Hace mucho tiempo, vivía un anciano solitario, nadie sabía que en su casa tenía mucho dinero, la gente del pueblo pensaba que ese hombre en verdad era pobre, pues no se le veía riqueza alguna.
Pasaron muchos años y el señor cada vez estaba más acabado. Por su casa pasaba frecuentemente un joven a quien poco a poco fue tratando, ganándose su confianza. En cierta ocasión le confesó lo siguiente:
-Mira, muchacho, tengo mucho dinero. Si tú quisieras hacerte cargo de mí hasta el día en que fallezca podrías quedarte con todo, te pido que guardes el secreto, pero te repito, a nadie deberás contar lo que te he dicho.
El joven le contestó:
-Déjame pensarlo y mañana te diré si acepto tu preposición
Cuando llego a su casa le contó a su esposa todo lo que aquel anciano le había confiado. La indiscreta mujer, fue a darle la noticia a otras dos mujeres vecinas, quienes de inmediato emplearon a dos hombres, para que fueran a robarle al anciano. Cuando éstos entraron a su casa, le dijeron:
- ¡Nos llevaremos todo el dinero, si te resistes, te daremos una golpiza! ¡Viejo avaro!
El anciano, humildemente suplicó:
- ¡No me peguen! ¡Llévense todo lo que encuentren!
Cuando los hombres comenzaron a buscar el botín, llegaron hasta su dormitorio y encontraron una gran cantidad de dinero debajo de la cama.
Sorpresivamente salieron cuatro guardianes que el anciano había contratado para que le cuidaran su dinero, golpearon a los asaltantes, los amarraron y los fueron a encarcelar.
Cuando las mujeres se enteraron que los hombres que habían ocupado estaban presos de inmediato huyeron por distintos lugares.
El viejito ricachón prefirió enterrar su dinero para que ya nadie le robara su fortuna. Pasaron siete días y el anciano murió ahora nadie sabe donde está enterrado el dinero.
Esta historia nos enseña a no defraudar la confianza que nos brindan algunas personas o nuestros amigos, porque podemos crear un problema mayor. La indiscreción es mala compañera.