Cuando me necesites | Serie Cuando | Libro 1

5.

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Debería estar contenta porque recibí una oferta que mejoraría mi vida y acortaría un par de años mi carrera en ascenso. Estaría en la cima incluso sin competir desde el principio.

Mi terapeuta diría que no me permitía emocionarme debido a mis problemas de confianza. Si así fuera, ¿quién podía culparme? Las oportunidades como esta fácilmente se podían esfumar tan rápido y sin aviso, tal como aparecieron.

El mundo era así de impredecible y cruel. No iba a darle paso a la felicidad y contarle a todo el mundo para que la oferta se haga humo un par de horas más adelante. Quedaría como una tonta y daría lástima.

Odiaba la lástima y mi personaje aún más.

—En serio te debo una enorme —repitió Pedro por quinta vez.

El chico casi lloró cuando me vio llegar con la cámara sana y salva. Ahora estaba encargándose de editar las fotografías y no podíamos irnos hasta terminar. Bueno, él no podía marcharse, yo sí; sin embargo, no confiaba en que hiciera el trabajo bien y a tiempo, así que mejor me quedaba a confirmarlo.

Otra vez, los problemas de confianza.

—Puedo invitarte una cerveza en uno de estos días —Ofreció mientras tenía los ojos fijos en la computadora—. Dos cervezas. —Aumentó la apuesta para animarme.

—Tienes problemas con el alcohol o estás empezando. Deja de beber como lo haces si quieres llegar lejos —le aconsejé.

Chasqueó con su lengua.

—Somos jóvenes. Hay que disfrutar la vida. —Arrojó la típica frase.

—Juventud y bebida, la combinación para formar a un adulto perdedor —dije.

Dejó lo que estaba haciendo.

—Eres cruel. —Se quejó.

—Solo realista. —Me defendí—. Apresúrate, también tengo vida fuera de aquí.

El ambiente cambió, evidentemente lo ofendí. Daba los clic en el ratón muy fuerte y la tableta gráfica sufría la presión innecesaria.

—¿Acaso tú nunca te diviertes? —me preguntó con un siseo. Sí, su tono me decía que lo ofendí.

—Claro que me divierto, pero cuando es el tiempo para eso —le dije mientras lo veía mejorar el brillo de la fotografía de Alec Campbell.

—¿Y cuándo es el tiempo para eso? Si eres tan sabia. —Me retó a darle una respuesta. Suspiré con evidente cansancio.

—Cuando te lo ganas —respondí.

—¿Y cuándo te lo ganas? —Volvió a hacer una pregunta.

—Lo que estás buscando es orientación profesional. Yo no soy lo que necesitas —le hice saber. Me levanté para hacerme un café o algo mejor—. Te puedo recomendar a alguien mejor

Comencé a alejarme. Él murmuró hacia la pantalla, pero de todos modos lo escuché:

—Mejor que la señorita perfecta.

Permanecí en la sala de descanso hasta que vi que Pedro terminó. Entonces hice que enviara las fotografías al editor. Me aseguré de que tipeara el correo de forma correcta, solo me faltaba que lo haga mal.

No se despidió de mí, y yo tampoco lo hice. El camino a casa fue caótico. El transporte estaba a reventar, como siempre. Tuve que cuidarme el trasero porque alguien se estaba pasando de listo y me rozaba con su mano.

Si solo hubiese estado diez por ciento más segura de que se trataba del cuarentón con camisa arrugada, le habría estampado mi rodilla en las bolas. Para ello tendría que entrar en personaje, pero no era problema. A veces el personaje se sentía como yo. A veces.

Malhumorada y agotada por todo el trajín del día, y por el examen de hoy, que podía o no aprobar, me refugié en mi habitación después de saludar a mi hermana, quien veía un programa de cocina para hacer hambre. Así lo llamaba ella.

Nada me hubiese gustado más que acostarme y estudiar en esa posición, pero no podía engañarme a mí misma. Me quedaría dormida al poco rato y el examen de mañana era importante, tanto como dieciocho créditos semestrales. Una cantidad ridícula para una materia cuyo profesor era un asco.

Adolorida de la espalda y hambrienta, me despedí de mi escritorio cuatro horas después. Mamá había llegado hace rato del trabajo y antes de irse a la cama, me informó de la comida en el horno que dejó para mí.

La comí rápido, estaba tan cansada que me casaría con mi cama si pudiera. Una unión que duraría hasta el último día de mi vida.

Apenas toqué la almohada, ya no supe nada más hasta el siguiente día que, con toda la pereza del mundo, tomé una ducha y me alisté para la universidad.

El examen estuvo bien. Complicado desde el principio hasta el final, pero estaba segura de aprobar. Mañana…

Los dos golpes sobre la mesa me hicieron sobresaltar. Regresé a ver a Isabel.

—¿A ti que te está pasando? —preguntó mientras apoyaba sus manos sobre la mesa—. Andas como en las nubes la mayor parte del tiempo. Además, no has querido salir conmigo ni una sola vez. No sé cómo aceptaste desayunar con nosotros.

Tomé el vaso con jugo de naranja y bebí un sorbo.

—Por si no lo sabías, estamos en exámenes finales y se supone que debemos estudiar. —recalqué, porque esa justificación era mejor que la otra. La otra en la que no podía ni pensar—. Y no estoy en las nubes. Se le llama pensar.

Alzó las cejas y yo aproveché que le ponía atención a su comida para volver a mis pensamientos, los cuáles me llevaron a un correo que había enviado de nuevo a Fabián y cuyo contenido me atormentaba cuando no me mantenía ocupada.



#15135 en Novela romántica

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 02.10.2024

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