Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 15

Capítulo 15—Un sentimiento.

Ese día Ross me recogió para irnos a pasar la tarde juntas. Sinceramente pensé que rechazaría mi invitación cuando le ofrecí salir unos días atrás puesto que la había visto desanimada, pero tampoco me sorprendió mucho cuando aceptó.

Adoraba y admiraba a Ross muchísimo, esa chica era de acero; podría pasar por el peor de los problemas, pero aun así saldría adelante con la cabeza en alto.

Primero fuimos a un restaurante muy lindo a desayunar, pedí panqueques con nutella y fresas, mientras que ella optó por una crepa salada. Platicamos sobre la escuela, le pregunté cómo la había pasado en la ciudad (que era donde su abuela vivía), entre otras cosas. No tocamos el tema de su abuela muy a fondo, pues sabía que ella no quería hablar de ello en ese momento.

Después de desayunar fuimos a un centro comercial, puesto que Ross quería un videojuego que había visto en internet. Aproveché para mirar cámaras en una tienda. Quería con todas mis fuerzas una, mi teléfono ya no era suficiente; además, la necesitaba para el club de fotografía.

—Iré a esa tienda— me avisó Ross, señalándola con el dedo—. Ya vuelvo.

Asentí y volví la vista a las cámaras.

Hice una mueca cuando vi los precios. Eran excesivamente caras. No podía comprarla con el dinero ahorrado que tenía. Me dediqué a buscar una más barata, pero igual de buena que las demás.

Yo simplemente quería capturar momentos, paisajes, emociones… no necesitaba mucho para eso. Busqué con la mirada; quería una pequeña para poder llevarla conmigo a donde sea y que pudiese ponerle una correa para colgármela en el cuello y así cargarla.

—¿Busca algo en especial? —inquirió una mujer que trabajaba ahí.

La miré y le sonreí, negando suavemente.

—No, gracias, solo estoy mirando.

Ella asintió devolviéndome la sonrisa y se fue.

Mi sueño siempre fue tener una cámara elegida por mí. Quería pasar horas y horas mirándolas hasta encontrar una que obtuviera toda mi atención; entonces, sabría que sería la indicada. Había muchas muy bonitas y de buena calidad, pero ninguna me convenció.

Estaba concentrada mirando la calidad de una cámara cuando sentí una mano tomarme del hombro. Salté en mi lugar y me giré, ahogando un grito.

Trist me miraba con una ceja alzada, luciendo divertido.

—Tienes que parar de asustarme de esa forma— me quejé.

El fantasma de una sonrisa apareció en sus labios.

—No es mi culpa que seas tan miedosa— se encogió de hombros.

—No soy miedosa— refuté.

—Apuesto que hasta duermes con una lamparita.

Mis ojos se abrieron un poco. ¿Cómo lo sabe? Me pregunté. Claro que dormía con una lamparita encendida, me daba miedo la oscuridad. Al no obtener respuesta alguna, él rio.

—¿Qué haces aquí, solecito?

Sonreí ante el apodo.

—Vine con mi amiga.

—¿Dónde está ella? —preguntó, mirando a su alrededor.

Señalé la tienda de videojuegos al otro extremo del lugar.

—Seguro ya se gastó todo su dinero en videojuegos— reí.

—Es probable, son muy caros.

Lo miré.

—¿Te gustan?

Trist no me devolvió la mirada, pero pude ver en sus ojos un deje de tristeza. Tragó saliva y negó.

—No, a mí no, a mi hermano sí.

Se giró y miró la tienda. Mientras hacía eso, yo lo miré a él. Vestía unos pantalones de mezclilla negros junto con un abrigo del mismo color que le llegaba a la altura de las rodillas. Su cabello café iba despeinado, pero de una forma que lo hacía lucir atractivo.

En ese momento yo ya era demasiado consciente de lo atractivo que él me parecía. Cada vez que podía lo miraba por largos segundos, embotellándome de sus delgados y rosados labios, la línea de su mandíbula, sus delgadas cejas y sus hermosos ojos. Incluso me gustaba mirar su pequeña nariz cuando esta se sonrojaba por el frío. Era adorable y atractivo a la vez. Me gustaba mirarlo.

Cuando él me miró y me atrapó observándolo, me sonrojé y aparté la vista.

—¿Quieres una cámara? —su pregunta me hizo fruncir el ceño y lo miré. Él hizo una seña hacia las cámaras.

—Ah, sí— sonreí de repente nerviosa.

Aclaré mi garganta y caminé a la salida con Trist a mi lado.

—Pensé que tenías una— murmuró distraído, mirando los aparatos por encima de su hombro.

Negué.

—Nunca he tenido una. En verano conseguí un trabajo para ahorrar y poder comprármela— sonreí—. Siempre fue mi sueño tener una cámara.

Él me miró.

—¿No la comprarás ahora?

—No, quiero buscar en más lugares— expliqué, aún sin mirarlo—. ¿Tú qué haces aquí?




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