Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 4

Capítulo 4—Heridas sangrientas.

Todos alguna vez hemos tenido miedo. Y, si tú lo niegas, entonces estás mintiendo. Siempre hay algo: un lugar, un objeto, un recuerdo… una persona. Algo que te haga sentir un nudo en el estómago, en el menor caso. En el mayor, que te haga temblar y te petrifique en tu lugar.

En ese entonces, yo le temía al mar. El no saber qué criaturas nadaban debajo de mí me asustaba mucho. No me gustaba ir a la playa por esa misma razón. Sin embargo, ese miedo no era tan grave. Podía meterme al mar, lo único que evitaba era nadar más allá de la orilla. Así que básicamente ese miedo lo podía controlar.

Pero hay miedos que no puedes tomarlos por los lados para domarlos. Hay miedos que tienen rostro. Que tienen nombre y se convierten en tu pesadilla.

Supe que Trist tenía ese tipo de miedo que no puedes controlar.

Esa noche lo llevé a mi casa. Fue difícil convencerlo, pues él me repetía una y otra vez que se encontraba bien. No me dejé vencer y al final conseguí lo que quería. Tomamos un taxi y este manejó a mi casa.

En mi mente pensaba en qué le diría a mis padres cuando me vieran llegar con un chico que jamás habían visto en sus vidas, y además golpeado. Pero no me preocupé mucho, lo único que quería era ayudarlo, y tal vez… tal vez que me contara lo que había pasado.

Estaba segura de que, quien sea que lo había golpeado, era el mismo que lo encerró en aquel casillero.

Llegamos en menos de diez minutos, Trist le pagó al conductor, aun cuando yo insistí en hacerlo. Aún no le había preguntado qué hacía en la calle por la noche, pero me dije que se lo preguntaría después.

—¿Tus padres están en casa? —inquirió con el ceño fruncido al ver un coche aparcado frente mi casa.

Asentí. Él se detuvo.

—¿Y quieres que entre ahí, con tus padres dentro y despiertos, golpeado?

Sí, sonaba mal. Le sonreí inocente.

—¿Sí? —pregunté.

Él negó.

—No entraré en tu casa. Ni siquiera te conozco, no sé por qué acepté venir.

Alcé una ceja.

—¿Qué hacías en la calle?

—¿Eh?

—Sí. ¿Qué hacías en la calle, a esta hora?

—No es tan tarde— se encogió de hombros.

—Es lo suficiente tarde como para salir a caminar.

Su ceño se frunció más.

—¿Qué insinúas, Allegra?

Sonreí de lado, con suficiencia.

—Insinúo que tal vez fuiste a la fiesta porque te invité.

Él rió, alto y sin humor.

—Estás mal— negó—. ¿Qué tal si vivo por ahí?

Asentí.

—Okay, digamos que vives por ahí. Pasan de las once, lo que quiere decir que a estas horas muchos ya se van a dormir o quieren usar algo cómodo, ¿cierto? Entonces, sí tú vives por ahí y ya es tarde, ¿por qué usas esa ropa?

Él se miró de arriba abajo, luciendo confundido.

—Pero… estoy usando la ropa de siempre.

Salté en mi lugar y lo señalé, él se asustó.

—¡Exacto! Es la ropa que siempre usas. No es un pijama.

Rodó los ojos.

—¿Eso qué tiene que ver con que no quiera entrar en tu casa? —inquirió aburrido.

Parecía fastidiado e irritado, pero el labio cada vez le sangraba un poco más, y yo no tenía tiempo para juegos.

—Olvídalo. Solo… déjame ayudarte. Por lo menos te doy material para que te cures— señalé su rostro.

—¿Por qué quieres ayudarme? Es la segunda vez.

—¿Tiene algo de malo?

Humedeció sus labios.

—No lo sé. Depende.

Alcé mis cejas.

—¿Depende de qué?

—De con qué intenciones lo hagas— respondió firme.

—¿Y según tú con qué intenciones lo hago? —me crucé de brazos, de pronto sintiéndome ofendida.

—No lo sé. No es normal que alguien extraño quiera ayudarte. Siempre hay motivos detrás de las acciones, solecito.

El apodo en sí era lindo, pero de sus labios salía en un tono amargado y sin chiste.

—No creo eso. Creo que hay personas que están dispuestas a ayudar sin esperar algo a cambio.

Bufó.

—¿En dónde? ¿En tu mundo rosa de fantasía?

Fruncí el ceño.

—Oye, solo estoy tratando de ayudarte, ¿de acuerdo? No tienes por qué comportarte así— murmuré lo último.

—No necesito tu ayuda— respondió.

Ya me estaba cansando. Nadie había sido grosero conmigo, y todo eso era nuevo para mí. No sabía si había dicho algo que lo había ofendido o simplemente él era así. Estuve a punto de decirle que se fuera, que si no quería mi ayuda entonces que era libre de irse del porche de mi casa. Pero algo me detuvo. No sabía el qué. Pero apreté los labios para que aquellas palabras no salieran.




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