El comienzo del fin.
16 de abril 5:23 de la tarde
- Van a mudarse al pueblo, se dicen que tienen muchísimo dinero, su apellido es Kursk, lo sé raro ¿verdad?, nuca había oído un apellido así, se rumorea son una pareja y cuatro chicos, dicen que dos son mellizos, o sea una chica y un chico-aclaró.
- Sé lo que son mellizos Kim- le hice saber rodando los ojos.
Él me miró con reproche seguramente por interrumpirlo. Dramático. Luego continuó.
- Son sobrinos de la pareja, están con ellos porque sus padres fallecieron, y los otros dos son los hijos, mi papá fue quien les mostró la casa que hay al lado del lago junto a la que era de tus abuelos, me dijo que no le inspiraron demasiada confianza, que tal vez se equivocaba pero me mantuviera alejado al menos los primeros meses que pasaran después de que llegaran, ya sabes para saber qué tipo de personas son, pero no puedo aguantar tanto, quizás le haga caso y me aleje por- hizo un gesto como si estuviera pensando, reí, me recordó una de esas caricaturas cómicas de los noventas- dos semanas- se calló un segundo y luego agregó- o una.
Ahí estaba Kim, mi mejor amigo dándome cada detalle de la cosa más interesante que pasaba en ese pueblo desde hacía un tiempo.
Vivíamos en un pueblito de montaña, rodeado de cuanto árbol y matojo existía. Donde la civilización más desarrollada cercana era el próximo pueblo más de ochenta quilómetros al norte. Por lo cual no era difícil deducir que casi nunca pasaba nada relevante.
Miré a Kim con el seño fruncido al darme cuenta de algo.
- ¿Dijiste la casa qué está al lado de la que nos dejaron mis abuelos antes de morir?
- Si...
El sabía que eso no era la cosa que más me entusiasmara de todas. Mis abuelos habían muerto hacía ya casi dos años. Seguía ardiendo igual que al principio. Ellos eran de las personas que podían hacerte creer en el amor aún cuando estés reacio a hacerlo. Sonreí para mis adentros reprimiendo las lágrimas. Eran una pareja de ancianitos hermosa. Llevaban más de cincuenta años juntos. Fueron del tipo de abuelos que cuando quería dulces y mis padres me los daban les decían que me estaban malcriando, luego me los quitaban, pero después cuando nadie veía me daban el doble y decían "ya sabes cómo es esto, no podemos levantar sospechas". Luego se convirtieron en los que cuando llegué a la adolescencia y me volví lectora y fan de BTS, no me apoyaban delante de mis padres alegando que eran "patrañas", pero cuando ellos se volteaban me daban dinero para libros (que al final nunca gasté porqué donde vivía no llegaban los libros que me gustaba leer así que acabé teniendo problemas en la vista por los pdf), me alcahueteaban para escaparme a ver las transmisiones de los conciertos y me decían la misma frase. Esa era su línea según ellos. Cuando tenía dieciséis años les dio cáncer casi al mismo tiempo. Tuve que ver como se marchitaban las sonrisas que tanto me contagiaron. Tuve que llevarles dulces y leerles de vez en cuando. Convertí su línea en mí línea. Experimenté uno dolor tan intenso cada día que iba y me daba cuenta de que a cada momento estaban más débiles, más lejanos más... hechos nada.
Cuando al final perdieron la batalla, los médicos me dieron una carta. Una que sigue intacta en el fondo de mi armario, porque siempre me consideré una persona valiente pero ella es el recordatorio de que hay cosas que duelen demasiado para ser valiente. Eran el mejor tipo de abuelos, y cuando se fueron, en ese momento entendí que hay personas que vienen al mundo a hacer más bien del que les tocó vivir.
Luego de eso, me enteré que nos habían dejado su casa junto al lago. Después saber eso, en teoría vivía con mis padres pero solo pasaba con ellos uno o dos días a la semana, el resto estaba allá. No se oponían mientras mis notas siguieran estando por encima de noventa y cinco. No es que tuvieran mucha opción tampoco. Tras la muerte de los abuelos acabé destrozada. Me cerré a todo porque por dentro todo estaba en alarma de derrumbe, me centré tanto en mí, en aguantar mis muros, que no me di cuenta de que quizá algo podría venir a tumbarme. Luego de que eso, me terminó de devastar, comenzaron los ataques de pánico, la depresión y las noches sin dormir. Me atendió un psicólogo, pero me remitieron a psiquiatra porque necesitaba anti-depresivos urgentemente y él no podía recetármelos.
Con la excusa de lo de mis abuelos comenzaron las largas charlas en la consulta junto al Dr. Cooper. Mis padres tenían la esperanza de que hablara de eso que había pasado con él.
Me asignaron terapia para hablar de la muerte y hable de ella, pero no de la que querían. Al final terminaron por aconsejarme sentirme lo más cerca posible de mis abuelos. Eso hice. Me pegué a los recuerdos de tal manera que a veces me parecía respirar el mismo aire que respiré entonces.
Con el tiempo el otro tema se enfrió y mis padres pensaron que lo superé. Pero no era así. No los culpé por asumir lo contrario. Te vuelves muy bueno fingiendo cuando es tu única manera de sobrevivir.
- Siento haberlos mencionado Miry- me decía así de cariño desde que tenemos cinco años- no quise echar alcohol a las heridas.
Hice un gesto restándole importancia.
- Si no le hecho alcohol a las heridas nunca van a sanar.
El sonrió y asintió.
- Tengo hambre.
Dije luego de un rato de silencio para cambiar de tema y alejar el aire nostálgico.
- Sí, bueno, eso no es nada nuevo.
Le tiré una almohada de mi cama antes de debatir.
- Yo no siempre tengo hambre.
- No, por supuesto que no- dijo con sarcasmo- Tú solamente consumes alimentos como si se acercara un apocalipsis zombi, y si no fuera por tu genética no estarías tan flaca- se quedó callado unos minutos, luego agregó- ni tan plana.
- Como te atreves, esto es la guerra.
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Editado: 28.05.2021