Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 1

Capítulo 1— Ojos temerosos.

Caminaba por los pasillos de la escuela, aburrida y con ganas de irme. No entendía qué tanto hacía mi tío como para tardarse más de hora y media después de su salida, y casi dos horas desde la mía.

Debí de haberle pedido a mamá que me recogiera, pero eso hubiera causado que faltara a sus clases de canto, y no quería eso. Mi hermana era suertuda de que los padres de su mejor amigo la apreciaban un montón que hasta la recogían de la escuela.

Lo único bueno era que tenía mis audífonos. Me los coloqué y puse una canción en aleatorio. Sonó Stupid Cupid de Connie Francis y comencé a cantarla. No me molesté en no hacer ruido, los pasillos de la escuela estaban vacíos; mi tío, el conserje y unos cuantos maestros eran los únicos que aún seguían allí.

Supongo que el ser director de una escuela tenía sus contras, como por ejemplo no respetar el horario de salida que te correspondía.

Me detuve en una máquina expendedora que había en uno de los pasillos, y compré unas galletas de chispas con chocolate. Tenía demasiada hambre, no tardé en abrirlas y comerme dos del tirón. Casi me atraganto.

Seguí con mi camino entre pasos de baile ridículos y sacudidas de cabeza, según yo bailando al ritmo de la música. Nunca se me dio el baile, por lo que probablemente lucía como a punto de tener un ataque o algo. No sabía cómo había logrado ser la capitana del equipo de porristas si no bailaba en lo absoluto.

Recorrí los pasillos, me metí dentro de los salones y dibujé corazones y caritas felices en los pizarrones. Sin saber cómo, llegué a un pasillo que casi nadie visitaba. Ahí estaban los salones viejos, aquellos que ya estaban muy deteriorados y que nadie usaba por el horrible olor a humedad debido al mal funcionamiento de las tuberías de agua en aquella zona.

Jamás había visitado ese lugar, pues su aroma me causaba nauseas. Pero no sé qué pasó, por qué lo hice o cómo llegué allí sin siquiera notarlo.

Al principio quise irme, no tenía nada que hacer allí. Pero después sentí la necesidad de seguir el camino, de continuar hacia delante. No le di mucha importancia, yo siempre fui muy curiosa. Así que continué caminando hasta dar con una puerta entreabierta.

Me pareció raro verla así, pues, por lo que había escuchado, cada puerta de esa zona se debía de mantener cerrada. No porque hubiese fantasmas o algo así, sino porque ahí guardaban bancos, casilleros, pizarrones… un sinfín de cosas viejas que la escuela ya no ocupaba.

Sabía que debía irme de allí, seguir comiendo mis galletas y pirarme, no quería que ningún fantasma me asustara o comiera. Pero, siendo tan terca y curiosa, me acerqué y abrí la puerta cuidadosamente, no quería hacer ruido.

Pues vaya, mi plan se fue a la mierda porque la puerta, al ser abierta, causó un chirrido que parecía el lamento o lloriqueo de algún ente maligno, listo para llevarme.

Me asusté, lo admito. Todo eso fue una mala idea, y yo ya estaba lista para irme. Me di media vuelta, con las galletas en mano, pero un sonido, logró traspasar la música que aún seguía escuchando.

Me detuve. Me giré lentamente y fruncí el ceño. Le puse pausa a la música y me quité los audífonos, casi parando la oreja para poder escuchar de nuevo aquel sonido.

Dos, tres, cuatro minutos pasaron, pero no se escuchó de nuevo. No fue hasta que pasaron cinco minutos (no sé por qué me quedé tanto tiempo ahí) que volví a oírlo. ¿Un jadeo? ¿Gemido? ¿Sollozo? ¿Qué era?

De pronto contemplé la posibilidad de que dos personas se encontraran allí haciendo… cositas. Pero la descarté cuando se escuchó otro sonido, esta vez más fuerte, y sonaba como a un sollozo tembloroso.

Mis alarmas se encendieron y entré al salón, ahora casi sin miedo de que un fantasma me comiera.

Paseé la mirada por todo el lugar. Había sillas, bancos, escritorios y casilleros por todo el lugar, todos viejos y con una capa de polvo encima que hasta podías dibujar perfectamente sobre ella. No me limité, hice una carita feliz sobre un escritorio.

Escuché otro sollozo.

—¿Hola? —hablé, podía sentirse el temor en mi voz.

Juré que si alguien no me respondía me iba a hacer pis en los pantalones.

Otro sonido más.

—¿Hay alguien aquí?

Bueno, pues claro que había alguien, pero eso es lo que se preguntaba ¿no? En las películas siempre hacían eso.

Caminé por todo el lugar, tratando de dar con la raíz del sonido. Mira, que tal vez y era una tubería descompuesta o algo así la que hacía ese ruido. Pero deseché esa idea en cuanto un casillero comenzó a moverse.

—Joder…—murmuré antes de ir corriendo al casillero.

Dejé mis galletas sobre el escritorio. No me detuve a pensar en nada, simplemente quité el palo de madera que se encontraba atravesado en el lugar donde se ponía el candado. Seguro que alguien lo había puesto para asegurarse que quien quiera que estuviera allí no pudiera salir.

Sentí enojo, ira y coraje, pero no me concentré en eso. Lo que importaba era sacar a la persona de ahí dentro en cuanto antes.

—Ya voy, está… joder, está atascada la puerta— murmuré entre dientes.

Tiré de la puerta de metal con todas mis fuerzas, las cuales eran casi nulas. Después de cinco intentos pude abrirla, y lo que me encontré me dejó con el corazón hecho trizas.

Un chico. Un chico en ropa interior estaba allí entro. Lloraba mucho, su respiración era muy irregular y jalaba aire con fuerza. Pronto me di cuenta de que estaba teniendo un ataque de pánico.

No pensé, solo lo saqué de ahí. Su mirada estaba perdida, y él solo se concentraba en tomar aire. Rodee su cintura con mi brazo y lo senté en un banco. Pronto llevó sus manos a su cabeza y se inclinó hacia delante, jalando aire una y otra vez.

No sabía qué hacer, jamás me había encontrado en una situación como esa.




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