Desde pequeño me tocó ver a los demás niños jugar en la calle a través de la ventana de mi
habitación, ésta quedaba en el ático de una antigua casona familiar. Los niños me miraban con
risas y murmullos entre ellos, había nacido con una extraña enfermedad hereditaria que no
permitía que me expusiera a la luz del día. Mi niñez era una soledad constante, convivía con
mis viejos padres y tampoco podía jugar con ellos, se la pasaban haciendo trabajo remoto en
casa, las únicas salidas como familia era cuando el sol se escondía y cuando lo hacíamos la
gente se nos quedaba mirando raro, ya que nuestra piel era demasiado blanca, carecíamos de
pigmentación y se nos notaban las venas.
Todos tienen buenos recuerdos de sus vacaciones de verano en la playa con aguas cálidas, mi
familia y yo solo las disfrutábamos en playas vacías y de noche donde el mar bajaba su
temperatura. Solo quería ser un niño normal y salir a jugar con mis vecinos, pero solo podía
salir con ellos en las noches de Halloween. Mi vida social solo se resumía a esa noche, tampoco
mis padres dejaban que hiciera pijamadas. Pensé en revelarme y salir a disfrutar de mi vida,
pero luego recordé que mi abuelo había muerto por las heridas provocadas por la luz.
Los años pasaron y muchos de mis antiguos vecinos crecieron y se marcharon de casa a hacer
su vida, mientras yo seguía mirando por mi ventana con un montón de bloqueador solar en mi
rostro. Al desayuno toqué el tema de independizarme y rápidamente mis padres me
interrumpieron, hijo, tenemos que confesarte algo, dijeron.
Todos estos suplementos alimenticios que bebemos para nuestra falta de pigmentación, en
realidad no es verdad, dijo mi padre, es sangre humana, continuó diciendo.
Entendí lo que decían, pero no me creí esa tonta historia de que somos vampiros. Reté a mi
padre a exponerse a la luz del día y se negó, así que tomé la determinación de hacerlo yo, me
levanté de la mesa y caminé a la puerta principal, mis padres quisieron detenerme, pero
cuando abrí la puerta ellos se escondieron. La luz me golpeó de frente y mi sombra se proyectó
hacia dentro de la casa, mi madre horrorizada gritaba mi nombre mientras mi padre atónito
veía que el sol no había acabado conmigo.
¿Ven que era mentira?, les dije.
Mi padre se levantó del suelo e incrédulo caminó hacia la calle con los ojos cerrados y los
brazos abiertos, el sol lo hizo polvo en cosa de segundos. Tengo algo más que confesarte, dijo
mi madre.