Cuarentena Forzosa

7

Capítulo 7

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Cuando todo parece estar mal nada puede empeorar, decían.

… quien haya afirmado eso nunca conoció a los Moretti.

 

Gitti Russo, una vez dentro de la lujosa habitación que compartía con su marido, tiró la puerta a sus espaldas; con una fuerza e irritación que no supo explicar, pero que le revolvía las entrañas… y el alma.

─Keller no es normal ─comenzó ella, Theodor apretó la mandíbula; otra vez la misma discusión─: lo sé, es más autónomo y tiene capacidades alucinantes; pero Nik…

─¿Qué pasa con él? ─la incitó.

Gitti meneó la cabeza con pesadez; su cabellera rubia resplandeció con la luz que se colaba a través del enorme ventanal.

─Lo haces sentir inferior ─obvió.

─Lo es ─resolvió el mayor, sacándose el saco que llevaba. No era un tema que le apeteciera tocar en ese momento, ni nunca.

─¡No es así! ─se exasperó─. ¡Ése es tu problema, adoras tanto a Keller y su inteligencia que te es difícil ver que tienes otros hijos que también desean tu atención!

Theodor no se inmutó en lo absoluto; le parecía la misma discusión que tenían siempre.

─Juego con Heller cuando puedo ─defendió─. Intento enseñarle, sin embargo, su interés no es ni por asomo como el de Kell; es todo.

─Hablo de Niklaus ─corrigió ella.

─Tu hijo no necesita de mí ─fue su respuesta.

Gitti notó que dijo «tu» y no «nuestro».

─Mi hijo ─alzó el tono─ por suerte tiene un mejor corazón que tú ─la voz le tembló─: ¿hasta cuándo lo vas a tratar así?

El altísimo hombre frente a ella suavizó el gesto; la quería demasiado como para continuar con aquella ridícula disputa. No obstante, la sinceridad le fluyó como una costumbre señera:

─No lo sé, cariño ─y suspiró; nada era fácil─. No lo sé.

➥ Keller descubrió que su vida había sido una corriente imparable de injusticias; e, incluso sabiéndolo, no se quejó jamás.

Sus hermanos creían fervientemente que, por ser el favorito de Theodor, estaba consumado en privilegios y condescendencias; que obtenía todo lo que deseaba con tan solo pedirlo ─porque, ¿cuándo le habían negado algo a Keller?─… él era el consentido, el inteligente, el responsable. Incluso su madre demostró sentir desapego a él ─por más que se esforzara en fingir que no─ porque decía que Theodor le manifestaba un favoritismo excesivo, así que, por ello, Kell no requería su atención.

Había tenido que guardar para sí mismo la presión que le implantaba su progenitor; había tenido que seguir instrucciones y convertirse en una máquina: meticuloso, endemoniadamente astuto, frívolo, apático… y no reclamó ni una maldita vez; aunque le tocaba las pelotas ─como él decía─ que su familia pensara que todo le era sencillo; como si no supieran las cosas que Theodor le hacía cuando se equivocaba…

La única que lo conocía de verdad era Sasha; la única que sabía cuánto daño guardaba en su corazón y cuán prisionero se sentía; se hallaba esclavizado por sus conocimientos y por lo que todos querían de él. Dejó de ser un niño tan pronto como asumió que aquellas exigencias eran solo para que ─¡nunca!─ se convirtiera en alguien conformista. Ni idiota.

Theodor lo entrenaba para que fuera la cabeza; el protector: si algo le ocurría a cualquiera de sus hermanos ─o a Sasha─ sería exclusivamente culpa de Kell.

Sasha inhaló profundo repetidas veces y notó que Keller la observaba por el rabillo del ojo, con las manos puestas en el volante de su amado Lexus rojo ─que no era en exceso costoso, como el Mercedes de Hell─ pero que él adoraba.

─¿Náuseas? ─adivinó. La pelirroja solo consiguió asentir─; ¿me detengo?

 ─No ─negó; mientras menos tiempo les costara llegar, más rápido regresarían. No deseaba ser un riesgo para nadie.

Keller dudó y ella, tratando de convencerle, se giró un poco en el asiento y le sonrió, pensando en que el pelinegro era uno de los hombres más guapos que vería en toda su vida; su genética debía ser perfecta y ese piercing en su belfo era un arma mortal ─¡oh, cielos!─; cómo la enloquecía…, cómo deseaba que él la tocara.

«Eso no está bien ─la corrigió su conciencia─. Tendrás un bebé de Niklaus, olvídate de Kell.»

 

Pero no era tan sencillo como se escuchaba; Kell seguía consiguiendo calentarla mucho y, contra ello, no sabía si podía luchar.

 

─Si vas a vomitar debes avisarme, Sash ─exigió─. Sabes cuánto amo mi coche. No puedes estropearlo ─jugó; realmente no le importaban demasiado las manchas, tenía problemas más graves.

─No lo haré ─rio ella; más calmada, cuando el malestar disminuyó. Entonces recordó hacia dónde iban y su expresión se oscureció─. ¿Crees que sea verdad lo que dijo Nik? ─inquirió; Kell siempre tenía la respuesta correcta─. ¿Connor seguirá recordando… todo?

La mirada que le dirigió el muchacho fue más que suficiente para aclarar su duda.

─No le tengas miedo.

─No le tengo miedo ─admitió─: si ustedes están conmigo, ya no le tengo miedo.

Sasha se percató del atisbo de sonrisa que surcó el rostro de su amigo tan rápido como un parpadeo; y le resultó contagiosa. Los hermanos Moretti le daban seguridad, era cierto; sin embargo, no había dependencia, sino conexión; los seis se pertenecían de una forma demasiado compleja y, por ende, se cuidaban la espalda.




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