Cuando El Cielo Desciende

8. SHOW

 

    El terminó yendo hacia un espectáculo, ubicado en medio de un pequeño pueblito perteneciente a Nueva Hampshire. Aceleró el Talbot Horizon y cada vez alargaba más la velocidad, hasta un punto en el que quizás iba a parar o se quede sin gasolina, como de costumbre. Nada de eso ocurrió, afortunadamente. Cuando llegó estacionó en una inmensa hilera de coches antiguos, y algunos modernos. Entre ellos se destacaba uno que William desconocía; un automóvil el cual su reluciente techo rojo cubría unos plateados asientos. Algo nunca antes visto. Seguramente el dueño del vehículo era un multimillonario que vivía en Asia. Se aproximó hacia una fila de personas, y el se coló cuando vio a una familia totalmente desconcentrada, ellos seguramente no tenían claro quién iba delante suyo, lo olvidaron por la distracción, y luego no se quejarían que alguien se coló. Tuvo la suerte de que nadie le vio. Entregó la entrada a una muchacha que con aspecto de adolescente, parecía estar cansada de recoger entradas junto a dinero y luego entregar un ticket al espectador.

-Niñita querida, -William dirigió sus manos hacia el bolsillo derecho, no sin antes tirarse un gas aterrador- aquí tiene el dinero con la entrada.

-Tome su ticket. -La muchacha bajó la mirada, ajustó su gorra e insertó una moneda dentro de la caja, tras tocar el botón y, al abrirse, darle contra la panza fuertemente. Logró oler el gas y se tapó la nariz rápidamente.

A William le sorprendió que Annie no quiera acceder a ese baile extraño. Era raro en ella, siempre aceptaba dichas propuestas, y él intentó armar una lógica respuesta, aunque no consiguió absolutamente nada. Pasó entre dos pasillos. Inspeccionaba el lugar, como si fuera un oficial en una escena del crimen. Pudo observar que en el segundo pasillo -separado del primero por un cuadrado cubierto por cortinas- se encontraban, a su derecha, los baños químicos. Tenía que ir a orinar en medio del show, y eso lo tenía claro.

Se aproximó hacia un gran escenario, rodeado por miles de sillas, en las que William podía ver pequeños puntos negros, eran las personas. El se dirigió, por la escalera que tenía a su derecha, y se fue hacia arriba de todo, con una vista completamente excelente y sin niños que se le crucen en medio del show. El espectáculo comenzaba en veinte minutos, y era de esperarse segundos para que el lugar se llene por completo. Las voces venían de encima suyo, de su derecha, de su izquierda, venían de todos lados, y William intentaba no oírlas. Minutos después, algunos camarógrafos comenzaron a pararse bajo el escenario, o a los costados del telón que estaba a punto de abrirse. Hacía unos segundos que un chiquillo de seis años pegó un terrible grito, y nadie creía que era por una maldita cucaracha. «¿Por qué viniste, Willy? Todo el maldito show será de niños con gritos insoportables», se dijo.

El telón se subió, y antes de que William diera un suspiro de enfado, debido al tiempo en que tardaban esos payasos, ya había un camarógrafo que rodeaba la zona con una monstruosidad, cámara de películas o lo que fuera. Desde el telón salió una mujer con aspecto de lesbiana, pensó él. Detrás de ella venía un bigotudo que seguramente era colombiano, y así. Todas personas raras que poco a poco se afilaban en filas de quince. Eran tres de ellas, y todos los participantes del espectáculo se presentarían este momento. Segundos después, William presenció un denso juramento que comenzó a cantar la de aspecto de lesbiana, y luego prosiguieron todos los espectadores junto con todos los actores. Entre todos formaban una voz completamente insoportable, y el único que quizás no cantaba, además de los bebés y los niños que no se sabían la letra, era él. Fue a orinar, cuando todos los del escenario comenzaban a retirarse, y luego comenzaría el humor. Se dirigió por un cuadrado recubierto por un alargado fuelle, como las partes intermedias de los subtes subterráneos. Traspasó las cortinas blandas y luego dobló hacia su izquierda, y vio los baños químicos, uno al lado del otro. Antes de llegar al que estaba ubicado justo en el medio, vio a un cuerpo de una mujer, pálida. Detrás de ella comenzaron a caer unas cascadas de un asqueroso moco, y luego, ella cayó, desvaneciéndose. Al desvanecerse por completo, comenzó a generar unos bichos que de a poco iban formando remolinos, de un agua roja, de sangre. Tras ellos, una especie de alienígena apareció de la nada. De su boca sacó una lengüeta que comenzó a expandirse, pasando por las traicioneras olas de sangre. Ante él, millones de espejos se generaron. Cada movimiento que el hacía lo hacían las figuras de los vidrios, lo imitaban, aunque cada uno de los reflejos eran distintos. Una especie de extraterrestre se encontraba en el medio de todo, y bajo esa figura aparecía un tipo corriendo, cubierto por una lóbrega oscuridad. Poco a poco se iba revelando su cara, de a poco se asomaba el pelo y luego vendrían las cejas. Corría demasiado tiempo. Bajó la mirada y veía como la lengüeta seguía con su camino, sobrepasando los remolinos y llegando hacia algunos bichos que habían quedado vivos. Pudo ver los baños químicos. La cara del hombre se presentó ante él, y no pudo entender como esa persona querría matarlo, estaba diciendo: ¡ven, loquillo. Primero la lengüeta se encargará de saborearte y dejarte blando, luego, te cortaré en pedacitos! La lengua traspasó el vidrio del extraterrestre y se fue hacia él, metiéndose dentro de su boca. El dirigió sus manos a ella y la comenzó a retirar. Luego, pudo encontrar un hacha tirada en el suelo, algo mágico, que quizás aquella figura que corría se la tiró para que pueda matarla, y mencionó: ¡vamos, loquilla. Viene tu papi, ¿quieres jugar junto a mi? Te aseguro que es demasiado excitante. Primero me encargaré de darte unos buenos hachazos, y luego, mi amigo, el del vidrio, el otro yo, hará la segunda!



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En el texto hay: extraterrestre

Editado: 04.04.2018

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