Melina pudo verme una sola vez entre sus brazos, pues a penas salí de su vientre fui entregada a los protectores, ya que era la única manera de sobrevivir. Nací en plena cacería de brujas, donde mis benditos ojos purpura inquietaban a los habitantes del pueblo, debido a un rumor que aseguraba que quien los poseía, era la encarnación del mismisimo demonio, por lo que decidieron extinguirnos con fuego. Asesinaron a cada niño, mujer y hombre cuyos ojos fuesen de este color, es por eso que aunque haya pasado mucho tiempo, las personas no pueden sostener la mirada fija sin atemorizarse.
Apuchi, hijo de la Reina Yila y jefe de los protectores, me adoptó como su hija. En cuanto a mi madre, la luna supo sustituir su papel. Crecí siendo la más hermosa todo el cabila, cabello lacio y negro hasta la cintura, tan brillante como las piezas de cuarzo que adornaban mi cuello; mi piel era blanca como la sal que se posaba en las orillas del mar seco yaciente al este; el color de mis ojos, como ya he mencionado, un tanto distinto al de las demás. Cada protector hombre deseaba tenerme, eso me trajo problemas con las demás génesis del cabila ninguna era mi amiga, sólo susurraban a mis espaldas.
Mi refugio era la laguna, donde me encontraba con el reflejo de mi madre cada noche. Aunque fuese extraño para muchos, yo me sentía cómoda y resguardada en ese místico lugar. Entré como tantas noches a dejar las pesadas energías del día en aquel lago, pero el sonido inusual de unos pasos que se acercaban hacia a mí, interrumpió mi concentración. Abrí los ojos para conseguirme con el habitual vacío del lugar, hice silencio y escuché como alguien corría por los matorrales abriéndose paso hacia el este de ese maldito pueblo donde quemaron viva a mi madre. Salí de mi preciada laguna, para mirar lo que pasaba, perseguí un camino de huellas un tanto extrañas y la marca de algún objeto pesado que había sido arrastrado. Caminé aproximadamente 50 metros siguiendo las pistas, y justo donde se detuvo el rastro, reposaba un bulto de tela atado con algunos mecates. Con agilidad deshice el amarre y descubrí una linda joven demacrada por la muerte que adornaba su cuerpo esa noche, me sorprendí y con mucho esfuerzo la llevé hasta el cabila sobre mis hombros, para que Apuchi pudiera salvarla
– Padre, padre – entré gritando a su cabaña luego de haber depositado el cuerpo de la joven en la entrada. Apuchi se encontraba en trance, y tenía muy claro que no debía despertarlo, pero esa chica estaba a un paso de perder su alma
– Labina, sal de aquí – dijo cuando despertó finalmente
– Es una emergencia padre – me excusé – alguien ha traído muerte al lugar de nuestra madre – Apuchi se levantó del suelo quitando el manto que cubría su cuerpo y se acercó a mí
– ¿De que hablas? ¿Quien sería capaz de cometer tal pecado? – preguntó asombrado
– No lo sé padre, pero ella está afuera con las demás – acto seguido salimos, para enseñarle la desgracia
– Apártense todas – dijo haciéndonos a un lado. Se arrodilló y puso su mano en la frente de la joven. De inmediato se sumergió en un trance tan fuerte que hizo sangrar su nariz, eso no significaba nada bueno
– Apuchi, Apuchi – le sacudí gritando para sacarle del trance
– Este alma esta rota, no podemos traerla de vuelta o se convertirá en algo espantoso, debemos dejarla ir – respondió cansado dando pequeños pasos hacia atrás
Esa noche quemamos su cuerpo para extinguir su alma, y fue la primera noche más larga de mi vida. Nunca había sentido un olor tan repugnante como el de la carne humana quemándose, y la certeza de que eso era lo mismo que habían hecho a Melina, me desgarraba el alma
La noche siguiente tenía un poco de miedo de ir a la laguna, pero me haría bien despojarme de las pesadas energías del día en el agua bendecida por madre, así que decidí ir. Cuando estaba a punto de sumergir mis pies al agua, escuche una voz a mi espalda
– Labina ¿por qué eres tan hermosa? – era Kio, uno de los mejores cazadores del cabila, unido por la madre luna con la génesis Zulie
– Kio, ve al cabila ¿que haces aquí? no tienes derecho a ver mi cuerpo
– Apuchi me envió a vigilar la zona, por todo lo sucedido ayer. El sabía que estarías aquí y aún así me dijo que viniera
– Pues quedate por allá y deja de mirarme – no podía ordenarle que desobedeciera a Apuchi
– El problema mi hermosa génesis, es que no puedo dejar de mirarte – dijo acercándose a mi con intenciones tan oscuras como sus ojos
– Alejate de mi Kio, si no quieres que le cuente a Apuchi
– Si él me envió a cuidarte, significa que confía en mí, y yo he decidido que ya es hora de que dejes de ser una niña – se encontraba muy cerca y me rodeo con sus brazos tomándome por la cintura, intenté zafarme, pero en comparación con su fuerza mis golpes eran muy débiles
– ¿Kio, qué estas haciendo? – gritó Zulie salvándome enseguida de sus intencionees
– Zulie, no sé que ha pasado – dijo él mirándome extrañado y a ella con cara de culpa – es una bruja, su gente tenia razón. Me atrajo hasta aquí luego me sedujo hipnotizandome con sus ojos purpura – su voz era como la de un niño arrepentido – mi Zulie, gracias por sacarme del trance