Cuando me necesites | Serie Cuando | Libro 1

8.

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La fría brisa de la noche golpeaba mis mejillas y se sentía bien. Algo sobre estar sentada en la parada de autobús vacía era relajante. Quizá tenía que ver que haya sido un día agitado en la librería; demasiadas personas, demasiadas palabras, demasiada energía necesaria. Estaba cansada, cualquiera que me dé un vistazo lo notaría. Mis vacaciones no estaban del todo mal, pero tampoco del todo bien.

La culpa me llevó a enviarle otro correo a Fabián. El contenido era el mismo, pero la urgencia había aumentado. Sin embargo, no por ello le ponía más atención. Todavía no había logrado que lo leyera, pese a mi insistencia. El peso de ello estaba sobre mí día con día, aunque lo disimulaba muy bien y, de cierta manera, todo el trabajo que tenía en la revista me distraía, aunque también era un problema más que tenía que resolver.

Considerando que no ganaba un peso por ello, la cantidad de labores que me asignaron era absurda. Comenzaba a plantearme buscar algo mejor. Era posible que encontrara una pasantía que me explotara lo mismo o más de lo que lo hacían ahora, pero si recibía un pago por ello no estaría tan mal.

El lado pesimista de mi cerebro empezó a jugar con mis pensamientos, porque comencé a dudar que encontrara algo mejor. Es decir, ¿qué revista prestigiosa le confiaba a una pasante un artículo para cada edición? No muchas, sin duda. Además, ya recibí la promesa de Fabián, la que estaba esperando desde hace meses; dijo que pondría mi nombre en un artículo que yo escriba. Tendría que ceder todos los derechos comerciales del artículo, pero mi nombre estaría al final del artículo. Sería un logro significativo.

Se leería el “Por: Melanie Betancourt” en lugar de “Por: Grupo Editorial”. Enmarcaría esas páginas. Al menos había conseguido eso de él.

Mientras me dibujaba escenarios extraordinarios en mi cabeza acerca de mi futuro profesional, llegaron más personas a la parada. Pocos minutos después, ya estaba en el autobús de camino a casa. Mi teléfono vibró en mi cintura. Escaneé mi alrededor por si había alguien con el potencial de arrancarme el teléfono al abrirse la puerta. Tomé el riesgo.

—Trabajo mañana —le dije a Isabel sin saludarla siquiera, porque sabía qué iba a decir. Lo que había estado pidiendo desde el inicio de las vacaciones de la universidad—. Días pesados, estoy cansada.

—Invito todo y te dejo en tu casa al final. Es mi mejor oferta. —dijo. Ya me había ofrecido un cierre épico en un restaurante nocturno de comida rápida y lo rechacé—. Solo quiero una buena rumba con mi mejor amiga. Di que sí. ¿Sí? ¿Sí? ¿Sí? —Lo último lo dijo con la voz de una niña de cinco años que le hacía berrinche a su mamá.

—Me está matando la espalda, Isabel. —Le ofrecí otra de mis razones—. Y para mañana el dolor de pies será peor. Toda la semana he estado de aquí para allá tratando de seguirle la pista al dueño de la galería de arte que está de moda. Odia la revista porque una de las editoras es su ex, ¿yo qué culpa tengo de que ella le haya sido infiel?

—Suena como una putada —comentó Isabel—. Tómalo como un merecido descanso por el esfuerzo.

—Donde tú ves esfuerzo, yo veo fracaso.

—Y por eso debes tomar terapia —dijo para molestarme. Entorné mis ojos al tiempo de que me daba cuenta de que la chica a mi lado estaba muy pendiente de la conversación. Odiaba a los chismosos, aunque a veces el periodismo se trataba de chismear y trabajar sobre ello. La hipocresía.

—Te llamo luego —le dije.

—Si no me llamas, te llamo yo. —La escuché a pesar de que había alejado el teléfono de mi oreja para colgar.

Me recibió el sonido del televisor apenas entré a mi casa. Solo una persona veía la televisión con ese nivel de volumen.

—¡Hola! —dijo Serena—. Hice empanadas. Las primeras salieron crudas, ni yo sé cómo. Pero te dejé las mejores. Están en el microondas. Sírvete.

—Gracias —dije con el mejor tono que pude usar. Fui directo a mi habitación, pero antes de entrar—. ¿Mamá?

—Con Beatriz. Dijo que llegaba a eso de las 10.

Dejé la cartera en mi escritorio y fui directo hacia la cama. Me detuve en el último momento, porque donde la tocaba, no había poder humano que me despegue de ella hasta mañana. Me alejé con la promesa de volver una vez estuviera lista. Ahora, comer o bañarme, esa era la cuestión. Al final, decidí bañarme para quitarme un poco del peso que sentía en la espalda. Funcionó, como siempre.

Me coloqué los audífonos para escuchar música mientras secaba mi cabello. Cuando terminé con uno de los lados, la música se detuvo. Apagué la secadora y contesté la llamada entrante.

—Me estaba bañando —le dije a Isabel, quien llamó mientras me ponía shampoo y por supuesto no pude contestar—. Tenía todo el cuerpo empapado, no podía contestar.

—Siempre se agradece el contexto —dijo una voz gruesa que era demasiado conocida. Casi dejo caer la secadora que me costó una semana de trabajo. Mi corazón comenzó a latir muy rápido al tiempo que aumentaba mi temperatura—. Y también la imagen mental.

—¿Quién es? —dije para ganar tiempo, porque ¿cómo respondía a lo que acababa de decir?

—Alec —respondió. Recibió mi silencio como una confusión de mi parte. Debió pensar que él era solo uno de los Alec que conocía. Como si fuera un nombre muy común en mi círculo social, ni siquiera estaba segura de que fuera común en Colombia—. Alec Coleman. —Completó su nombre.



#15135 en Novela romántica

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 02.10.2024

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