Cuando te vuelvas real.

2.

El camino me había parecido más corto de lo que en verdad era y antes de bajar del auto, pude ver a mi tía Martha, haciéndome desear que el camino hubiera durado el doble.

Sabía que ni siquiera a mi madre le gustaban estas reuniones, pues mis tías siempre hacían algún tipo de comentario doloroso, irónico o en forma de burla respecto a mi padre y mi madre fingía que no le importaba, pero yo mejor que nadie sabía que aquel tema aun le dolía. Mis tías no eran malas, simplemente que no podían controlar sus lenguas de gárgolas malditas, como si cada que tenían oportunidad algún tipo de demonio se apoderaba de ellas y no podían cerrar la boca.

-Vamos cariño, estarás bien -hablo mi madre viéndome desde el espejo-. No son tan desagradables… Está la abuela y el tío Ernie.

-Son por los únicos que estoy aquí -respondí suspirando- Y por ti.

Mi madre sonrió y tomó su bolsa para salir del auto. Asentí, como para convencer de que de verdad estaría bien. Salí detrás de mi madre y fui directo a la cajuela para sacar las cosas que habíamos traído.

-¡Gina! -la tía Martha se acercaba a nosotras, con los brazos abiertos para estrechar a mi madre fuertemente.

Sus brazos regordetes parecían quitarle todo el oxígeno a mi madre y su sonrisa parecía guardar un montón de curiosidad, pero aun así mi madre le correspondió a su bienvenida. Yo sólo quería meterme a la cajuela y esconderme ahí hasta que pudiéramos irnos. 

-Pero mira cuanto has crecido -dijo al verme, soltando a mi madre y viniendo directo a mí. Aquello era una vil mentira, sabía perfectamente que no había crecido ni un poco y menos en un año, en cambio la tía Martha estaba más gorda y usaba ropa cada vez más ajustada.

-Pero mira esas ojeras, muchacha, así nunca nadie se fijará en ti -dijo alejándome e inspeccionando mi rostros-. Tienes cara de anémica o drogadicta.

-Déjala en paz, Martha, no quieres saber cómo te ves tú -la voz del tío Ernie hizo que me asomara detrás del cuerpo regordete de la mujer-. Además, ella no necesita de nadie.

El tío Ernie realmente era mi tío abuelo, tío de mi madre. Su 1.82 metros estaban llenos de historias y amor, al menos con mi madre y conmigo era un buen hombre, de los pocos que defendía a mi madre y a mí delante de toda la familia.

-Tío Ernie -hice a un lado a Martha y fui directo a abrazarlo.

-Hola, pequeña -me abrazó cuando mis brazos se enredaron en su cuerpo. -Vamos a ver a Gladis, anda.

-Pero... -dije viendo a la cajuela, indicándole que tenía una tarea antes de poder disfrutar de la emoción de estar en aquel lugar con todas aquellas personas.

-No te preocupes querida, nosotras lo hacemos -dijo la tía Martha, tomando a mi madre del brazo.

Sabía que sólo quería interrogarla, pero en parte quería hacer que mi madre estuviera desesperada por irse, así todo sería más fácil.

Asentí y caminé a la par del tío Ernie, mientras aquel me guiaba poniendo su mano en mi hombro. Cuando entramos a la casa me di cuenta de que nadie estaba dentro o al menos no en la planta baja, suponía que la mayoría estaba fuera o en la cocina, lo cual agradecía.

-Te tengo algunas cosas que encontré por ahí -me dijo dirigiéndose al estudio, donde seguramente la abuela Gladis estaba-. Libros que me hicieron muy feliz en mi juventud y una que otro cacharro.

-Gracias -dije con total sinceridad.

-Nada de gracias, no estamos en épocas de caridad -dijo viéndome y estirando su mano en señal de esperar algo.

Sonreí al igual que él y saqué una pequeña libreta del bolso que caía a un lado de mí, entregándosela.

Cada que teníamos aquella reunión hacíamos un intercambio; él me otorgaba historias y cosas curiosas y yo escribía para él. Siempre le habían gustado mis historias y yo me sentía realmente bien al saber que le gustaban.

-Gladis está un poco paranoica hoy, no le hagas mucho caso, su medicamento la está afectando mucho -dijo mientras guardaba la libreta en sus bolsillos traseros, pero de inmediato pude notar que la sonrisa se le había borrado.

Cuando llegamos a la entrada del estudio, Ernie se detuvo y me hizo una seña para que entrara. La voz de la abuela se escuchó dentro. Parecía estar hablando con alguien, pero cuando escucho que la puerta se abría se detuvo. Se asomó de entre los libreros y me sonrió, saliendo de ahí. Pude escuchar como Ernie cerró la puerta detrás de mí y se alejaba por los pasillos.

Gladis era una mujer de cabellos largos y blancos, siempre vestía ropa grandísima y contaba historias muy fantasiosas.

-Cassie -susurro abrazándola- Creí que no te volvería a ver.

Aquello me desconcertó un poco, pero de inmediato recordé que estaba enferma y nadie esperaba mucho de su salud. Me sorprendía que aún me recordara con tanta claridad, pues los últimos años su memoria había ido desapareciendo hasta llegar a tal punto de no recordar a las personas. 

-Oh, vamos -reí abrazándola-. Es más fácil que se deshagan de mí que de ti, abuela.

- No, no me refiero a mi muerte -dijo sin rodeos, como si el hecho de morir no le afectara de ningún modo- Los he visto Cassie, he visto a los Latier.

-¿Los Latier? -mi ceño se frunció, pero recordé lo que el tío Ernie me había dicho.

-Vienen por ti Cassie, es hora de elegir y en los Valles Murler lo saben -comento, tomando mi brazo y guiándome hasta uno de los muebles que se encontraba cerrado, rebuscando algo en sus bolsillo-. Ya es tiempo de que lo sepas.

Cuando escuché que mencionaba los Valles Murler sólo reí, aunque me desconcertaba.

-Le diré a Ernie que deje de leerte mis historias -negué viendo como sacaba una llave y batalla para abrir un cajón-. Los Valles Murler no existen abuela, sólo… Son cosas de mi imaginación.

Pero ella hacía caso omiso a mis palabras, concentrada totalmente en la búsqueda de alguna cosa en aquel cajón lleno de hojas sueltas y baratijas que seguramente sólo tenía ahí porque le proporcionaban algún tipo de recuerdo o sentimiento.




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