Era una mañana tranquila, como cualquier otra, el sol ya estaba lo suficientemente alto en el cielo como para borrar cualquier rastro de oscuridad que dejara la noche; lo que la comunidad de Westlake no sabía era que una oscuridad mucho peor se estaba instalando en su pueblo. Rumores iban y venían cuando descubrieron que al fín se había vendido la casa del difunto Simons, los nuevos dueños vinieron en un auto de color gris, junto a ellos dos camiones medianos de mudanza transportaban las pertenencias de la familia desde Canadá. Los Johnson se arrimaron a saludar, mientras llevaban en sus manos un delicioso pastel de manzana hecho por la señora Johnson:
-Bienvenidos al vecindario- Dijeron al unísono- Somos los Johnson, mi nombre es Margaret y él es mi marido Walter, preparé este pastel especialmente para ustedes, es una de mis mejores recetas.
-Muchas gracias, son ustedes muy amables. Mi nombre es Annie Smith, él es mi marido Paul; y mis dos hijos pequeños Anabelle y Georgie.
- Que niños tan adorables- dijo la anciana bastante enternecida por la timidez de ambos niños.
Mientras los Smith socializaban con el resto del vecindario, la pobre Claire Brown sufría por dentro debido a las terribles visiones que tenía sobre aquella familia. Su madre había dicho que era un talento, sin embargo el pueblo la juzgaba y creían que estaba loca. Miraba curiosa a través de la cortina, “quizás estaba loca después de todo” pensó e intentó hacer caso omiso a su horrible punzada en el estómago indicando un mal presentimiento.
Margaret Johnson tuvo una increíble idea, organizar una barbacoa en su jardín para que los nuevos habitantes conocieran a los demás en el vecindario. Los Smith quedaron sorprendidos al ver la cantidad de personas que se encontraban en ese lugar para conocerlos a ellos, en secreto relamían sus labios, mientras imaginaban el festín que luego se darían con tanta carne presente moviéndose de aquí para allá.
Todo fue diversión y felicidad hasta que el más pequeño de los Woods desapareció, el niño se llamaba Jeffrey, bastante travieso en sí; sin embargo jamás había desparecido por tanto tiempo. Todos gritaban su nombre, sin embargo el infante no aparecía por ningún lado.
-Pobres tontos e inocentes pueblerinos, pobre Jeffrey, su familia no lo verá nunca más- susurraba para sí misma Claire, que sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo.
La familia Smith estaba reunida en el sótano de la casa, el cual estaba adornado con estatuas de demonios antiguos, velas negras y rojas encendidas por doquier, en el medio una mesa con cuerdas en sus extremos y al costado de esta espadas filosas con dibujos aterradores en sus mangos. Paul se había pintado la cara con extrañas formas geométricas de colores confusos.
-Annie. Niños. Estamos aquí reunidos para ofrecer un sacrificio en nombre de Belcebú. Como saben hemos escapado con mucha inteligencia de Canadá y todo se lo debemos al “gran señor de las moscas”. En cada una de estas muertes él nos beneficia con inteligencia y astucia, además nos vuelve invisibles antes nuestros enemigos y nos permite seguir saciándonos de deliciosos manjares junto a él.
La familia comenzó a bailar en círculos alrededor de la mesa, mientras el padre juntaba pan con sangre en una copa de color negro, se formaron falsas hostias, que en lugar de tener el sello de la cruz, tenían la cara de un demonio aterrador. Cada integrante comió una, luego se tomaron de las manos y comenzaron a cantar al unísono “Belsabub goity, Belsabub beyty” cada vez más fuerte y más fuerte. Un ejército de moscas se formó de la nada junto a una espesa neblina negra, los cantos seguían y seguían; los insectos fueron formando la imagen de una criatura gigantesca con el cuerpo de un hombre peludo, piel muy oscura y con unas repulsivas alas de murciélago, en su cuello tres cabezas, una con forma de humano con cuernos, la otra era el rostro de un gato y la última era la cabeza de una rana.
-Bienvenido gran señor de las moscas; Belcebú el grande, junto a tus dos grandes hermanos Satanás príncipe de las tinieblas y Leviatán rey de los mares conformaron una exitosa rebelión de la que desafortunadamente no salieron ganadores, sin embargo jamás te rendiste y ahora comandaste el Este del infierno y a 66 legiones de demonios. Tú que nos haces invisibles y astutos te suplicamos que compartas con nosotros este sacrificio- Dijo Paul, que tenía una emoción inexplicable.
-Traigan el sacrificio- Dijo la bestia.
De una bolsa de papas sacaron al pobre e indefenso Jeffrey temblaba de miedo al ver a la bestia, creía que todo era parte de una horrible pesadilla, que todo acabaría pronto y que al despertarse vería a su mamá y le daría el abrazo más grande y fuerte que jamás se hubiera imaginado. Sin embargo estaba bien despierto, lo habían atado de manos y pies en la mesa, trató de defenderse y luchar pero no podía contra la fuerza del señor Smith, seguía creyendo que estaba dormido, pero se dio cuenta de que no era así cuando uno de los cuernos del demonio se clavó en su ombligo y lo desgarró hasta la garganta. Belcebú tomó un cuchillo de los tantos que había en la bandeja y arrancó el corazón del niño, lo masticó y escupió los trozos sobre la familia. Comieron cada uno de los órganos y se saborearon gustosos por el gran festín que se habían dado. El señor de las moscas desapareció en la oscuridad, no sin antes regocijar con dones a la familia.
Mientras tanto en el pueblo la vieja Claire tenía remordimientos, jamás volvería a ver al pequeño Jeffrey, ella pudo haberlo salvado de aquella bestia feroz.