Fingir formaba parte de mi vida;
fingir sonrisas aun cuando mi interior se desmoronaba;
fingir que no había lágrimas
para ahogarlas en mi garganta;
fingir que estaba completa cuando
estaba rota y vacía.
Ese era mi modo de supervivencia
hasta que apareciste y, sin saber cómo,
viste la parte más vulnerable de mí.
Y, lejos de huir,
la acariciaste.
Memorizaste cada parte rota,
cada parte pegada débilmente,
cada hueco.
Meciste mi dolor entre tus brazos
con comprensión,
pues, después de todo,
tú también sabías lo que era estar vacío y roto.
Ambos nos comprendíamos,
ambos aceptamos las heridas de cada uno.
Ambos aprendimos tanto del otro.
Pero supongo que no era suficiente.