Joel Ferreira, tecleaba en su computadora, después de todo estaba dando lo mejor de sí, sin embargo estaba molesto.
Su jefe le había reprendido por solo tardar exactamente dos miserables minutos para entrar en la sala de juntas, no era su culpa, no, claro que no. Todo era culpa de Javier Ibarra, su compañero de trabajo y posteriormente su rival, casi siempre entraban en desacuerdos por realizar los viajes y actividades.
Ahora bien, había recibido la mala noticia de que Javier se iría de viaje. Iría por primera vez a Campeche; y saber eso lo dejó con mil y un maldiciones para su jefe.
México es un país mega diverso de zonas naturales, aunque claro hay ciertas personas de ciertos lugares que ni se preocupan por la madre naturaleza y en ese campo, siendo absolutamente realistas entra Javier.
Estaba tan molesto que ni siquiera se percató de quien estaba a su lado. Su compañera de trabajo, una chica tan menuda, simpática y demasiado optimista, Jane Lérida, su cabello se agitó cuando estuvo tan cerca que incluso él creyó que era algún animal, una araña, aunque a esta criatura para él no era nada, más bien le gustaba demasiado.
—Jane…
—¿Sigues molesto?
—No—se apresuró a decir—por supuesto que…
—Sí, eso es un sí—. La chica tomó lugar a su costado, él mantenía la mirada fija en ella, sus jeans se ajustaron y moldearon de manera única sus piernas, Joel, tragó saliva— escucha, sabes que estoy en contra de que a Javier le dieran "la misión"—susurro eso último como si fuera algo muy secreto—pero siempre sucede por algo.
—Y tu optimismo no se ve opacado.
—Por supuesto, jamás de los jamases, creas que la vida es un simple juego sin reglas y sin lecciones.
Su cabello volvió a agitarse cuando ella se inclinó hacia delante, Joel no sabía ni siquiera distinguir qué color era el cabello de su compañera, estaba entre castaño y chocolate.
Sus labios finos y delgados, sus pómulos eran algo regordetes, porque sí, Jane tenía un cuerpo muy curvilíneo, era necesario y le daba gracias al cielo de que al menos tuviera eso, que era algo bajita, muy bajita para él, pero ella no era de las típicas chicas que se vanagloriara por su cuerpo, ni mucho menos que sacara ventaja.
Jane Lérida era de esas chicas que se quedó atrapada en los 80´s, aún usaba jeans holgados de las rodillas hacia abajo, de aquellos que fueron extremadamente populares y ganaron el bendito nombre de barredores de calle.
Jeans mezclillas casi desgastados.
Su blusa era apenas un sinónimo de sensual, una blusa en celeste con botones blancos que parecían pequeños diamantes, y el saco negro, le ayudaba a la perfección. Pero ella era tan angelical como perversa cuando alguien le daba la ocasión y casi siempre Joel evitaba ver a su compañera en estado perverso.
—Daremos por muerto este tema—Joel levantó los brazos sobre él, estirándose—así que no te preocupes.
—Descuida, no me preocupo por ti—él se volvió a verla y siguió su mirada, sus ojos pardos observaban fijamente a Javier, quien hablaba con otros compañeros, al parecer estaba jactándose de su futuro viaje, sin embargo tanto Jane como él sabían que las actividades de campo no siempre son fáciles—pero bien, sobrevivirá—Jane se puso de pie—nos vemos luego.
—Sí.
Observó a Jane caminar con cierto encanto, sabía cómo mover las caderas sin la necesidad de exagerar como
muchas otras chicas, pero Jane era única, tanto que le daba miedo meter la pata, ya bastante tenía con “otras compañías nocturnas” y no quería mezclar el trabajo con el placer, eso no sería lo más cuerdo.
¿Cuándo he hecho algo realmente cuerdo en mi vida?
Sonrió para sí tras preguntarse a sí mismo, sí, era una locura, pero siempre creyó que la vida era de sabores; conocer, sentir y seguir, y evidentemente que él no hiciera el dichoso viaje a Campeche, México, era una lección.
Levantó los hombros con indiferencia y se dignó a seguir escribiendo el informe que aún debía.
Las horas pasaron y estuvo cerca de quedarse muy clavado escribiendo los últimos detalles, como él decía.
Había recibido una invitación a cenar en un pequeño restaurante con Jane y Valencia, bueno, con Jeancarlo Valencia no obstante lo llamaba por su apellido para evitarse mencionar el nombre tan largo o para no confundirse con Jane. Los tres eran buenos amigos, sí, tenía él que admitirlo.
Consideraba tanto a Jane como a Valencia amigos y no solo compañeros. Valencia trabajaba junto a ellos, pero casi siempre estaba en las juntas, no por nada era el abogado ambientalista principal de la empresa, aunque el mismo Valencia dijera que odiaba los malditos espacios cerrados y amase estar más en campo abierto.
Tomó su abrigo, se lo puso con la mayor rapidez, y envió el archivo por correo, dicho correo estaría en la bandeja de entrada de su computadora.
Apagó la máquina y colocó la silla en el espacio del cubículo. Suspiró resignado, no iría al viaje y era mejor así.
Estaba por irse cuando sonó la campanilla de correo nuevo, se quedó atónito, pero no se volvió, negó con la cabeza y dio dos pasos más, pero volvió a sonar.
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Editado: 01.07.2022