Con la imposición del toque de queda, toda probabilidad de que se organizasen reuniones clandestinas, quedaba reducida a casi cero. Digo casi, porque en el trabajo todavía algunos comentaban el estado del gobierno sin que les viesen.
Braulio y su familia habían pasado la noche en la cueva, decidieron quedarse ahí, aun sabiendo el riesgo que eso suponía, pero tenían fe de que la revolución estallase de un momento a otro. Amelia había sugerido salir del país y pedir asilo político, pero Braulio se negó.
- Si nos acercamos a la frontera nos matarán.
Así que, era mejor quedarse. Braulio temía por su familia, sabía que si lo encontraban lo matarían, pero a su familia… ¿Qué harían con ellos? ¿Habría sido buena idea traérselos con él? Le contó sus preocupaciones a su esposa y esta respondió tajante.
- Si nos hubieses dejado, nos hubiesen torturado y matado. Nos has dado la posibilidad de sobrevivir, y eso es lo que vamos a hacer: Sobrevivir juntos.
Richard en su palacio, no escatimaba en gastos para agasajar a sus fieles nobles y a sí mismo. Miraba con dulzura a su vástago y se preocupaba por su bienestar. Es un monstruo, pero al parecer es un buen padre, pensaba Moria. También se preocupaba de su bienestar de, al fin y al cabo, era la nodriza de su hijo. A esta le extrañaba que el rey no la llamase a su recamara, pero sospechó que solo la quiso para ser la madre del heredero.
Ben ocupó el puesto de Moria, y un día, mientras dormían en la misma cama, Richard le confesó:
- Echo de menos a Clare.
Ben no respondió.
- No como amante, no me malinterpretes, sino como, confidente. Creo que sí, me hubiese dicho lo que le pasaba, no me hubiese enfadado.
- ¿A qué te refieres? – se animó a preguntar Ben intrigado.
- Clare –suspiró – tenía múltiples amantes, de ambos géneros. Quizás si me lo hubiese contado, si me hubiese sugerido la idea de un matrimonio solo de apariencia, quizás hubiese aceptado.
- ¿Cómo os conocisteis? –Ben lo miraba embelesado, a veces se odiaba a si mismo por amar al hombre que tanto daño estaba haciendo al pueblo, y otras apagaba esa vocecita en su cabeza moralista y se dejaba llevar.
- En una cena concertada por ambas familias, básicamente desde que nacimos, nos comprometieron a casarnos. No hubo amor, no hubo nada. Solo mentiras, traiciones y asesinatos.
- ¿Te arrepientes de haberlos matado? –Richard se giró para mirarle y ben sintió miedo.
- No quiero que me quiten este poder, y si mi mujer hubiese seguido encamándose con mi mejor amigo, los otros nobles, podrían arrebatármelo. Pero, ¿qué es esto? ¿Un interrogatorio?
- ¿Quiere saber algo de mí, señor? – cambió el tono y se recordó ante quien estaba.
- Richard.
Le miró sin entender.
- Tutéame, Ben.
Ana le había conseguido trabajo a Lydia como lavandera y juntas frotaban las manchas y las metían a remojar en el agua helada. Las mujeres susurraban a su alrededor y la que se situaba al lado de Lydia se animó:
- Es cierto, ¿qué eres la viuda de Kevin Maug?
- Sí – se limitó a decir.
- ¿Es verdad, qué planeáis una revolución, Ana?
- Puede ser –se limitó a responder Ana.
Lydia la miró aterrada.
- Queremos unirnos, nosotras convenceremos a nuestros maridos, pero explícanos antes tus propuestas, Ana.
Tras unos minutos de discusión sobre las ventajas y las desventajas de la medida de Ana, las mujeres que no dejaban de lavar miraron a Lydia.
- ¿Te acuerdas de algo de la forma de gobierno de tu marido?
- En realidad, mi marido y su secretario fueron los que escribieron ese informe. Mi marido escribió la idea y este se la enseñó a su secretario para que le diese el visto bueno y la corrigiese. Al saberlo, le coqueteé un poco y añadí mis ideas, así que más bien, es mi forma de gobierno.
Las mujeres se rieron y la escucharon hablar.
Así fue como las reuniones en casa de Braulio fueron sustituidas por las charlas mientras trabajaban. Los aires de revolución volvían a expandirse y esta vez, Richard no podría frenarlos.
Las mujeres con aquella valiosa información, volvían a sus hogares donde se la relataban a sus maridos e hijos, y estos a su vez la comparaban y discutían en sus lugares de trabajo.
Muchos eran partidarios de las ideas de Ana y otros, que aún recordaban a la forma de gobierno de Braulio, de este. Algunos jóvenes sin esperar una medida cautelosa para iniciar una revolución contundente, gritaban a los guardias y lanzaban piedras a palacio. Todos ellos eran capturados y fusilados, como símbolo de poder ante los rebeldes, lo que no hizo más que acrecentar el odio y la ira del pueblo.