Cuarentena Forzosa

5

Capítulo 5

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El ángel de alas rotas entregó su corazón al demonio y… pecó.

➥ Aris Moretti alcanzó a leer lo que decía aquella descuidada nota antes de que Niklaus se la arrebatara; sin embargo, había fingido que no.

No dijo nada porque se sintió estúpido ─¡como un reverendo idiota!─ y, también, porque había dolido como el infierno; como una jodida patada en los huevos. Aris no supo qué le fastidiaba más: el hecho de que Niklaus no haya respetado el tácito acuerdo de no follar con Sasha, o el sufrimiento que eso desencadenó en ella las últimas semanas.

Las verdades dolían…, él sabía bien y, la mayoría de las veces, sus emociones eran una completa incógnita incluso para sí mismo: ¿he sido realmente feliz o solo encubro mi pesar? ¿si estoy completo, por qué se siente tan… vacío?

Una vez leyó, sin quererlo, en uno de los tantísimos relatos que escribía Taddeo:

«Miénteles.

¿Quién sentirá tu dolor si sonríes?

¿…quién recogerá tus piezas rotas si no saben que te estás quebrando?

Miénteles como te mientes a ti mismo.

Diciéndote que estás bien, cuando, por dentro, escuece,

quema,

y destruye.

Pero…, ¿vivir mintiendo no es lo mismo que morir?

Entonces, ¿estás viviendo en la mentira o muriendo en la realidad?».

 

A Aris jamás le preocupó definir cómo se sentía él con su vida; es decir, ¿podría estar inconforme, siquiera? Con el montón de dinero que poseía y el físico demencialmente atractivo que lo caracterizaba ─con sus peculiares colores de cabello, estatura envidiable (incluso siendo el Moretti más bajo por tres centímetros: medía 1.87 y todos los demás alcanzaban con facilidad el 1.90)…, y también su piel; el muchacho era tan blanco que parecía un ángel caído─, ¿acaso tenía derecho de estar descontento con su suerte?

Creyó que no; había personas que sufrían tanto ─como Sasha, o Niklaus…, o Keller─ y, cuando pensaban que todo sería mejor, no era así. Aris no podía comparar su dolor con el de ellos; no podía ser infeliz porque él era la luz ─¡él era la alegría!─ y su único deber con cada uno de sus hermanos era ser fuerte; sin importar que, en ocasiones, no dejar huir la frustración escociera como el demonio… y quemara, y destruyera.

La única que lo salvaba de sí mismo era Sasha; el calor de él se compenetraba con el frío de ella y eran algo bonito juntos… eran un atardecer precioso. Cuando Aris la sintió apagada se angustió, pero, en ese preciso instante, percibiendo el alma de ella tan lejana a la de él, fue como morir en la realidad; fue como… estar triste, sin color, sin rumbo fijo.

Aris había estado viviendo en la mentira sin percatarse ─sin molestarse─ y perder a su ancla ─porque una parte suya le susurró que Niklaus acababa de quitársela; como amiga… como mujer─ lo hizo caer de un zarpazo en la inhóspita realidad ─en lo mierda que era la vida─ y comenzar a marchitarse.

─Perra ─llamó Heller a Aris, quien había dejado su plato a la mitad y parecía perdido─. Oye, ¿ocurre algo?

Hell conocía más a Aris que a su copia y tuvo la certeza de que algo lo descolocaba; lo extraño es que Aris no solía dejarse acongojar por nada.

─Sí ─respondió el otro, con un movimiento de cabeza─: que llevo semanas sin ver a Gia y estoy hasta la mierda de estar encerrado ─mintió.

Gia Basile era una morenaza despampanante ─según el gemelo, con aquellos labios del inframundo e irises ambarinos podía resultar la segunda mujer más tentadora del universo (la primera era su mejor amiga)─; sin embargo, Aris jamás había demostrado querer nada serio con ella ─de hecho, Aris no buscaba nada serio con nadie─; y eso a Heller lo fastidiaba de cojones, ¡¿cómo se rechazaba a una diosa así?!

… aunque eso lo ayudó a detectar la mentira; estaba casi seguro de que su hermano no extrañaba en absoluto a Gia, porque la última vez que follaron Aris le contó que ella le había dado un ultimátum: no más sexo sin compromiso; si él quería seguir cogiéndosela iba a tener que hacerla formalmente su pareja y, desde luego, el joven Moretti no estuvo dispuesto.

Heller le palmeó el hombro a su confidente.

─¡Venga ya! ─se burló─. La humillaste, ¿crees que te va a perdonar eso? ─el pelinegro sonrió, burlesco─, mejor consíguete a otra que te baje las ganas, con ella ya no va.

─No la humillé ─se defendió.

─Ah, ¿no? ─Taddeo se unió a la conversación; él y Keller se habían mantenido a una distancia prudente, murmurando para que ellos no escucharan; sin embargo, Aris notó que sus hermanos lucían resignados─. ¿Cómo llamas tú a acostarte con ella durante meses y cuando te pide algo serio echarte hacia atrás? ─cuestionó el castaño─. Eres un imbécil,  Aris.

Keller no dijo nada; en esos temas, Keller nunca decía nada.

─Fui claro desde el principio ─el menor seguía defendiéndose─: no la engañé.




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