Sábado, 22. 8:34 p.m.
Abrió los ojos y se sorprendió al saberse rodeada de azul. Frío, intenso, húmedo e inmenso azul líquido.
Ella estaba en el agua, sus sentidos así lo gritaban. De todas las sensaciones, la más remarcada era sentir la masa acuosa que la envolvía, pero la más relevante era que no podía respirar, lo supo cuando lo intentó, y sólo tragó una bocanada de agua. Otras señales eran el murmullo en sus oídos y su turbia visión.
No tenía idea de qué hacía allí, ni cómo llegó. Lo que sí tenía claro es que no era momento de detenerse a responder preguntas. Si algo urgía, era la necesidad imperante de salir de allí.
No tenía claro donde estaba, como para saber con exactitud adonde sería abajo o arriba. Mucho menos saber dónde estaba el exterior. Aun así, la lógica hizo que siguiera la dirección de las burbujas de aire de su propia boca.
Tragó agua tres o cuatro veces, pero no se rindió. Ella entendía que no había otro modo de lograrlo que braceando, costara lo que costara. Mientras lo hacía fue distinguiendo una luz tenue, trémula. El instinto esta vez sí le favoreció, y logró salir al fin de toda esa agua que la envolvía.
En la superficie, advirtió que se encontraba en lo que parecía un río, a la intemperie y en plena noche, una muy fría en realidad. Nadó hasta la orilla cercana y cuando al fin salió, se echó sobre el suelo seco para reponer fuerzas, escurrir la rara experiencia e intentar asimilar lo que estaba pasando.
—¿Qué me acaba de ocurrir? —Se preguntaba a sí misma— ¿Por qué estoy en este río? ¿Estaba dormida o desmayada? ¿Cómo llegué aquí?
Dejó tales incógnitas de lado y se incorporó con la respiración ya calmada, notando que algo le resbalaba por las piernas. Cayó en cuenta que llevaba amarrada a su cintura, una tela azul, que colgaba casi derrotada por el suceso. Se la quitó y extendió para examinarla, parecía una manta, en una de sus esquinas se leía:
—¿Sinaí? ¿Qué se supone que es Sinaí? ¿Será un nombre? Pero mío no, seguro. ¿Cuál es mi nombre?
Se sintió perturbada con esta otra duda agregada a su lista, que ya se acrecentaba.
—No me siento como una Sinaí, creo que podría llamarme Bel ¿tal vez? No lo sé.
Exprimió y sacudió la tela, procurando abrigo con esta. Fuera de quien fuera, le daría utilidad.
—Está muy húmeda ¡pero mejor son tortas!
Hizo lo mismo con su ropa, se sacudió el cabello y tras improvisar tres o cuatro arreglos más, estaba más presentable, sino cómoda, además de práctica para lo que siguiera. Sabía que ese súbito despertar no habría sido fortuito y peor, seguro que era sólo el principio.
Miraba a su alrededor, hasta donde se lo permitía divisar la noche oscura, ya que algunas nubes densas habían cubierto la luna. El río surcaba su cauce y más allá lo sobrepasaba un puente, luego se veían siluetas de lo que parecían colinas, y detrás de estas un reflejo de luces artificiales se desprendía al cielo, la invitaba.
Se ciñó la manta sobre los hombros para inventar una capucha que dejaba mucho que desear. Entonces subió la pendiente aledaña al río, abrió camino entre la maleza, hasta coincidir al fin con la carretera que le condujo a dicho puente.
Desde allí largó la mirada, río arriba y río abajo, a ver si así llegaba algo a su memoria. Pero era en vano, su mente estaba en blanco.
Siguió el recorrido más allá del puente. Al pasarlo y bordear las colinas, halló la entrada a una ciudad, al parecer tranquila, quizás porque todos dormían. Ella no sabía qué hora podía ser, pero el panorama resultó tan sólo obvio.
Imaginaba que la ciudad, como otras, tendría sus historias para contar. Mientras iniciaba su incursión, llamó su atención que tras todo este lienzo urbano, les cercaba a hurtadillas un espeso manto de nubes; más espeso que el que ya cubría la luna. Estas no parecían ser pasajeras, venía lluvia, fuerte lluvia, o algo peor.
Se aferró a la manta para abrigarse y se encaminó adentro de la ciudad, decidida y temerosa, hurgando suspicaz y perspicaz al tiempo.
Deambuló un par de calles, cortando el silencio y la oscuridad a su paso. Gran parte del alumbrado mal funcionaba con intermitencia y al azar; o proyectaba luz paupérrima en otros casos. En lo que referente al resto, estaban averiados del todo.
Esto no era un problema para ella, pues tenía una vista excelente. Le maravillaba imaginar los distintos matices variopintos de esos amaneceres y atardeceres, que aleatorios se proyectarían sobre esas estructuras urbanas de concreto y metal.
Tuvo la sensación de estar en una ciudad desierta. Mientras caminaba y detallaba aquellas calles, se notó una edificación abandonada a medio construir, cual si de un monumento a la procrastinación se tratara, uno cutre y excéntrico, de hecho. El tercer piso mostraba ser el escenario donde todo se detuvo, mientras que el cuarto, era sólo un esqueleto de metal.
En un instante se trepó a las paredes con agilidad y gracia, aferrándose y apoyándose a grietas, salientes, vigas y demás accidentes en la estructura.
Una vez alcanzó el último piso de la construcción, se sorprendió por tal habilidad. Aunque desconocida, la hacía sentir tan bien, por razones que no alcanzaba a entender. Igual no se tomaría esa molestia, pues tal sensación reconfortante ya era suficiente para ella, lo creía algo parecido al hogar.
Editado: 13.08.2021