Habían pasado un par de horas desde que Santiago se había ido cuando Olivia escuchó que alguien golpeaba a su puerta.
Corrió con el corazón acelerado pensando que Santiago había vuelto, pero al abrir la puerta se encontró nuevamente cara a cara con Rocío y Agustín. Había olvidado que todo aquello se desencadenó cuando ellos llegaron. Por supuesto, no los culpaba de nada.
“¿Estás bien, linda? Tu cara está tan hinchada que parece que estás teniendo un shock anafiláctico. ¿Acaso Santi te dio problemas?, a propósito, ¿dónde está ese hermano tuyo?”. Rocío aún no dimensionaba el desastre que había quedado después de su llegada ni mucho menos el papel que ella había desempeñado, sin querer, en el trágico desenlace que su prima estaba viviendo.
“Ja…..Hermano”. Esa simple palabra se le atragantaba a Olivia en la garganta. De pronto se le entojaba la peor palabra del mundo y no pudo menos que ironizar con respecto a ella con un dejo de dolor al pronunciarla.
Agustín le dio un codazo a Rocío para que se diera cuenta que estaba echando limón en la herida. “Olivia querida, las dejaré solas para que hablen mientras yo voy a la habitación a desempacar y darme un baño”. Bendito Agustín, siempre tan perceptivo y sensato. Veía el dolor de Olivia y se compadecía de ella sin olvidar lo que él mismo estaba padeciendo.
“Está bien Agustín, siéntete en tu casa”. Fue lo único que Olivia atinó a decirle a ese hombre que, sin proponérselo, se había transformado en un amigo muy apreciado. No podía entender cómo Rocío no se fijaba en él con lo maravilloso que se precibía como compañero de vida. Tenía hermosas cualidades. Era amoroso, leal, dulce, sincero, comprometido y encima guapo. Si su corazón no estuviera tan enamorado, quizás hasta ella misma se hubiera fijado en él.
Rocío arrastró a Olivia al sofá apartándola de sus pensamientos y se sentó a interrogarla.
“¿Me puedes decir ahora qué es lo que está pasando? ¿Por qué llamaste "Nicolás" a Santiago y donde está él ahora? La duda se le había atravesado nada más escuchar a su prima referirse a su mismísimo hermano con otro nombre.
Olivia se echó a llorar como nunca antes había llorado. Rocío, sintiendo que de pronto todo se había vuelto del revés, la abrazó y acarició su cabeza como si fuera una niña pequeña. Después de derramar un mar de lágrimas, Olivia al fin se tranquilizó y le contó a Rocío todo lo que había pasado con Santiago sin ahorrarse nada, desde cómo la casualidad los unió, su convivencia en aquel departamento al cual habían llamado "hogar", así como la vorágine de sentimientos que habían estado creciendo en sus corazones desde el primer instante en que se habían visto, sin preveer cómo el cruel destino se reiría de ellos en sus caras y aplastaba sus corazones sin piedad.
Rocío estaba en completo silencio, con el ceño fruncido pero con evidente tristeza, escuchando con incredulidad toda la historia y maldiciendo a la fortuna por ser tan malvada con ese amor tan puro.
“Hay que ver que la vida te ha tratado injustamente mi dulce Oli. Ojalá pudiera hacer algo al respecto, pero dadas las circunstancias, eso es imposible”. El dulce contacto de Rocío en las temblorosas manos de Olivia le transmitieron la fuerza que en ese momento necesitaba a raudales.
“Hay algo que sí puedes hacer. Prométeme que no le dirás esto a nadie. Mi padre y mis otros hermanos jamás se pueden enterar de lo que pasó entre Santiago y yo. Si esto se llega a saber….. la familia que tanto soñé será destruida. Por favor Ross, prométemelo, ¡prométemelo!”. La angustia y la deseperación se apoderaron de Olivia. Necesitaba con urgencia saber que su prima guardaría su secreto por sobre cualquier cosa. Rocío tenía que entender lo importante que era para ella que aquello nunca se revelara.
“Lo prometo, pero ¿qué hago con Agustín? Él vio todo y.... bueno..... intuyó lo que sucedió”. Rocío tuvo que reconocer que Agustín había sido mucho más suspicaz que ella, aunque le pesara. Y le pesaba, después de todo Olivia y Santiago eran su familia y se sentió tonta por no haberse dado cuenta ella de la situación.
“Está bien, puedes contarle. Seguro te pregunta los detalles de este "sórdido" dilema exsistencial”. De a poco la resignación hacía mella en Olivia. Su cuerpo bien que lo había asimilado pues lo sentía pesado, como si cargara el peso del mundo sobre sus hombros alicaídos. Ante aquella muestra de evidente tristeza y pesar, Rocío llevó a Olivia a su pieza y la ayudó a ponerse el pijama. Decidió que esa noche la dejaría dormir sola. Necesitaba ordenar sus pensamientos y ella le dejaría hacerlo. Luego, caminó dudosa hasta la otra habitación. Tocó suavemente la puerta donde estaba Agustín y al no recibir respuesta, la abrió lentamente y se percató que ya estaba profundamente dormido en la cama. La sonrisa se extendió por su rostro al ver el plácido sueño de su amigo. Cerró la puerta y se fue a la sala de estar. Agarró una manta que había en el sofá y luego de apagar las luces se acomodó en él y se quedó dormida.
Al otro día, al abrir sus ojos, Rocío desconoció su entono. Estaba segura de haberse dormido en el sofá, sin embargo en ese momento, estaba en la habitación de Agustín. Como un resorte se levantó, medio se adecentó, se colocó una bata que, supuso, había sido de Santiago y tal vez olvidó (o tal vez no) y salió de la habitación camino a la cocina en donde lo vio preparando el desayuno.
“¿Cómo diablos llegué a tu cama, Agustín?” . Por su voz se colaba la duda mientras se refregaba los ojos aún con pesadez por las pocas horas de sueño.
“Verás, durante la noche me dio sed y vine a la cocina a tomar agua. De repente te vi durmiendo en el sofá. Se notaba que estabas pasando frío porque estabas echa un ovillo, así que suavemente te tomé entre mis brazos y te dejé en la cama. Luego me vine yo a dormir en el sofá y aquí me tienes, con un dolor de espaldas que me trae caminando como vejestorio de 80 años”. En efecto, se apreciaba en el rostro de Agustín no solo el humor sino también la tortura que le había reportado el dormir en el pequeño sofá de la sala.
Editado: 03.05.2022