Cuando te acuerdes de mí

TEMPORADA DE LUCIÉRNAGAS

Los minutos pasan y yo me impaciento por saber cuál es la sorpresa que me prepara. Mientras el tiempo llega saco de la bolsa que llevo la comida que preparé más una botella de vino, no todos los días nos la dejan gratis ¿cierto?

— ¿Qué es exactamente lo que quieres hacer cuando salgas de la Universidad?— me pregunta sacándome de mis pensamientos y sonrío.

—Quiero viajar a los lugares más místicos del mundo, hacer investigaciones de las cosas más extrañas y disfrutar de mi vida, tal vez escribir unos cuantos libros sobre lo que descubra, tener un lugar propio mío, ya sabes, un departamento para mí ya que nunca he tenido algo así y pues no quiero ser canguro toda la vida, aun que adoro a la familia Rockenford pero no sería bueno para mi seguir ahí.

—Eso es bueno, jamás te olvides de ti, siempre avanza; eso decía mi abuelo, cuando falleció sufrí mucho, él me enseñó todo lo que mi padre me debió enseñar, era mi ejemplo, mi mentor, mi héroe, él se interesaba tanto por la gente sin posibilidades, una vez mandó a construir una escuela en una zona llena de niños pobres, jamás hizo alarde del dinero que ganaba, siempre dio la mayoría de lo que ganaba, ¿sabes? Aun que me pesa dejar de hacer todo lo que amo… creo que valdrá la pena si puedo llegar a ser como él.

—Por ello no quieres defraudarlo ¿cierto?

—Exacto. Ok, es hora… te contaré una historia ¿bien?— sonrió al verlo tan entusiasmado y él se ajusta las mangas para prepararse.

—vale.

—Cuenta una vieja leyenda que la Luna quien comandaba el ejército de estrellas del cielo les prohibió tener un amor ya que según ella se distraerían y no brillarían como lo deben hacer, todas las estrellas se decepcionaron así que miles de ellas buscaron la forma de poder estar cerca del amor, algunas de las miles le pidieron permiso a la Luna para poder bajar a la tierra con la excusa de hacer felices a los humanos quienes no alcanzaban a ver su brillo, la Luna quedó convencida y aceptó, así que juntó su energía y transformó a las miles de estrellas en luciérnagas, así ellas aunque no pudieran tener un amor, podrían conformarse y ser felices viendo a los amantes de la tierra, iluminando su entorno en las noches de más profundo deseo. Justo como ahora.

Cuando termina de contarme la hermosa historia parpadeo y me doy cuenta de que estamos rodeados de miles de Luciérnagas parpadeando e iluminando nuestro alrededor.

— ¡Son maravillosas! — grito feliz y me pongo de pie, jamás había sido testigo de un evento así.

—Lina… — susurra Pancho y tambien se pone de pie quedando a un metro de distancia, —Jamás quise hacerte daño, lo que siento por ti es real, — se acerca más a mí y con un brazo rodea mi cintura y con la otra mano toma la mía incitándome a bailar con él y comienza a balancearse como si hubiera música.

—Pero no hay música… —susurro y él me mira sin parar de bailar.

—Shhhh si la hay, solo escucha… — él me abraza más contra él y comienza a tararear una canción en mi oído, me estremezco de sentir su aliento en mi piel y no me quejo, el aroma de los pinos combinado con su perfume fresco me eriza todo el cuerpo y él jamás deja de tararear para mí, en momentos se aleja para darme uno que otro giro y regresa mi cuerpo con una armonía impresionante, los dos sonreímos olvidando por completo los problemas que habíamos pasado, cuando nuestras miradas se cruzan subo mi mano hasta su boca y acaricio sus labios y él me rodea con sus brazos y me carga para ponerme sobre la mesa de madera, corremos la suerte de estar en una zona abandonada y así nos sentimos cada vez más confiados, para cuando nuestros labios se encuentran él ya está entre mis piernas sin parar de besarme, lo hace lento saboreando nuestro contacto, despacio mete sus manos por debajo de mi sweater y sus dedos ásperos me estremecen ocasionando que me arquee a él, me dejo caer en la mesa y él se quita su playera dejándome ver su piel morena perfecta, lo miro sin pena y yo hago lo mismo, él sonríe al ver mi piel semidesnuda y me besa acariciando desde mis hombros hasta la punta de los dedos de la mano.

Una cosa llega a otra y de repente nuestros pantalones están tirados a un lado de la mesa, ahora el besa mi cuello, el lóbulo de mi oído y cuando está ahí susurra:

—Eres la mujer más perfecta que puede existir… y esta noche eres solo para mí.

No me da tiempo de responderle porque sus labios ya están devorando los míos de nuevo, segundos después siento como posee mi carne justo como lo hace hasta con mi alma, me llena de él y de ese sentimiento de melancolía por tener que alejarse de mí en unos días. Cada movimiento suyo me carcome de placer, cada uno perfectamente calculado se complementa con cada roce de mi cuerpo, él me explora y jamás perdemos el contacto visual, no queremos desperdiciar el poco tiempo que nos queda juntos, pero el tiempo se nos pasa volando y nos terminamos envolviendo en un halo de placer y corazones acelerados, me aprieto contra él y nos disfrutamos así sin decir nada, ambos sonreímos, nos vestimos y comemos hablando del Universo, él no deja de impresionarse con lo que le cuento y no deja pasar ni un segundo para poder besarme y escucharme como si fuera lo único que importara en su mundo.




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