Cuaderno de tapa gris [elena] #1

Estación Retiro

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El largo viaje en tren finaliza así como empezó, llegando a aquella última estación en donde varias personas bajan. Yo bajo junto a ellas.

En mi espalda mi mochila verde y en mis manos mi cuaderno de tapa gris, sentada en el piso en medio en la plataforma de cemento, observando a quienes iban y venían sin descanso, como si el reloj estuviera apurado, haciendo tictac adelantado.

Algunas personas chocan contra mi a pesar de no ser yo una piedra en su camino, un bache el cual no vieron, solo siendo una persona sentada en el frío piso de cemento.

En el techo las palomas observan atentas a cada pasajero, creo que reconociendo más de un rostro, sabiendo más de lo que dicen, siendo ellas las únicas que guardarán los oscuros secretos de personas que vivas o muertas aquí estuvieron.

Suelto una pequeña risa nasal ante la sola idea de que una de ellas pudiera hablar, contar todo lo que sabe, deleitarnos con aquella realidad que solo ellos ven. Pero eso imposible es, su arrullar es lo único que he de conocer, por lo que sus secretos jamás he de esconder.

Respiro hondo y exhalo al verlas allí paradas en aquellas vigas de metal oxidado, siendo iluminadas por la claridad que el cristal del alto techo dejaba pasar, a pesar de lo nublado que el día era, sentía que allí tranquila podía estar.

Lentamente me paro y dejo de ser un estorbo para todo aquel que pasa, parándome junto a un poste, esperando a que algo pasara, sintiendo que estaba allí por nada, la nada que me llevó, que esperaba a que algo ocurriera pero nada.

Esto me hace pensar en lo mucho que amaba este lugar, en lo admirable de su estructura, salida de un cuento, que así es y siempre será, siendo este ahora un patrimonio cultural que jamás desaparecerá, teniendo más historia de la que yo misma podría contar, que estuvo desde antes que naciera mi papá, de que mi abuelo llegara en barco al puerto argentino, desde antes de muchas personas en la actual sociedad.

A pesar de las renovaciones seguía el edificio igual, como lo entregaron, como en sus planos esta. Aunque algunas cosas se tuvieron que cambiar, algunas cosas actuales debieron de agregar, pero solo eso, el resto esta igual.

Olor a pancho y gaseosa, a grasa quemada y a incienso, típicos olores a nostalgia, a momento, a personas, a encuentros. Recorro aquel hermoso lugar, yendo y viniendo por aquellos pisos blancos, pagando aquel boleto que había usado, observando un reloj que no marcaba la hora, estando estático.

Recordar la primera vez que pise este lugar me emociona, una pequeña Elena se cruza en mi mente y en las cosas que aquí pasaron aquel día, en donde de la mano de mi madre conocí estas vías, que pareciera haber salido de mi mejor sueño, siendo este para mi un lugar de maravillas.

Para toda niña de menos de diez años que nunca vio el mundo más allá del patio de su casa es muy asombroso esto, por lo que si lo pienso es muy normal aquella reacción de emoción que tuve en aquel momento.

El caminar entre la gente sin soltar la mano de mi mamá, observar a todas las personas, recordar caras, el olor a grasa quemada del tren, a pancho recién echo, el ruido se algunos que corrían apurados, o que se apuraban para ir a la cancha por el partido de fútbol de un equipo que no recuerdo, a una cancha a la que nunca he ido, en un lugar que no conozco. Recuerdo a la perfección el olor a incienso que me asfixiaba en ese entonces y ahora también, los trajes de los hombres de seguridad, el color de la luces amarillentas que hacían que aquella lugar se viera como un palacio. Era hermoso. El frío que ese día hizo, la lluvia cayendo del cielo, mi madre y hermanos menores esperando a que aquel familia de ella nos viniera a buscar. El ladrón que robo un teléfono del bolso de una mujer. Recuerdo aquel bolso rojo, al igual que la vestimenta de invierno de aquel hombre. Nunca pude decir nada, solamente pude observar en silencio aquello que pasó.

El solo echo de haber visto aquel robo y no haber anunciado nada, me deja una sensación de risa que no puedo comprender. En mi inocencia no pude hacer nada para evitar eso, solamente mirar.

Mirar siempre fue mi habilidad, recordar cada cosa a la perfección, cada rostro, vestimenta y marca, era algo que sentía que no solo yo podía hacer, pero me hacia sentir especial.

Que gratos recuerdos.

Me alejo del poste y vuelvo a un lado de la vía, mirando como ya la gente empezaba a abordar el tren. Doy un último vistazo a aquella estación que vería una última vez, notando como aquellos brillantes colores se tornaban poco a poco en grises, como si todo rastro de vida se estuviera marchando, dejando nada más un lugar más, sin sentimiento o emoción personal tuviera.

El tren que estaba por tomar seguía con aquellos colores rojos brillantes, con su marca en blanco, teniendo a personas ya listas para marcharse dentro, quienes no sabía quienes eran, de donde venían ni a donde se dirigían. Era extraño.

Subo al tren y camino por los vagones en busca de un lugar donde sentarme, mirando como detrás de mi, por cada lugar que cruzaba, los colores parecían desvanecerse, las personas perdían el rostro, el ruido se esfumaba.

Me ubico en un asiento solitario junto a una ventana, observando aquel lugar que había sido especial para mí en algún momento de mi vida, las palomas buscando alimentos en la vías oxidadas, un billete de cincuenta pesos que estaba allí tirado, roto por el medio.

—Adiós palomitas —me despido moviendo una mano, mirando a aquellos animales que arrullaban, como si de mi se despidieron también.

Se escucha un ruido de un silbato seguido de una campana, antes de que el tren comenzará a moverse, partiendo de aquel lugar, marchándose, dejando a las palomas atrás, a la estación, el reloj, el billete roto de cincuenta pesos y, sobre todo, a aquellos recuerdos que allí se quedarán.



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En el texto hay: tristeza, recuerdo

Editado: 22.05.2024

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