Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 2

Capítulo 2—Solecito.

Pensé que tal vez era una mala opción quedarme, pues ya habían pasado muchos minutos y él no salía. Incluso llegué a temer que estuviese teniendo otro ataque de pánico. Me tranquilicé cuando el chirrido de la puerta rompió el silencio.

El chico salió y pareció muy sorprendido de verme ahí, sentada en el suelo a un lado de la puerta. Me levanté rápidamente y le sonreí. Miré que la ropa le quedaba un poco grande de los brazos y piernas.

—Pensé que te quedaría a la medida— hice una mueca.

Él se encogió de hombros.

—Está bien—respondió a secas.

De nuevo me mordí el labio. No sabía cómo comportarme con él. Por un lado no parecía muy contento con mi presencia ahí, pero era evidente que actuaba así porque estaba avergonzado. Nunca me gustó hacer sentir incómoda a la gente, así que me esforcé en hacerlo sentir cómodo.

—¿Cuál es tu nombre?

Me miró como si estuviera loca.

Sí, tal vez eso no era lo que esperaba que preguntara, pero no iba a pedirle que me contase lo que había ocurrido. Él aún se veía muy asustado y temeroso, no quería hacer que reviviera los recuerdos.

Apretó los labios, pensó un momento, después contestó:

—Trist.

Fruncí el ceño.

—¿Trist? ¿Es como el diminutivo de Tristán?

Negó.

—No, solo Trist.

Ladeé mi cabeza. No era un nombre muy común, jamás lo había escuchado. Quién diría que pronto ese nombre se me quedaría en la cabeza.

—Bueno, un gusto, Trist. Soy Allegra— le tendí mi mano.

Ahora él frunció el ceño.

—¿Allegra? —estrechó su mano con la mía.

La suya era fría, contrastó con la calidez de la mía.

—Sí— sonreí. Soltó mi mano—. Es de origen Italiano y significa ¨contenta¨.

Arqueó ambas cejas, pero no dijo nada.

De nuevo nos quedamos en silencio. ¿Qué podía decir? ¿Qué cómo estaba? ¿Quién le había hecho eso? Ninguna me pareció correcta. Así que decidí quedarme callada, lo cual era súper difícil para mí, considerando que me gustaba hablar hasta por los codos.

Mis ojos captaron su cuerpo delgado, y, como por arte de magia, pensé en que tal vez no había comido durante todo el tiempo en el que estuvo ahí.

—Oye… eh… ¿has comido algo?

—No.

—¿Quieres ir a comer?

Lo pensó. Se tomó más minutos de los esperados para responder.

—No creo que…

—Por favor— susurré.

Al escucharme, lució muy descolocado, como si no entendiera el porqué de mi insistencia a ayudarlo.

—¿Por qué quieres ayudarme? —inquirió.

—¿Por qué no?

—Esa no es una respuesta.

—Lo es, aquí y en China.

—Claro, porque en China hablan nuestro idioma, ¿no?

Pese a su tono seco, reí. Muchas cosas me hacían reír en ese entonces.

—¿Entonces?

—Si te digo que no, no te rendirás, ¿cierto?

Sonreí y asentí. Suspiró cansado. Sabía que él no quería ir, pero su estómago, el que hizo un ruido extraño, le parecía buena idea. Llevó su mano a su vientre e hizo una mueca avergonzada.

—Bueno… está bien— dijo finalmente.

Mi sonrisa se expandió.

—Bien, conozco un lugar cerca de aquí que sirve comida muy rica.

Empecé a caminar y él me siguió a un lado, manteniendo la distancia.

Parecía un poco más tranquilo, ya no lloraba pero aún tenía los ojos rojos. El estar ahí dentro, cuando se cambió, pareció ayudarle a tranquilizarse un poco.

—Sirven café y está súper delicioso, es mi favorito. Oh, y el chocolate caliente, amo el chocolate de ahí. También hay pan dulce, sándwiches, crepas dulces y saladas, donas… Ah, esas donas, las de chocolate son mis favoritas, pero hay una que…

—¿No te callas nunca?

Lo miré y sonreí.

—No, trato de callarme, pero no puedo— me encogí de hombros—. Soy como uno de esos juguetes de niño pequeño, de los que aplastas un botón y empieza a sonar una canción horrible y que nunca se apaga.

—Ya, me di cuenta.

Entonces seguí hablando mucho, de la comida, de la decoración del lugar, del clima perfecto que hacía para ir a ese lugar. Lo cierto era que yo no hablaba tanto, bueno, un poco sí, pero ese día quise distraerlo. Quise traer su mente a ese momento para que no pensara en lo sucedido.

—… Y así fue como terminé comiéndome siete donas de vainilla, casi vomito, pero logré mantener la comida dentro.

Él me miraba con la ceja alzada, con una expresión tan extraña, entre aterrado, sorprendido e irritado.




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