Cuando la obra de teatro finalizó, todos los niños comenzaron a aplaudir con emoción, al igual que las enfermeras, doctores, y sus compañeros de curso. Logan cargó con cariño a Annie, provocándole una amplia sonrisa y haciéndola olvidar, como siempre, de su complicada y abrumadora situación familiar. Él tenía el don de gente, como acostumbraba decirle su abuela, podía ser una persona joven, e inexperta en muchos ámbitos, pero contaba con sabiduría y carácter para enfrentarse a todo. Alonzo siempre envidió eso de él... esa capacidad de controlar sus emociones, sin importar lo roto que estuviera por dentro, esa habilidad para ayudar aunque él no pudiera siquiera consigo mismo. Annie era una de las tantas personas que Logan sentía que debía proteger, sin embargo... ¿Quién lo cuidaría a él?
Cuando liberó a Annie de sus brazos, ella observó por milésima vez a su alrededor, tratando de toparse con la primera mirada que la sostuvo y reconfortó cuando llegó al mundo. La decepción la invadió de nuevo, al notar que efectivamente su madre no había ido.
—Te lo dije, es una mentirosa —mencionó con enojo, cruzando sus brazos.
Logan arqueó ambas cejas, sorprendido por su expresión.
—Annie...
—Y no me digas que no puedo decir eso de ella solamente por el hecho de que es mi madre.
—No te reclamo solo por cómo te expresas de ella, sino porque eres muy pequeña para guardar resentimientos.
—Tengo seis años y medio, ya estoy grande
—rebatió, enseñándole seis de sus dedos, y luego doblando el meñique, como representación de los últimos seis meses a los que se refería—. Además, ¿Tú por qué puedes guardar resentimientos y yo no?
Logan endureció su expresión, demostrándole que no le caía en gracia su comentario. Eran dos situaciones que no tenían punto de comparación. De todas formas, tampoco pensó en molestarse con Annie, era solo una niña y a veces no medía la magnitud de sus palabras.
—Porque yo soy el adulto y los adultos podemos hacer ese tipo de cosas —contestó, posicionando sus manos sobre los hombros de la pequeña, incentivándola a caminar—. Sin embargo, no significa que sea lo correcto o que debas seguir mis pasos. Tú debes ser mejor que la sociedad en la que naciste, recuérdalo.
—Mejor que mamá y un ejemplo para Lizzie
—murmuró la pequeña, con su mente vagando en distintos pensamientos.
—Así es, solo debes saber que las personas no pueden ser como queramos que sean. Si entiendes eso, evitarás que tu corazón se decepcione.
Annie lo observó con detenimiento, y luego se aferró a su cintura, abrazándolo con fuerza. Un abrazo que transmitía lo mucho que lo apreciaba y lo agradecida que estaba con él, por llegar a su vida como un héroe sin capa.
Él sonrió y acarició el poco de cabello que todavía conservaba la niña. Admitía para sí mismo que extrañaba el cabello de Annie, tan sedoso y rizado, y tan rubio como los rayos de un potente y resplandeciente sol. Sentía que era tan pequeña y frágil, no merecía nada de lo que le pasaba. Ella solo merecía bondad, cariño y felicidad... mucha felicidad.
Annie había sido diagnosticada con Leucemia hace unos meses, y se encontraba a punto de culminar su quimioterapia de inducción a la remisión que, de acuerdo a lo que le había comentado la Doctora Abril Henderson —quien era la madre de Christian y que, además, era oncóloga del hospital— significaba que las células leucémicas en las muestras de la medula ósea regresaban a la normalidad, generando recuentos sanguíneos normales.
En ocasiones, él se confundía con la cantidad de conceptos que hacían parte de la enfermedad, pero, lo consolaba el hecho de que Abril fuera parte del personal médico encargado de los tratamientos de oncología. Así podía estar más empapado sobre el estado de salud de Annie y sus probabilidades de mejora.
Por el momento, no perdía la fe... su valiente luciérnaga tenía una larga vida por delante. Él lo sabía.
A lo lejos vislumbró a su amigo Christian conversando con su madre, ella había estado unos días fuera de la ciudad, por tal motivo no estuvo presente en el hospital hasta ese momento.
—¡Abril está aquí! —mencionó Pete, al percibir de igual manera la presencia de la mujer.
Ella era una persona muy agradable, los niños la amaban y apreciaban mucho la forma en que procuraba cuidarlos. Ro, Annie y el pequeño corrieron hacia ella, acaparándola en un cálido abrazo.
Logan se hizo partícipe del recibimiento, posicionándose junto a Christian. Cuando Abril saludó a los niños, dirigió su mirada a él, observándolo con el mismo cariño que miraba a sus hijos. Ella, al igual que los miembros de su hogar, adoraba a Logan y su familia, era un vínculo que no se podía ocultar.
—Mis chicos cada vez están más grandes y apuestos —habló con orgullo, acariciando el rostro de ambos muchachos.
—Por supuesto, mamá, pero sabemos que el más apuesto soy yo —respondió Christian, convencido de sus agradables atributos físicos.
Logan golpeó con sutileza el hombro de su amigo, sonriendo.
—Eres un creído, Christian Henderson —negó con diversión Abril.
—Logan es más apuesto —se inmiscuyó Annie, enseñándole la lengua al rubio.
Ro asintió y Pete formó un puchero que evidenciaba su desacuerdo. No entendía por qué las dos niñas a su lado estaban tan encantadas con el adolescente.
—Vaya, tienes un club de admiradoras adorable —retomó Christian, para luego apretujar los pómulos de las pequeñas.
Ro sonrió ante la caricia y Annie contrajo su rostro en una mueca, el apretón le había dolido un poco. Una enfermera se acercó a ellos, informándoles que era hora de que los niños ingirieran sus medicamentos y llevándolos a las habitaciones. Ro estaba recetada con medicinas distintas porque, a diferencia de sus dos amigos, sus problemas eran respiratorios.
Abril se quedó observándolos hasta que desaparecieron de su campo visual y en el proceso detalló que las madres de Rosie y Pete estaban allí como era lo habitual, y que la de Annie nuevamente se encontraba ausente.