejó Edward cuando volvió en sí mismo.
Ya no quería llorar, pero el sentimiento de sentirse culpable lo estaba mortificando.
Se mordió los labios y sus nudillos hasta sangrarlos mientras sacudía una y otra vez su pierna derecha. Ahora que las cosas se habían calmado un poco y que su cabeza estaba más clara, se preguntaba qué es lo que iba a hacer a partir de ahora; estaba solo y no le había dicho a nadie, aunque estaba seguro de que la noticia no tardaría en esparcirse.
Habían pasado ya casi dieciséis horas. Entonces, como si de repente hubiese visto un fantasma, su rostro palideció.
Ayrton iba a asesinarlo si es que Leonard no despertaba. La cirugía de urgencia a la que había sido sometido aún lo mantenía fuertemente sedado.
—Por favor, Leonard… Despierta —suplicó, lleno de pavor—. No era mi intención hacer que esto pasara —dijo—. Por favor… Despierta. Yo sé que no he sido un buen hermano y que siempre, desde que antes de que mamá muriera te he fastidiado. Yo siempre lo he arruinado todo… —mencionó, recordando el día en que su madre murió.
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Como siempre, Edward se encontraba bebiendo en compañía de sus “buenos amigos”, sin importarle nada en lo absoluto.
Su padre ya le había dado un ultimátum y ya estaba harto de siempre escucharle decir lo mismo, a él no le importaba la compañía ni lo que viniera después con su legado. Odiaba las responsabilidades y detestaba estar enclaustrado en la biblioteca, rodeado de libros y documentos que hablaban sobre economía y finanzas, detestaba los números y las gráficas. Tenía tan solo quince años cuando Ayrton comenzó a instruirlo, alegando que Leonard había iniciado desde más joven, cosa que a Edward le molestaba. Él no era como su hermano y jamás lo sería. Él quería ser libre, hacer lo que se le viniera en gana, quería salir y embriagarse con sus amigos, reservar viajes e irse de vacaciones. Salir con mujeres y conocer la vida que no conocía.
Edward tenía curiosidad sobre cómo ser una persona “normal”, igual que sus amigos, quería ser libre de ataduras y clases sociales; y cuando conoció ese mundo se sintió engrandecido. Durante los siguientes tres años lo tuvo todo, mientras fingía ser el hijo y el hermano perfecto cuando Ayrton y Victoria lo miraban. Por todo ese tiempo y hasta que cumplió los dieciocho trato de superar a su hermano. Siempre quiso sobresalir, demostrarle a su padre que era mejor que Leonard, pero como siempre, el hombre tenía toda su atención sobre su primogénito; por lo que la única manera de llamar su atención —cuando no era un prodigio—, era siendo todo lo contrario a Leonard.
Un completo rebelde cuando así las circunstancias lo requerían.
Edward se sentía orgulloso de todo lo que había construido hasta ese momento. Había conseguido más amigos de los que esperaba, sin embargo, no eran las amistades que sus padres o incluso su mismo hermano hubiesen deseado, no obstante, Leonard siempre trato de apoyarlo aun cuando Edward no hiciera lo correcto.
Por esos tiempos, todo el mundo lo elogiaba, no por ser el hijo de uno de los más grandes magnates, sino porque era Edward Palmer.
En un principio, le gustaba que la gente viera lo “bueno” que había en él, así que se acostumbró a ponerse una máscara y pretender, porque deseaba que solo vieran su lado “perfecto”, sin embargo, su familia veía en él toda clase de debilidades, por lo cual muchas de las veces Leonard trató de encubrirlo y protegerlo frente a la rudeza de su padre, pero no fue sino hasta que una noche, tomo la mala decisión de emanciparse.
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Editado: 08.08.2020