Lograron la victoria. Un pequeño soplo de alivio le llenó las caras por un instante. Y solo bastó girar la cabeza para ver el campo lleno de cadáveres. Costó demasiado. El consuelo de que esta era la última guerra no bastaba para apagar el amargo sentimiento. Pasean entre los cuerpos, con el corazón acelerado revisan los rostros, buscando y rogando no encontrar el de su persona favorita. Ella, la líder y ganadora, cae de rodillas al ver a su padre tirado en el suelo, una espada lo mantiene anclado a la tierra. Menea la cabeza de un lado a otro, no lo puede procesar. La victoria ya no tiene el mismo valor, y mucho menos el mismo sabor. Las lágrimas caen con facilidad. Quita la espada con un movimiento de rabia. Abraza el cuerpo frío, susurrando palabras, como si él pudiera escucharla.
Se levanta. El dolor le hizo olvidar que ahora es quien guía. Reúnen los cuerpos en una gran hoguera. Las caras largas de las personas reunidas le desgarran aún más el corazón a la líder y al rey.
—Hoy triunfamos —grita el rey—. Y aunque el sabor de nuestra victoria es amargo, no dejamos que este peso de la muerte nos arrebate el futuro. Gracias a nuestros amigos, compañeros y leales caballeros, podremos vivir un tiempo de paz. Vivid, a partir de ahora por ellos, porque nos dieron su vida. Y tenemos la responsabilidad de cuidar a los débiles, a los enfermos, y a los abatidos que nos ha dejado la guerra.
—Gracias —susurra la líder al lado del rey—. No olvidaremos este día, ni esta entrega —eleva su voz—. Que nuestras lágrimas de hoy, sean el rocío que moja la tierra del mañana, de la cual nace vida cada día.
Toca la cara pálida de su padre por última vez. Gracias al discurso del rey, puede verlo como un logro; su padre luchó y combatió hasta el final. Se le había olvidado que morir en batalla es un honor. Sonríe, porque lo recordará como un héroe.
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Editado: 19.01.2024