Teodoro se había convertido en la persona más comentada del momento en toda Invernalia, estaba en boca desde el más pequeño hasta el más viejo. Se decía como había llevado honra y gloria a la casa de su padre y lo afortunado que este era de ser su hijo; cualquier mujer se sentiría muy halagada y honrada de ser desposada por el valiente que salvó a la princesa; por el valiente que salvó a Invernalia.
De la nada, varias pretendientes le aparecían a Teodoro en la forja, todas pasaban a observar al héroe del reino en su trabajo y murmuraban sonrientes su nombre, como si estuviesen besándole con deslizar cada sílaba del mismo en sus labios. Los padres y madres de las mismas eran más caritativos con Eliodoro y su hijo el héroe, pues querían casar a sus hijas con el más famoso del reino para que les compartiese de su honra.
La cuestión en el asunto era que a Teodoro no le interesaba cualquier mujer, su interés, su mente y su corazón estaban totalmente volcados hacia la princesa, aquella joven mujer decarácter fuerte, mandona y de la misma medida de noble de corazón, por lamanera en cómo ella exigió la honra de ese chico don nadie —hasta antes del decretodel rey—, hechos que lo habían cautivado, pues la realeza estaba por encima decualquiera, sin embargo, ella no parecía verlo ni tratarlo con inferioridad,todo lo contrario, permitió el acercamiento de un plebeyo como si fuese delmismo nivel.
Aconteció que un día estaba feliz, emocionado y ansioso porque le había llegado un mensaje del rey, una petición para ir al palacio durante un tiempo y darle clases de arco y flecha a la princesa Breena por petición de ella y el mismo soberano. La sonrisa de bobo no tardó en posarse en su rostro, hecho que su padre observó.
—Por lo visto, esa princesa te tiene anonadado —comentó Eliodoro, haciéndole filo a una espada.
—¿Y cómo no, padre? Ella es laprincesa, una persona muy agradable y confiable —confesó alistándose para su encuentro con Breena—. Es tan...
—Es tan inalcanzable para ti. —Terminó de decir su padre por él, hecho que a Teodoro le causó una repentina seriedad—. Hijo, ella es tal y como lo dijiste, la princesa, es la heredera al trono de Invernalia y todos saben de sobra que el heredero o heredera, debe casarse con un descendiente de las nieves y tú no lo eres.
Teodoro sabía que así debía ser, sinembargo, eso no fue suficiente para lo que su ser en realidad deseaba.
Eliodoro dejó la espada en una mesa y se acercó a su único hijo, le agarró de los hombros para platicar y aclarar el asunto.
—Teodoro, por más gloria y honra que el mismo rey te haya dado, sigues siendo el hijo de un simple armero —le recalcó y recordó— y sigues siendo un simple muchacho cazador que tuvo la suerte de salvar a la princesa, hasta allí llega tu historia con la realeza.
—Padre, no diga eso —le replicó—, usted es más que un simple armero, usted es un hombre de bien y mi padre —le reafirmó, colocando también las manos en los hombros de su progenitor—. Además, nadie dijo nada de proponer matrimonio a la princesa.
—No hizo falta que lo dijeras, yo conozco esa mirada —le confesó el viejo armero de cabellos oscuros que eran adornados por varias canas en la cabeza y la barba poblada—. Es la misma mirada y sonrisa que yo ponía al pensar y hablar de tu difunta madre.
—Usted la amó mucho, ¿verdad? —fue lo único que pudo decir Teodoro.
—Claro que sí, ella fue mi gran primer amor, la mujer que elegí y por supuesto la madre de mi descendencia, mi único hijo —pregonó con el pecho inflado por el orgullo que sentía—. Pero ese no es el caso, tú debes saber cuál es tu lugar en el palacio y no trates de acercarte demás a la princesa, debes ubicarte.
—Sí, padre —respondió el joven y asintió—. Créame que lo tendré muy en cuenta.
❆❆❆
Después de escuchar las sabias palabras que el viejo armero Eliodoro le dedicó a su hijo, Teodoro se puso en marcha para ir al palacio y enseñar nada más a tirar de forma correcta unas cuantas flechas, dejar en claro que no podía tener más allá que una amistad con la princesa y olvidar aquello que logró sentir estando con ella. Era lo más sensato que podía hacer y estaba a tiempo de enterrar aquello que comenzaba a florecer como una flor silvestre.
Teodoro fue llevado por un siervo al salón de los retratos y estatuas de los reyes y reinas pasados de Invernalia, todos y cada uno de los retratos tenían algo en común, eran pintados bajo el gran árbol de Sauce que estaba frente al palacio y en el centro de Invernalia, según la tradición, el árbol de Sauce representaba al Gran Espíritu que guiaba a los gobernantes.
Al pasar a ver las estatuas de mármol y en tamaño real, se dio cuenta que en esa ocasión estaban las estatuas del rey y la reina juntas, justo en medio de ambos una de la princesa Breena, esta plasmaba la belleza, la altivez y también la sencillez de su mirada; la pureza de su ser y lo cautivante que podía ser su seriedad; sin pensarlo mucho Teodoro no lo contuvo más y de nuevo colocó ambas manos en las mejillas de la estatua de la princesa, recordando lo delicada y frágil que podía ser ella.
Dio un respingo y quitó rápidamente las manos de la estatua al escuchar voces acercarse, solamente le quedó arreglarse el abrigo de pieles como pudo y recolocar sus guantes sin la punta de sus dedos.
—Estoy lista para recibir mis clases. —Entró diciendo la princesa con un vestido azul oscuro que hacía resaltar los tiernos y brillantes ojos que poseía, una capa blanca con hilos de plata, y su cabellera esa vez estaba más suelta.
Teodoro abrió los ojos al observar lo bella que estaba la princesa en esa ocasión que, por poco y no saludaba a su alumna.
—Majestad, es un placer servirle —saludó Teodoro, haciendo una breve inclinación.
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Editado: 02.10.2023