Minutos después me encuentro caminando por las calles de Leith, a un par de calles más abajo de mi departamento. Camino un poco indecisa y algo arrepentida de haber decidido salir mientras observo los locales de bebidas y entretenimiento que están abiertos y abarrotados de clientes en estos momentos. He pasado por varios y aún no me atrevo a entrar a ninguno.
En tanto paso por esos locales, puedo escuchar las risas y conversaciones que están manteniendo las personas. Parecen estar divirtiéndose. Varias personas pasan a mi lado, caminando alegremente, los observo entrar completamente animados y emocionados en algunos de esos bares que he dejado atrás, tal vez por la noche que les espera.
Suspiro con pesar mientras aminoro el paso. Coloco mis manos en los bolsillos de la chaqueta que llevo puesta, pues está haciendo un frio insufrible. Un frio que se me hará muy difícil acostumbrarme.
Camino cada vez más despacio, pensando que quizás sería mejor dar media vuelta y regresar al departamento al sentirme estúpidamente sola. Miro al otro lado de la calle, encontrándome con el rio iluminado por las luces de los faroles. Aquel lado se ve más tranquilo y menos concurrido. Podría cruzar la calle y volver mientras aprecio las ondas del agua y los reflejos que producen. De seguro calmaría mis nervios y me permitiría pensar con claridad cómo iba a lograr vivir en esta ciudad extranjera siendo tan indecisa y tímida.
Sí. Eso es lo que haré. Esta noche será un paseo tranquilo. Nada de bares y multitudes. Tendré un montón de días para ganar confianza y atreverme un poco más, pero por ahora una simple caminata me bastará.
Pienso en mi hermana, y me apena haberle fallado. Estaba tan emocionada con la idea de que hiciera amigos. Y yo también lo estoy, pero en estos momentos no puedo atreverme a entrar a uno de esos locales y hablar con cualquier extraño para entablar amistades. De solo pensarlo me atacan los nervios.
Debo trabajar en eso. No puedo pasar toda mi estadía en Edimburgo sin compañía y sin ningún amigo. Pero esta noche no es el momento.
Es hora de regresar.
Decida a volver al departamento, me dispongo a empezar a cruzar la calle, cuando escucho una puerta abrirse detrás de mí, seguida de unas carcajadas femeninas. Con lo curiosa que soy, giro la cabeza para observar a un grupo de personas, chicos y chicas, tal vez de mi edad, saliendo entre risas de un bar del que no me había dado cuenta acababa de pasar. Uno de los chicos sostiene la puerta para que los demás terminen de salir al tiempo que dice algo que los hace reír todavía más. Seguramente acaba de contar algo chistoso, o simplemente el licor los ha achispado y todo les causa gracia.
Sin que me preocupe que se den cuenta que los estoy viendo, los sigo con la mirada mientras se alejan del bar. Caminan con despreocupación y vivacidad, como si estuviesen felices de compartir juntos esta noche y que más nada les importara. Los sigo observando alejarse, añorando lo que ellos están compartiendo, y sintiéndome todavía más sola. No es que tuviese muchas amistades en Chicago. Tenía muy pocas. Un par nada más. Si es que a eso se le llamaba amistad, cuando fue mi madre quien los escogió para mí. Pero de alguna manera, ver a ese alegre grupo, me hizo extrañarlos. Y eso que casi nunca compartía con ellos.
No quiero estar sola.
Quiero verme rodeada de amigos. De buenos amigos. Amigos que yo haya elegido.
Quiero verme divertirme con ellos.
No quiero llegar cada noche sola a mi departamento después de una aburrida jornada de trabajo y no tener planes para los siguientes días.
No.
Todo eso tiene que cambiar. No puedo estar con este miedo y esta desconfianza. No puedo.
Miro con ojos de convicción al bar del que ellos salieron.
He cambiado de decisión. Es muy temprano todavía para regresar a casa. La noche es joven, y es hora de conocer personas nuevas. Así que, con pasos decididos, me acerco al bar, abriendo la puerta para entrar de una vez por todas.
Una vez dentro, inmediatamente siento el calor proveniente de la multitud que aquí se encuentra, algo que agradezco porque afuera me estaba helando. Voy quitándome el abrigo que había decidido usar para esta ocasión mientras recorría el sitio en busca de un lugar disponible en el que sentarme. Si que hay gente, debe ser un bar muy popular porque no encuentro ningún sitio despejado. De igual modo sigo avanzando despacio, al tiempo que observo a todas estas personas tomando y divirtiéndose con sus amistades. Incluso hay algunos que se encuentran bailando en una especie de pista improvisada tan pequeña que chocaban entre sí ante el más mínimo movimiento que hacían con sus alocados pasos de baile, sin embargo, no les daban importancia y sus risas se mantenían.
Sonrío viendo la escena. Que ambiente de lo más agradable. Nadie está pendiente de los demás, simplemente se preocupan de pasar una noche divertida.
Dándome por vencida en mi búsqueda de una mesa disponible, decido ir hasta la barra y sentarme allí mismo. Es lo mejor. Después de todo ando sola. No necesito una mesa solo para mí.
Me siento en una de las sillas del alargado bar y me dispongo a esperar a que alguno de los bartenders me atienda. O al menos eso era lo que pensaba, porque en cuestión de segundos uno de ellos se posiciona frente a mí para tomar mi pedido.